La Vanguardia (1ª edición)

Sam Querrey

TENISTA

- MARTA MATEO Londres. Servicio especial

El estadounid­ense Querrey (28 años, número 41 de la ATP) dio la gran sorpresa ayer en el torneo de Wimbledon al eliminar a Novak Djokovic, dominador del tenis mundial y actual campeón sobre la hierba del All England Club.

Nadie lo vio venir. Ni estando dos bolas de partido abajo, alguien hubiera tenido la certeza absoluta. Novak Djokovic estaba a un punto de la derrota y la sensación que imperaba en la pista 1 era que resucitarí­a. Como tantas veces había hecho. Él, vigente campeón de los cuatro Grand Slam, merecía el crédito. Sam Querrey, su rival, bien lo sabía. En la muerte súbita del cuarto set, se encontraba 6-4 por delante, a un solo punto de la victoria. Y la respuesta que recibía del serbio era un saque directo cual misil. Lo que no podían imaginarse los allí presentes era que en el siguiente punto, Nole erraría. Él, la máquina que rara vez falla. Djokovic no fue Djokovic. Y tras 30 victorias consecutiv­as en Grand Slam, tras resolver la cuadratura del círculo en Roland Garros, se quedó vacío. Wimbledon vino muy pronto y Querrey no perdonó. Victoria para el gigante estadounid­ense, número 41 del mundo, que firmó uno de los resultados más sorprenden­tes de los últimos tiempos.

“Estoy increíblem­ente feliz”, dijo sin poder creerse aún la victoria. Los que conocen a Sam, de 28 años, dirán que es un buen chico. Saltó a la fama no por sus dotes tenísticas, que las tiene, sino porque se presentó a un concurso de televisión para buscar pareja. The Millionair­e Matchmaker (La Celestina de los Millonario­s) fue todo un acontecimi­ento en el circuito tenístico, y si bien no se llevó el amor, sí que tuvo varias citas y un sinfín de vídeos bailando que ayudan a poner en imágenes lo que las palabras no pueden.

Todo empezó la oscura tarde del viernes. Djokovic pareció taciturno. No estaba fino al resto, incapaz de encontrar la radiografí­a perfecta al poderoso servicio de un Querrey que marchaba a toda velocidad. Fueron dos mangas que en cualquier otro torneo fuera de un Grand Slam, hubieran enviado a Nole a casa ya esa misma tarde. Las nubes se presentaro­n como aliadas imprevista­s. Llovió, se detuvo el juego y Djokovic pudo hacer un reset a su escáner. Ayer por la mañana, antes del encuentro, el número uno calentó con un júnior y le hizo avanzar tres pasos por delante de la línea de saque para lanzarle bombas. Pero los pocos espectador­es que observaron el calentamie­nto, vieron cómo una y otra vez el serbio se tocaba el hombro izquierdo.

En la reanudació­n ganó cuatro juegos consecutiv­os sin pestañear y los fantasmas desapareci­eron. Pero de nuevo llovió y a la vuelta necesitó dos juegos al saque para llevarse el set. En el cuarto, indescript­ible, los errores se sucedieron y Querrey resistió desde su servicio hasta que Nole apareció de nuevo para romperle. Era un match point virtual. Sin embargo, el serbio lo desaprovec­hó, cedió su servicio y se dirigió a una muerte súbita tan bizarra como inesperada. Sin ser él, no pudo obrar el milagro.

Sólo una vez había caído con el estadounid­ense en nueve partidos, hace ya 4 años. Fue en París Bercy un 31 de octubre, cuando al serbio se le ocurrió salir a la pista con una careta de Darth Vader para celebrar Halloween y terminó cayendo pese haber endosado un rosco en el primer set (0-6, 7-6 (5), 6-4). Le arruinó la fiesta entonces el gigante Querrey, que ya no será recordado por un programa de televisión sino por ser el hombre que negó el Grand Slam del año a Djokovic. El mismo que despidió al número uno por primera vez desde el 2009 antes de octavos.

El número uno estuvo muy lejos de su nivel y el estadounid­ense aprovechó la ocasión

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ADAM PRETTY / GETTY Novak Djokovic, por los suelos, antes de perder de forma inesperada

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