Omella pide a los empresarios que antepongan las personas al dinero
Hace poco más de un año, el Papa dijo que quería sacerdotes “con olor a oveja, no con gesto de vinagre”. Ahí, en ese perfil, es donde encajaba Juan José Omella. Ayer, quienes asistieron al almuerzo del foro Barcelona Tribuna –organizado por La Vanguardia ,AEDyla Societat Econòmica Barcelonesa d’Amics del País– pudieron comprobar si esto era cierto. El nuevo arzobispo de Barcelona, que lo es desde hace seis meses, es un hombre de Francisco, sí. Y el obispo de una de las diócesis más difíciles de Catalunya, no sólo en lo religioso sino también en lo político. Pero, ante todo, es un pastor que cultiva esa imagen de proximidad hacia la gente que tanto necesita ahora una Iglesia que ve cómo se alejan las nuevas generaciones.
Diríase que, en el trato corto, Juan José Omella habla y se expresa como un cura de pueblo, aunque su misión ahora discurra en toda una gran ciudad como Barcelona, a la que llegó desde Logroño y que, explicó, le tiene el corazón robado.
Así, con la metáfora del pastor que huele a oveja, abrió el acto de ayer Jaume Giró, director general de la Fundació bancaria la Caixa. Describió a este sacerdote de origen aragonés como “un gran sanador de almas, un terapeuta, siempre volcado en el servicio eclesiástico”. “Ha cultivado –zanjó Giró– el vínculo con los que más sufren”. Minutos después, el arzobispo tomaba la palabra y arrancaba la primera sonrisa del público: “La mitad de las palabras con las que me describen son inventadas”.
La sala estaba llena de representantes de la jerarquía eclesiástica catalana, del mundo empresarial y financiero, de la política y también del tercer sector. Si alguien esperaba que monseñor hablara de política, debió salir decepcionado. “Soy un pastor y no vengo con las siglas de un partido, sino con las del Evangelio”, dijo.
–¿Haría falta un milagro para resolver el conflicto catalán?, se le preguntó tras el almuerzo.
–Los pactos de comunión son el camino. Si se busca el interés del partido y no el de toda la sociedad estamos perdidos. Hay que trabajar en la misma dirección.
Poco más dijo Omella acerca del panorama político catalán, en el que a su juicio la Iglesia no debe intervenir. Moviéndose bien a derecha e izquierda, manejó con soltura un discurso basado en el compromiso social y la ortodoxia doctrinal con frecuentes referencias al Papa Francisco. Desde el minuto uno de su conferencia, dejó claro que lo que buscaba ayer era una reflexión sobre el actual modelo económico. Se dirigió en todo momento a los empresarios y directivos, apelando a su responsabilidad social en la crisis. “La persona debe estar en el centro de toda actividad económica, nunca el dinero”, insistió. Recordó Omella la necesidad de abordar como una “emergencia social” el elevado paro juvenil y la precariedad laboral. “¿Se imaginan lo que es vivir así, se imaginan cómo es vivir a la intemperie?”.
El arzobispo desgranó cómo la economía puede tener un sentido y un objetivo moral si está “a la altura del ser humano”–la solidaridad circular, según la definición que hace el Papa– y “si no sólo se piensa en la riqueza individual”. La regla de oro: No hagáis a los otros lo que no querrías que os hicieran. Y apeló a los sentimientos: “Escucho a muchos empresarios y a directivos que reconocen que, a pesar de ganar mucho dinero, se sienten vacíos. Me han enviado currículos para trabajar en Cáritas, en Manos Unidas, hasta en el arzobispado por un sueldo mucho menor, buscando más realización personal”.
“Sus empresas –interpeló al auditorio– están llamadas a promover el bien común: garantizar un trabajo digno, evitar las actividades financieras especulativas y abandonar una gestión que se base en maximizar el beneficio”. En definitiva, prosiguió, habría que aplicar correctivos al “capitalismo
“Soy un pastor y no vengo con las siglas de un partido, sino con las del Evangelio; debo acompañar al pueblo”
que destruye a la persona” para avanzar hacia una “economía social de mercado, una economía de comunión”. Fue más allá e incluso propuso que la empresa no distribuya sólo dividendos entre sus accionistas, “sino que busque fórmulas justas de reparto del valor añadido entre todos aquellos grupos de interés que la integran”, es decir, los trabajadores. El cambio de modelo debe pasar también por evitar la deuda ecológica porque “no podemos taparnos los ojos ante el devenir del planeta”.
En el turno de preguntas, Omella se refirió a dos crisis: la de fe y la de la familia. Reconoció que hay una creciente secularización en la sociedad, aunque la contrapuso a la “gran vitalidad cristiana” de muchos grupos de ciudadanos en Catalunya. Ese espíritu es el que dijo reconocer en la herencia que dejó Dorotea de Chopitea, la venerable cooperadora salesiana. “¿Los jóvenes? Es un reto. Tenemos que evangelizar mejor. ¡Yo creo en los milagros!”.
Al aludir a la familia y los divorcios, habló de “una sociedad depresiva en la que se han perdido las raíces, sobre todo el papel del padre y de la madre, y eso hace que las nuevas generaciones crezcan sin solidez ni responsabilidad”. Fue ese uno de los pocos momentos en el que Juan José Omella, hijo de agricultor y tejedora de la Franja de Ponent, abandonó la sonrisa.