TIPOS DUROS
El año que Glenda Jackson estrenó la película que le reportaría su primer Oscar fue el de la consagración de un tipo duro, John Wayne. El veterano vaquero recibió la preciada estatuilla por Valor de ley. Su personaje, inolvidable, de un marshall curtido en mil batallas, con parche y todo, se impuso. “Si lo hubiese sabido, me habría puesto el parche 35 años antes”, bromeó. Era una nominación tan cuajada de estrellas como sólo se podían divisar desde el Apollo XIII (a punto de partir): Peter O’Toole, Dustin Hoffman, Jon Voight y Richard Burton fueron sus rivales, todos ellos encabezando películas antológicas. Era una época en que los actores todavía no habían aprendido a hacer el numerito políticamente correcto de simular que les importaba un bledo haber perdido y exhibían una faz transida de nerviosismo mientras una joven y elegantísima Barbra Streisand, con un total look rosa, sombrero incluido, leía sus nombres muy seriecita. A Wayne, que estaba convencido de su derrota, se le cayeron las lágrimas antes de pronunciar palabra. Los tipos duros también lloran.
Cuatro días después partía el módulo lunar del Apollo XIII, que se convertiría en algo así como el camarote de los Hermanos Marx. Concebido para ser ocupado por dos personas en un corto trayecto entre la nave y la superficie lunar, de repente tuvo que hacerse cargo de un ocupante más (el que no bajaba a la Luna) y afrontar un mucho más dilatado viaje hasta la acogedora madre Tierra. La explosión de uno de los tanques de oxígeno había hecho más que recomendable emprender el camino a casa antes de tiempo. Houston, tenemos un problema. Y de los gordos. El retorno fue una odisea como sólo la habría podido imaginar Homero de haber sabido que viajaríamos a los cielos. Los Ulises con casco y traje blanco demostraron una cualidad más decisiva que la tecnología: el ingenio, la maña, que siempre se sobrepone a la fuerza, incluso a la de la gravedad.
En octubre, su presidente Nixon pudo venir tranquilo a España a rendir visita a Franco en Madrid. Tan buena era la relación que hasta se hizo unas fotos con la abundante prole de nietos del Caudillo, todo un gesto para un político no precisamente conocido por su simpatía. Nixon, como Wayne, tenía fama de tipo duro, pero por muy pétreo que fuera con el tiempo se descubriría su punto débil.