Mas y asociados
Tenemos que acostumbrarnos a ser pequeños”. El fin cuantitativo del bipartidismo –el del poder es otra cosa– ha impuesto reflexiones inéditas en formaciones políticas como Convergència. Desde 1977, CDC siempre había estado por encima del 16% de los votos en las elecciones generales, pero el hundimiento electoral de los últimos seis meses no tiene precedentes, impone la modestia y obliga a agudizar el ingenio.
El grupo propio en el Congreso depende de la capacidad de seducción de Francesc Homs ante el PP y el PSOE para lograr que los 8 escaños obtenidos el 26-J no se diluyan en el gallinero mixto del hemiciclo; o de la humildad para ser, no sólo pequeño, sino secundario junto a ERC. La ingeniería parlamentaria da para otras composiciones insólitas pero ninguna hará recuperar el esplendor que otorgaba a los convergentes ser la única bisagra que abría todas las puertas de la cámara. Comenzando por una investidura.
A los cuarenta años de historia de Convergència y de “responsabilidad de Estado” le quedan menos de una semana. En tres horas, el viernes se fulminará un partido y media hora después habrá una nueva marca política en el escenario político. En Madrid llegan las vacas flacas pero en Barcelona se vende que arranca un “nuevo proyecto político, ambicioso e ilusionante” aunque sobre él planee el engorroso fantasma de la continuidad.
El término refundación se instaló en CDC en julio del 2014 por la fatal confesión de las fechorías de los Pujol Ferrusola pero la ejecución exprés –tres congresos en dos semanas– desvirtúa la profundidad de la reforma y se reduce a un compendio de preguntas tipo test que limitan más que regeneran. Convergència traspasará oficialmente su referencia histórica de Jordi Pujol a Artur Mas, nuevo presidente sin funciones ejecutivas, pero corre el riesgo de confundir la necesidad de caras nuevas con la recolocación de otra generación política en una dirección coral –¿será colegiada o de estructura vertical?–. Mas no quiere militantes que figuren en un partido, quiere asociados que participen al módico precio de 80 euros al año. Un partido que cambiará las formas a la carta. Pero una carta restringida.
¿Y en el fondo? La definición del perfil ideológico de la formación confirma el vaivén entre una socialdemocracia de nuevo cuño y la liberal oportunity. El empacho de politología anglosajona obliga a presentarse como un catch-all party, cuando en lugar de partido escoba se ha acabado siendo un coladero que pierde apoyos de manera transversal. Las asignaturas pendientes se acumulan sin remedio entre el electorado joven, en el voto metropolitano, Barcelona... y ahí está Esquerra, sacándole 147.455 votos de diferencia en unas elecciones generales, capaz de oponerse al proyecto de Barcelona World y ser el primero en recoger los frutos mediáticos de su tamaño menguante. También del de Convergència.
CDC será más o menos lo que es, pero será más pequeña, y, si el president Carles Puigdemont no lo impide, el electorado catalán se dirigirá a ella con la misma sorna que lo haría Oscar Wilde: “Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho”.
La nueva CDC quiere ser un partido escoba pero ahora es un coladero que no deja de perder apoyos