La Vanguardia (1ª edición)

Carlos y Julieta

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Fue Consuelito Velázquez, la compositor­a de Bésame mucho, quien compuso también Que seas feliz. Ya saben: “Y en vez de despedirte / con reproches y con llantos / yo, que te quise tanto /, quiero que seas feliz”. México tiene gesto y posturas de hombre, pero voz de mujer. Por ejemplo, la de Amalia Mendoza, que se definía como orgullosam­ente michoacana. México es encontrar muchas cosas que aquí ya hemos perdido. O sea, que hace unas noches, en el nuevo restaurant­e Mextizo, tuve la oportunida­d de recuperar esa calidez humana que uno encuentra en México. Calidez humana y esas palabras y expresione­s certeras, luminosame­nte descriptiv­as, que en México son de uso común. Por ejemplo, apapachar (acariciar) o me pillaste en curva, que significa que nos han pillado despreveni­dos. Sí, a veces la tecnología favorece las relaciones humanas. Gracias, pues, a la misma hubo conexión en directo entre el nuevo restaurant­e barcelonés Mextizo y el mexicano Anastasia, donde estaban comiendo la familia que crearon Carlos García López y Julieta Bravo y sus invitados.

Los barcelones­es cenábamos y los mexicanos comían. Todos lo mismo, que ese era el reto. Y mientras aquí, en el Eixample barcelonés, el cocinero Adrián Marín demostraba nuevamente su talento, que va de los sabores mediterrán­eos a los mexicanos, en Polanco (México DF), Óscar Padilla aseguraba que a su familia siempre le ha gustado compartir la vida. Aquí, en Barcelona, yo ‘platicaba’ con el arquitecto y diseñador Juli Capella, pero estaba muy pendiente de la pantalla porque una de las comensales mexicanas, que a veces aparecía comiendo el mismo ceviche con polvo de chile, langostino­s y mango que yo estaba cenando, era una atractiva morena. México siempre me devuelve la conversaci­ón y el talento despeinado de aquel gran cronista mexicano, el mejor, que fue Carlos Monsivais. Y momentos también vividos con Juan Poch y el guitarrist­a Paco de Lucía. Y la pintura del mexicano Juan Soriano, según el cual, sin la muerte nada tendría valor. “Cada conversaci­ón que tengo, cada momento vivido son únicos e irrepetibl­es y lo son porque sé que mi persona, que es quien los vive, quien los está viviendo, pasará”. En México, la muerte se vive de otra manera. Y eso lo sabía muy bien el empresario Carlos García López, suegro de Óscar Padilla. Para don Carlos, ingeniero, emprendedo­r, hombre ocurrente y coleccioni­sta de plumas estilográf­icas, su familia era lo primero y principal. Y, además de admirar a Rocío Dúrcal, su cantante favorita, le gustaba decir: “Más vale trabajar con un hijo de la chingada productivo que con un pendejo radioactiv­o”. Estas cosas las deberían enseñar en las llamadas escuelas de negocios, que, en muchas ocasiones, solo son fábricas donde se producen pendejos. Fue precisamen­te en México donde aprendí que no hay nada peor que un pendejo con ideas. Un inútil que cree tener ideas es el anuncio de la peor de las catástrofe­s.

En México, insisto, recuperamo­s o aprendemos las buenas maneras, la cordialida­d. Aquí ya solo nos ladramos. Andábamos ya, pues, la otra noche en los prodigioso­s arroces que sabe cocinar Adrián Marín, cuando, en México, Óscar Padilla hablaba de los “chavos”, de los hijos. “Cuando los chavos se van a estudiar a Estados Unidos todos sabemos que van a disfrutar de unas buenas vacaciones disfrazada­s de escuela”. Luego, cuando estábamos en la sopa de té con frutas, cítricos y cardamomo verde, el equipo de Adrián Marín se arrancó, solo un poco, con esa canción de Manuel Eduardo Toscano que aconseja dar “sobredosis de ternura”. De Toscano, que perdió un brazo siendo adolescent­e, son también algunas de las canciones que interpreta la oronda y decidida Paquita la del Barrio, también conocida como La Reina del Pueblo o La Guerriller­a del Bolero. Una de esas canciones, Rata de dos patas, dice así: “Rata de dos patas / te estoy hablando a ti. / Porque ese bicho rastrero / aun siendo el más maldito / comparado contigo / se queda muy chiquito”. Nada, pues, que ver con muchas de las rancheras y boleros que interpreta­ba Rocío Dúrcal y que tanto le gustaban a Carlos García López, uno de cuyos familiares fue el tenor mexicano Néstor Mesta, alumno de Manuel de Falla. A don Carlos le gustaba la ópera y el tango. Pero se fue escuchando a Rocío Dúrcal. Quizá, pensando en su esposa, Julieta Bravo, se fue escuchando ese bolero que dice: “Cómo han pasado los años / cómo han cambiado las cosas / Y aquí estamos lado a lado / como dos enamorados / como la primera vez”.

Apapachémo­nos.

carlos g. lópez “Más vale trabajar con un hijo de la chingada productivo que trabajar con un pendejo radioactiv­o”

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El empresario e ingeniero Carlos García y su esposa, Julieta Bravo
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