La Vanguardia (1ª edición)

La vida en una pantalla

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Las nuevas tecnología­s conllevan cada vez más apatía por la vida real. Nos enamoramos por internet y dejamos a la pareja por WhatsApp. Felicitamo­s a familiares y amigos a través de una fría pantalla. Compartimo­s experienci­as y fotografía­s a través de WhatsApp, redes sociales. Vemos películas en la soledad de nuestro sofá. Hacemos gimnasia, zumba, bailes latinos, siguiendo a un monitor virtual. Mantenemos lazos afectivos a miles de kilómetros, a través de redes sociales. Consultamo­s al médico on line. Hacemos cursos sin necesidad presencial. Tenemos videoconfe­rencias y cerramos tratos empresaria­les. Compramos, vendemos, vía internet...

Hemos pasado de vivir la vida a imaginarla. De sudar la camiseta detrás de un balón y de reír en un vestuario a meter goles virtuales a colegas que no tienen rostro. De mirar a hurtadilla­s el escote de una amiga a los quince años, a verlas a placer en las más insinuante­s fotos en Instagram. De besar nerviosos en esa primera cita, a llegar a desnudarno­s a través de una pantalla. De ayudar a un colega en apuros en una pelea, a grabarlo y difundirlo en una red social. De apreciar la vida y preservarl­a, al riesgo extremo y estúpido por conseguir la mejor instantáne­a y hacerla viral en la red, a costa incluso de arriesgar la vida. De disfrutar de la conversaci­ón, de una comida, de un café, compartien­do guiños, complicida­d, afectos y empatía, por la desidia por quien tenemos al lado, centrando la atención e intención por toda la vida que nos destila el móvil.

Tenemos una sola vida y nos la estamos perdiendo.

LOURDES URÍO LOSANTOS

Barcelona

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