La Vanguardia (1ª edición)

El triunfo de Mr. Hyde

- Antoni Puigverd

Los veraneante­s paseaban tranquilos, con los niños en la mano y un helado en la boca. De repente, gritos, carreras, taquicardi­as. Como en Niza –pensaron– también en Platja d’Aro ha llegado la yihad. La flashmob de Platja d’Aro pareció una tragedia, pero no era sino una estúpida comedia. Ahora bien, dejó una certeza: ni el turista más despistado ignora ya que la violencia forma parte de la normalidad. De repente, el sol de las vacaciones puede mutar en fuego infernal.

En Europa nos sentimos acosados por la violencia yihadista, pero la mayor parte de la violencia mundial es ideológica­mente gratuita. Regresan los bandidos, los piratas, los saqueadore­s. A menudo, la tortura y las escabechin­as son la conclusión de juegos o deportes: esto ocurre, por ejemplo, con las matanzas de mujeres en determinad­as zonas de México. En América, la violencia o bien es enfermiza (la típica carnicería de un resentido en Estados Unidos) o bien es neofeudal: los señores de la droga, los jefes mafiosos o los caudillos de bandas tienen el control absoluto de un territorio, en el que imperan como Calígula, puesto que en su feudo el Estado ha desapareci­do. En África, también abunda una figura medieval: los soldados de fortuna. Grupos armados que se dispersan por un territorio dejando un rastro de cadáveres, incendios, reclutamie­nto forzoso de niños y violacione­s.

En las barriadas, la violencia no la protagoniz­an tan sólo yihadistas, sino también mafiosos, incendiari­os, neonazis y traficante­s, sin olvidar a los ciudadanos normales que, emulando el caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, se convierten en hooligans, como hemos visto en la Eurocopa. La violencia cotiza al alza. Hoy hacen su agosto los secuestrad­ores brasileños, ayer el camionero que aplastaba a decenas de personas, antes de ayer el suicida inmolándos­e en un bar. Todas estas formas de violencia son diferentes, pero tienen un punto en común: perjudican a todo el mundo, también a los que las cometen y, por supuesto, a su gente. Las víctimas de asaltos, pillajes y asesinatos en los barrios más inseguros del mundo son los residentes. Un trabajador social describía los suburbios de París: “Han acabado destruyend­o todo: buzones, portales y escaleras; han expoliado y destrozado la policlínic­a en la que tratábamos gratuitame­nte a sus hermanos y hermanas; no aceptan ninguna norma, destrozan las escuelas, los consultori­os médicos, los centros cívicos y, si alguien monta un campo de fútbol en el barrio, sierran las porterías”.

La agencia turística que organizó la flashmob de Platja d’Aro hizo exactament­e esto, aunque en forma de caricatura: su manera de festejar las vacaciones consistía en estropear las de los demás, aunque también han estropeado las de sus clientes. He ahí el reto del mundo actual: ¿pueden las sociedades actuales mantener la convivenci­a si basta con uno de cada mil para mandarla al garete?

“Si alguien monta un campo de fútbol en el barrio, sierran las porterías”

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