De lo sagrado y lo pagano del cuerpo femenino
La protagonista de Maestra, de L.S. Hilton, convierte su sexualidad en un arma, un instrumento. La francesa Virginie Despentes es taxativa respecto a la potencia herética de esta idea. “El uso del cuerpo de la mujer, y lo vemos de forma muy clara en el debate sobre la prostitución, es un tabú que viene directamente de la religión, de los tabúes religiosos que sancionan que el cuerpo de la mujer no debe entrar en los círculos de dinero”. Y no duda del origen espiritual de esta sacralización, por más que sea común en personas de diferente condición política, religiosa o sexual. Incluidas las feministas: “Las razones son religiosas, no existe otra razón para que uno pueda comerciar con su intelecto pero no con su sexo. Si eres obrero siderúrgico o trabajas en el campo expuesto a pesticidas, es obvio que tu cuerpo va a sufrir con ello, y seguramente más que el de una prostituta”, prosigue Despentes. “Pero subsiste esta idea de que el cuerpo de la mujer pertenece a la familia, a los hijos, al amor de su pareja, y de momento, no hemos logrado salir de esta esfera”. Para la escritora francesa, es un hecho singularmente delator la similitud de los discursos de quienes, incluso desde la izquierda o el feminismo, se manifiestan contra la prostitución, con los de los integristas religiosos: “Me impactó muchísimo ver que en Irán, las autoridades critican duramente a chicas que trabajan como modelos, y que los argumentos que utilizan para decir por qué una mujer no debería enseñar los brazos, por ejemplo, son exactamente los mismos que oyes en Europa para rechazar la legalización de la prostitución. Son hasta tal punto iguales los argumentos de unos y otros que resulta cómico. Todo ello proviene de la idea de que la mujer no pertenece al mismo ámbito que los hombres, pertenece al hogar, y por tanto no puede exponer su cuerpo de forma pública ni mucho menos comerciar con él”. Sin embargo, no cree que sea un retroceso la proliferación de heroínas literarias sumisas o pasivas, como las creaciones de E.L. James o de Stephenie Meyer (autora de Crepúsculo). “Quizá haya algo de Cenicienta, algo masoquista en nosotras, pero no creo que esas lecturas afecten a las chicas de hoy, seguro que tienen otros referentes de ficción, porque yo las veo mucho más espabiladas que éramos en mi generación”.