Rivera ama la autonomía
La cuestión clave para Ciudadanos es la autonomía. Su autonomía. Esta expresión fue muy empleada por Felipe González durante los primeros años de la transición. González defendía repetidamente la “autonomía del proyecto socialista” para marcar distancias con el Partido Comunista de España, que en aquel momento desempeñaba un claro papel dirigente en las plataformas de oposición. El joven González no quería ser un monaguillo de Santiago Carrillo, el zorro rojo.
“No hemos sacado más de tres millones de votos para acabar sirviendo los cafés a la vieja dirección del Partido Popular”. Esta es la idea de Albert Rivera. Los resultados del 26 de junio han reafirmado este enfoque. El partido naranja ha perdido ocho escaños como consecuencia de las oscilaciones provinciales, pero su disminución de voto ha sido limitada. Ha visto volar menos de 400.000 papeletas. Ciudadanos ya cuenta con una base electoral aparentemente estable, formada preferentemente por gente de clase media menor de 50 años que desea algunos cambios en España.
El grupo dirigente de Ciudadanos ama la autonomía. La suya. Quieren ser algo más que una UPyD de talla grande. Quieren seguir explorando la posibilidad de convertirse, a medio plazo, en una alternativa factible al Partido Popular. Un centroderecha más joven, más liberal, más limpio y más contundente con los nacionalismos, especialmente con el movimiento secesionista catalán.
Defienden la autonomía de su proyecto frente a quienes pretenden teledirigirles. Tienen a muchos entrenadores dispuestos a dar órdenes. El círculo de fundadores del partido, donde destaca la voz del profesor Francesc de Carreras, desearía ver a Ciudadanos en un gobierno de concentración nacional, con dos tareas prioritarias: garantizar la unidad de España y romperle la crisma al independentismo catalán. Los centros de poder que han contribuido de manera decisiva a la fenomenal proyección mediática del partido naranja, quieren, simplemente, que Ciudadanos diga sí a la investidura de Mariano Rajoy y favorezca con este gesto la abstención del PSOE. El joven Rivera discrepa: rechaza entrar en un Gobierno presidido por Rajoy y se resiste a dar el sí a la investidura. Por ahora. Por ahora. Por ahora.
Rivera ama la autonomía. La suya. El líder de Ciudadanos llegó ayer a la reunión con el presidente en funciones con un triunfo táctico bajo el brazo. Ha conseguido romper el pacto Hernando-Homs, que iba más allá del reconocimiento del grupo parlamentario de CDC. Era un esbozo. Era la hipótesis de una futura colaboración PPPNV-CDC en temas económicos, que podía rebajar el peso de Ciudadanos en una legislatura atormentada, que es la que viene. “No podemos colaborar con un PP que pacta con los secesionistas”, dijo Rivera, y el pacto imberbe se quebró. CDC se ha quedado sin grupo y se siente humillada. ERC sonríe.
Bien envuelto en la bandera de España, Rivera sigue negándole el voto afirmativo a Rajoy, pero ya le ofrece futuros pactos presupuestarios. El presidente le toma la palabra y cree que puede envolverle. Ayer reunió a la dirección del PP y se mostró optimista. Mejor dicho, les pidió que difundiesen optimismo. “Hemos dado el primer paso de un largo camino”. Rajoy pretende envolver a Ciudadanos con su propio celofán.
La presión pasa de nuevo a Pedro Sánchez.
Ciudadanos quiere su libertad: influir y condicionar, sin convertirse en monaguillo del PP