Rajoy, presidente
Ahí está. Ha ganado la carrera a su estilo, sin correr, casi caminando, con ese aire de profesor despistado que opositó a una cátedra en provincias y ahora le ha tocado, cosas del escalafón y los colegas, también porque cansan menos los despachos que las clases, ser rector. Dicho sea como metáfora para no recurrir al tópico del registrador que todavía es pero que en realidad hace muchos años dejó de ser. Porque se nos olvida que Mariano Rajoy Brey lleva décadas ejerciendo de político y de cargo público, en un peculiar cursus honorum que, probablemente, le define y explica más que ninguno de sus tan celebrados aforismos, meteduras de pata incluidas. Personalmente creo que va a volver a ser presidente del Gobierno. Y que tendremos gobierno al final del verano, cuando el calor africano de la meseta en agosto haya bajado un poco. Y no concibo, pero es tan sólo mi opinión, que el Partido Socialista no vaya, de alguna manera, a facilitar la investidura. Como tampoco creo que Rajoy se haga a un lado elegantemente para hacer posible un gobierno y por el bien del reino, esa España que ahora mismo se me antoja entre dos aguas. Hay un país que desaparece y otro que no acaba de nacer. Como en los versos iniciales de aquel epigrama de Jaime Gil de Biedma, De vita beata: “En un viejo país ineficiente, / algo así como España entre dos guerras / civiles, (…)”. Las Cortes se constituirán el diecinueve de julio próximo, un día después del octogésimo aniversario del levantamiento militar que dio origen a nuestra última guerra civil. Casi se ha extinguido ya del todo el rastro y la voz de los pocos combatientes que aún sobreviven de aquella guerra, quinta del biberón incluida. Y sin embargo, la guerra y la dictadura todavía pesan ante esta nueva transición (permítanme que me abone al tópico) que no acaba de dibujarse.
Otra vez hay que hablar de ruptura o reforma, como entonces, como cuando el régimen franquista quiso perpetuarse al tiempo que se maquillaba y adecentaba para el futuro tras la muerte del dictador. Ahora parecen viejas historias, pero a muchos todavía nos suenan y sabemos de qué se haal
Sánchez tiene la obligación moral de intentar consolidar un programa de reforma junto con los populares
bla cuando se invoca a Carlos Arias Navarro y el espíritu del doce de febrero (de 1974, con el general todavía vivo), el que alumbró aquella timorata ley de Asociaciones Políticas. La Platajunta, es decir, la oposición democrática, estaba entonces por la ruptura, por crear un orden nuevo (sí, aquella terminología que tanto servía para extremismos de izquierda como de derecha) y recibió con extraordinario recelo la figura de Adolfo Suárez, que cuando fue escogido por el rey Juan Carlos (“el breve”, apodaban todos monarca, tanto a la izquierda como a la derecha, para significar su inminente caída) ya había sido nada menos que ministrosecretario general del Movimiento. ¿Qué reforma se podía esperar de él y de las Cortes franquistas? La Platajunta no dio credibilidad ni a Suárez ni a la ley para la Reforma Política de noviembre de 1976. Y de hecho propugnaba la abstención activa ante el referéndum del quince de diciembre, el que precisamente refrendó la reforma. A partir de ahí, es sabido: legalización del PCE, pactos de la Moncloa, aprobación de la Constitución y todos estos años de democracia que ahora, en ocasiones, en momentos de desasosiego, algunos vemos en peligro. Se impone hoy otra vez la reforma, el pacto, el sentarse a hablar y llegar a acuerdos. Sea Rajoy presidente y páctese el futuro razonable de España, aquel que podamos compartir muchos, los más posibles. Tras el resultado del referéndum británico, que sin duda ayudó a aupar al candidato Rajoy, y tras estas últimas elecciones, el panorama es muy distinto. Pablo ha caído del caballo en su particular camino a Damasco. Y el gobierno encabezado por Sánchez que pudo llegar a ser es ahora una quimera, un trasgo. Pedro Sánchez tiene la obligación moral, o al menos así lo creo, de intentar consolidar un programa de reforma junto con los populares. Ojalá también con Ciudadanos. Y ojalá que otros más se sumasen a la discusión civilizada y dejasen de hablar de regeneración democrática para efectivamente acometerla. Las dificultades y los problemas que se adivinan en el horizonte inmediato, más aquellos que ya nos acucian, justifican y exigen altura de miras y capacidad de diálogo, que también significa negociación y acuerdo y alguna renuncia, cómo no. Paro, corrupción, reforma de la justicia, de la educación (sin ella no hay futuro), de la ley electoral, del sistema de financiación, del sistema fiscal todo, de la sucesión a la Corona, y tantos otros temas demandan un tiempo y unos modos nuevos. Puede llegar a darse que, si todo ese paquete de mejoras, desde la ley fundamental a muchas otras, se negocia y acuerda, Rajoy acabe siendo el presidente más reformista de la democracia. De inmovilista a renovador. O tal vez es que simplemente avanzaba lento, o ni eso, a lo mejor se movía con ese bamboleo un poco grotesco de la marcha atlética. Aguantando más y yendo más lejos que cualquier sprinter.