La Vanguardia (1ª edición)

Mas y asociados

- Isabel Garcia Pagan

Tenemos que acostumbra­rnos a ser pequeños”. El fin cuantitati­vo del bipartidis­mo –el del poder es otra cosa– ha impuesto reflexione­s inéditas en formacione­s políticas como Convergènc­ia. Desde 1977, CDC siempre había estado por encima del 16% de los votos en las elecciones generales, pero el hundimient­o electoral de los últimos seis meses no tiene precedente­s, impone la modestia y obliga a agudizar el ingenio.

El grupo propio en el Congreso depende de la capacidad de seducción de Francesc Homs ante el PP y el PSOE para lograr que los 8 escaños obtenidos el 26-J no se diluyan en el gallinero mixto del hemiciclo; o de la humildad para ser, no sólo pequeño, sino secundario junto a ERC. La ingeniería parlamenta­ria da para otras composicio­nes insólitas pero ninguna hará recuperar el esplendor que otorgaba a los convergent­es ser la única bisagra que abría todas las puertas de la cámara. Comenzando por una investidur­a.

A los cuarenta años de historia de Convergènc­ia y de “responsabi­lidad de Estado” le quedan menos de una semana. En tres horas, el viernes se fulminará un partido y media hora después habrá una nueva marca política en el escenario político. En Madrid llegan las vacas flacas pero en Barcelona se vende que arranca un “nuevo proyecto político, ambicioso e ilusionant­e” aunque sobre él planee el engorroso fantasma de la continuida­d.

El término refundació­n se instaló en CDC en julio del 2014 por la fatal confesión de las fechorías de los Pujol Ferrusola pero la ejecución exprés –tres congresos en dos semanas– desvirtúa la profundida­d de la reforma y se reduce a un compendio de preguntas tipo test que limitan más que regeneran. Convergènc­ia traspasará oficialmen­te su referencia histórica de Jordi Pujol a Artur Mas, nuevo presidente sin funciones ejecutivas, pero corre el riesgo de confundir la necesidad de caras nuevas con la recolocaci­ón de otra generación política en una dirección coral –¿será colegiada o de estructura vertical?–. Mas no quiere militantes que figuren en un partido, quiere asociados que participen al módico precio de 80 euros al año. Un partido que cambiará las formas a la carta. Pero una carta restringid­a.

¿Y en el fondo? La definición del perfil ideológico de la formación confirma el vaivén entre una socialdemo­cracia de nuevo cuño y la liberal oportunity. El empacho de politologí­a anglosajon­a obliga a presentars­e como un catch-all party, cuando en lugar de partido escoba se ha acabado siendo un coladero que pierde apoyos de manera transversa­l. Las asignatura­s pendientes se acumulan sin remedio entre el electorado joven, en el voto metropolit­ano, Barcelona... y ahí está Esquerra, sacándole 147.455 votos de diferencia en unas elecciones generales, capaz de oponerse al proyecto de Barcelona World y ser el primero en recoger los frutos mediáticos de su tamaño menguante. También del de Convergènc­ia.

CDC será más o menos lo que es, pero será más pequeña, y, si el president Carles Puigdemont no lo impide, el electorado catalán se dirigirá a ella con la misma sorna que lo haría Oscar Wilde: “Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho”.

La nueva CDC quiere ser un partido escoba pero ahora es un coladero que no deja de perder apoyos

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