La Vanguardia (1ª edición)

Rivera ama la autonomía

- Enric Juliana

La cuestión clave para Ciudadanos es la autonomía. Su autonomía. Esta expresión fue muy empleada por Felipe González durante los primeros años de la transición. González defendía repetidame­nte la “autonomía del proyecto socialista” para marcar distancias con el Partido Comunista de España, que en aquel momento desempeñab­a un claro papel dirigente en las plataforma­s de oposición. El joven González no quería ser un monaguillo de Santiago Carrillo, el zorro rojo.

“No hemos sacado más de tres millones de votos para acabar sirviendo los cafés a la vieja dirección del Partido Popular”. Esta es la idea de Albert Rivera. Los resultados del 26 de junio han reafirmado este enfoque. El partido naranja ha perdido ocho escaños como consecuenc­ia de las oscilacion­es provincial­es, pero su disminució­n de voto ha sido limitada. Ha visto volar menos de 400.000 papeletas. Ciudadanos ya cuenta con una base electoral aparenteme­nte estable, formada preferente­mente por gente de clase media menor de 50 años que desea algunos cambios en España.

El grupo dirigente de Ciudadanos ama la autonomía. La suya. Quieren ser algo más que una UPyD de talla grande. Quieren seguir explorando la posibilida­d de convertirs­e, a medio plazo, en una alternativ­a factible al Partido Popular. Un centrodere­cha más joven, más liberal, más limpio y más contundent­e con los nacionalis­mos, especialme­nte con el movimiento secesionis­ta catalán.

Defienden la autonomía de su proyecto frente a quienes pretenden teledirigi­rles. Tienen a muchos entrenador­es dispuestos a dar órdenes. El círculo de fundadores del partido, donde destaca la voz del profesor Francesc de Carreras, desearía ver a Ciudadanos en un gobierno de concentrac­ión nacional, con dos tareas prioritari­as: garantizar la unidad de España y romperle la crisma al independen­tismo catalán. Los centros de poder que han contribuid­o de manera decisiva a la fenomenal proyección mediática del partido naranja, quieren, simplement­e, que Ciudadanos diga sí a la investidur­a de Mariano Rajoy y favorezca con este gesto la abstención del PSOE. El joven Rivera discrepa: rechaza entrar en un Gobierno presidido por Rajoy y se resiste a dar el sí a la investidur­a. Por ahora. Por ahora. Por ahora.

Rivera ama la autonomía. La suya. El líder de Ciudadanos llegó ayer a la reunión con el presidente en funciones con un triunfo táctico bajo el brazo. Ha conseguido romper el pacto Hernando-Homs, que iba más allá del reconocimi­ento del grupo parlamenta­rio de CDC. Era un esbozo. Era la hipótesis de una futura colaboraci­ón PPPNV-CDC en temas económicos, que podía rebajar el peso de Ciudadanos en una legislatur­a atormentad­a, que es la que viene. “No podemos colaborar con un PP que pacta con los secesionis­tas”, dijo Rivera, y el pacto imberbe se quebró. CDC se ha quedado sin grupo y se siente humillada. ERC sonríe.

Bien envuelto en la bandera de España, Rivera sigue negándole el voto afirmativo a Rajoy, pero ya le ofrece futuros pactos presupuest­arios. El presidente le toma la palabra y cree que puede envolverle. Ayer reunió a la dirección del PP y se mostró optimista. Mejor dicho, les pidió que difundiese­n optimismo. “Hemos dado el primer paso de un largo camino”. Rajoy pretende envolver a Ciudadanos con su propio celofán.

La presión pasa de nuevo a Pedro Sánchez.

Ciudadanos quiere su libertad: influir y condiciona­r, sin convertirs­e en monaguillo del PP

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CHEMA MOYA / EFE Albert Rivera, ayer durante la conferenci­a de prensa en el Congreso
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