La marcha nocturna de Beirut
El ambiente festivo y tolerante de la capital libanesa ha sobrevivido a todo y es ya legendario
Los libaneses tienen el tesoro de su vitalidad. Antes, durante y después de la gran guerra de 1975 a 1990, Beirut ha vivido, sin renunciar nunca a su marcha nocturna, insólita en todas estas ciudades levantinas, árabes. Las décadas de los sesenta y setenta elevaron su mito de ciudad alegre y confiada del Mediterráneo oriental, con sus clubes, sus salas de fiesta, sus discotecas, su Casino del Líbano, que atraían a medio mundo. Fue una capital internacional festiva, poseedora de un ambiente permisivo y tolerante de libertad. Incluso durante los años de la guerra, los más recalcitrantes noctámbulos tenían también sus lugares privilegiados abiertos en el este cristiano, como Jet Set, Key Club, Mandalun, o en los barrios musulmanes del oeste como Bakstreet, Mecano, Beachcomber.
Había beirutíes que atravesaban barricadas, se arriesgaban a cruzar puestos milicianos durante las pausas de los bombardeos y combates, de un lado a otro de la capital para no perderse sus fiestas. Después de la guerra, la calle Monot, en el confín de los barrios cristianos y musulmanes, en torno al sacrosanto feudo de los jesuitas con su famosa universidad de Saint-Joseph, fue el ámbito preferido de la marcha nocturna. A las cinco de la madrugada cerraban sus locales como el Cuba Libre, sobre cuyas barras de bar danzaban muchachas con minifalda, con ajustados tejanos y blusas que enseñaban el ombligo. La angosta calle Monot, siempre muy animada, decayó en poco tiempo.
Después del atentado contra el ex primer ministro Hariri en el 2005, las continuas manifestaciones, a veces violentas, en la cercana plaza de los Mártires ahuyentaron a su clientela juvenil, y la marcha de Beirut se trasladó a la calle Gemayze, extendiéndose hasta el antiguo barrio armenio de Mar Mijael (San Miguel).
Como en cualquier calle occidental, hay enjambres de jóvenes sentados en taburetes, de pie, en las aceras, delante de bares, cafeterías, bebiendo cerveza, vodka, bebidas energéticas, alambicados cócteles, fumando envueltos en la música de los últimos hits estadounidenses. Chicas y chicos, en su mayoría de burguesas familias cristianas de estilo vida occidental, han convertido este barrio de modestos artesanos y comerciantes armenios, de pequeños talleres mecánicos y tiendecitas de comestibles, en un espacio urbano de vibrante consumo. Radio Music, International bar, Subway, Fuel Garage Bar, U-mail Vox, son algunos de los rótulos de estos locales de moda. Tavolino y Toto son sus conocidos restaurantes de cocina europea, y Ainab, el que sirve sus platos de estilo libanés.
En una desahuciada estación de tren (la guerra fue la sepultura del ferrocarril en Líbano) han instalado uno de los clubes nocturnos más prestigiosos de Beirut, el selecto Train Station. No es sólo este ambiente de perpetua fiesta nocturna lo que ha puesto de moda su larga calle, antes llamada del Río y rebautizada ahora calle Armenia, sino la apertura de salas de exposiciones artísticas, de talleres de diseño y arquitectura, centros alternativos de creación. “Mar Mijael –me decía una noche Nada Ziade, que abrió una pequeña librería de títulos editados en España, de vida breve– es como un pequeño Marais parisino”. Este cambio del carácter del vecindario con el aumento de los precios de los locales y de sus alquileres, va vaciando sus vetustas casas, algunas todavía de bellas fachadas de sus habitantes armenios. Eso sí, quedan las antiguas escaleras públicas en esta zona, numerosas escaleras que se encaraman por la colina de Ashrafie y Geitaui y que son a menudo también una fiesta de música, desfiles de moda a la intemperie, de exposiciones de pintura.
¡Beirut, capital árabe, mediterránea y occidentalizada de infatigable energía creadora!
En una desahuciada estación –la guerra sepultó el ferrocarril en Líbano– hay ahora el selecto Train Station, en perpetua fiesta