Barça rico, Barça pobre
Cuando yo era pequeño, llevábamos a la escuela el papel de plata de las tabletas de chocolate y los sellos usados de las cartas. Su destino era convertirse en dinero para las misiones, especialmente para los chinitos, que entonces eran como los negritos y los pobrecitos pieles rojas: se les tenía que cristianizar y civilizar. Y también alimentar, porque se morían de hambre. Pero eso era ayer. Hoy imploramos a la China que alguno de sus magnates más rumbosos tenga a bien trasegar unos cientos de millones a nuestro fútbol.
De las penurias soviéticas y maoístas, rigurosamente socializadas, han surgido unos nuevos ricachos que, junto con los petromillonarios, son los mandarines del fútbol actual. Las cuotas de los socios sirven de muy poco. El merchandising, la televisión, la publicidad de la camiseta y del nombre del estadio son hoy pilares imprescindibles de un proyecto futbolístico de primer nivel. Pero tampoco es suficiente. Los equipos más atractivos deportivamente, incluso los más rentables, no pueden competir con los excedentes de oro de unos nuevos reyes Midas que en cuatro días convierten un club medianito en una potencia temible.
El Barça ficha a golpe de talonario, pero dice que los jugadores no vienen por la pasta sino por amor a los colores. ¡Y un cuerno! Las costuras del club están a punto de reventar por unos sueldos y unas fichas que crecen sin parar. El Barça ya no puede hacerse con las mejores piezas del mercado, incluso le cuesta retenerlas. Hemos leído con asombro en las últimas semanas que Neymar se iba, que se quedaba, que dudaba y al final ya está atado. ¿Ya no le gustaba el Barça? ¿O escuchaba los cantos de sirena en forma de lluvia de billetes redoblada? Que alguien hubiera pagado la cláusula de Neymar o el precio que piden por Pogba supera los límites de la procacidad.
La brecha entre los ricos y los pobres se acentúa. Los ricos son cada vez más escandalosamente ricos en todo el planeta y se empobrecen las clases medias que deberían ocupar el espacio central. El superlujo, a menudo hortera y estúpido, se exhibe sin rubor. También en el mundo del fútbol. El Barça es hoy un rico venido a menos y ya no le basta con la humillación de haber lucido una publicidad que provoca sonrojos. Así pues, tenemos dos soluciones: o hacemos como el Espanyol, que se ha buscado un padrino chino, o aceptamos la realidad y competimos dignamente con lo puesto sin echar la casa por la ventana. Quien quiera títulos, que se haga socio del PSG o del Manchester City, propiedades privadas de unos dueños que se toman el mercado futbolístico como una tienda de chuches.