Aquella corneta
Vengo de una época en la que la basura la bajabas a la calle en un cubo cuando oías la corneta del basurero, que pasaba a primera hora de la mañana en un carro de madera pintada de verde, con un techo que se levantaba para poder verter los desperdicios. Entonces sólo había un cubo. Una vez vertido el contenido, el basurero te lo devolvía y tú deshacías el camino hacia tu casa. En mi caso, en la calle Tenor Masini 77: cinco pisos sin ascensor. Quizá por eso, hace unas décadas, al principio me costó entender que, de golpe, en casa tuviera que separar la basura en varios cubos. Pero lo hice. Un cubo para el plástico, uno para el papel, uno para el vidrio, otro para el material orgánico y otro para el rechazo. Ya no me caben más. En la terraza, para poder pasar, tengo que ir dando saltitos entre cubo y cubo. Cuando ya están llenos los bajo a los contenedores de la calle: el papel al azul, el vidrio al verde, el plástico al amarillo, la materia orgánica al marrón y el rechazo al gris.
Cuando voy hacia el contenedor azul me revienta encontrar una furgoneta aparcada en doble fila. A su lado, un señor que se dedica a vaciar el contenedor y a poner los cartones dentro
Cuando voy hacia el contenedor azul me revienta encontrarme la furgoneta de los ladrones
del vehículo para acto seguido desaparecer hacia otro contenedor, una calle más allá. Una vez vaciados todos los contenedores del barrio se va a venderlos y la pasta que saca se la embolsa. Hace unos días un amigo colgó en Twitter dos fotos de una de esas furgonetas. Quien la conducía había abierto un contenedor azul y estaba sobre él, vaciándolo. En la otra foto, la matrícula: B 7144 NU. Estas actividades se repiten día tras día y la repercusión en la economía de los ayuntamientos es evidente. Los municipios cobran determinado dinero según la cantidad de papel y cartón recuperados para el reciclaje, de forma que cobran más si reciclan más. Y pierden un montón de pasta si, por esos pobrecitos delincuentes, reciclan menos. Y si las administraciones locales pierden, también perdemos los paganos.
En Madrid también roban cartón. Calculan que el 40%. La impunidad es total y los mangantes se llevan la pasta que generamos los ciudadanos y, como cada vez hay menos cartón en los contenedores, las empresas de gestión de residuos se ven obligadas a despedir trabajadores. Ante este panorama, el Ayuntamiento de Madrid –presidido por la alcaldesa Manuela Carmena, de Ahora Madrid– ha anunciado la instalación de contenedores antihurto. Tienen un acceso más alargado en la boca, que impide el robo. Supongo que también habrán previsto que la parte de atrás, la que queda en la calzada, no pueda destaparse, porque ahora con una simple barra de metal las abren de par en par y se meten dentro para vaciar el contenedor con más comodidad. Si la experiencia madrileña funciona, no quiero ni imaginar el alud de ladrones de cartón desplazados que pronto llegará a Barcelona, donde la pasividad del Ayuntamiento en este asunto sería sorprendente si no fuese que ya nada sorprende.