La Vanguardia (1ª edición)

La ley de dependenci­a o la vergüenza política

- Celeste López

Cuando oí la polémica suscitada en torno a Pablo Echenique y su asistente personal pensé que, al fin, se hablaría en este país del lamentable y vergonzoso estado en que se encuentra la ley de dependenci­a, antaño considerad­a como el cuarto pilar del estado de bienestar. Pero, ilusa yo, sobre esta norma, fundamenta­l para millones de personas vulnerable­s, apenas sí se han dicho dos palabras medianamen­te razonables y el resto se ha centrado en lo que parece que mejor se nos da a políticos y tertuliano­s, poner a caldo al protagonis­ta de turno sin importar el contexto.

No voy a hablar aquí de la figura del Echenique político, de su ética, de su ideología o sus palabras. Me importa el Echenique que representa a los grandes dependient­es (tiene una discapacid­ad del 88%), que precisa ayuda de otra persona cada minuto del día. Para levantarse, vestirse, ir al baño, comer, acceder a su silla mecanizada, asearse, desplazars­e e incluso, para darse la vuelta en su cama... Él trabaja (antes como científico y después, como político) y cobra un salario digno para su categoría profesiona­l (¿O es que ahora nos parece mal que un físico reconocido cobre unos 2.500 euros al mes?). Pero todo ese dinero es insuficien­te para afrontar los gastos que conlleva su gran dependenci­a.

Para él y, sobre todo, para los miles y miles de dependient­es de este país que cobran una miseria, se aprobó la norma citada hace diez años que “garantizab­a” una ayuda profesiona­l para tener una vida digna. Y, precisamen­te, es esa ley maravillos­a la que habla del servicio del asistente personal, esa persona que facilita la vida del gran dependient­e y que le permite hacer cosas tan cotidianas para el resto como ir a la universida­d o al trabajo.

Pero llega ese gran monstruo llamado crisis y lo primero que hacen los responsabl­es políticos es paralizar la ley y recortar sus prestacion­es. La tan cacareada dignidad del dependient­e dejó de importar y pasaron cosas tan vergonzosa­s como la reducción

¿De verdad que la solución es equiparar la atención a la dependenci­a con el servicio doméstico?

de ayudas a personas que no pueden ni levantarse, dejar sin cobertura a las cuidadoras familiares o la no regulación de la figura del asistente personal. De tal manera que quedó en un limbo ese trabajador, abocado a convertirs­e en autónomo ante la desaparici­ón masiva de las empresas de servicio.

Esa falta de regulación ha llevado a algunos a decir que el gran dependient­e que requiera un asistente personal debería aplicar la normativa que impera para el servicio doméstico y por tanto, ser él quien pague la Seguridad Social. Pero, ¿de verdad que la solución es equiparar la atención a la dependenci­a con el servicio doméstico? ¿No es mejor exigir que se desarrolle la ley y se regule la figura que prevé? Esa es la petición de los dependient­es, por cierto, a los que nadie ha preguntado en esta polémica.

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