La Vanguardia (1ª edición)

La bomba atómica

- Eulàlia Solé E. SOLÉ, socióloga y escritora

Los próximos días 6 y 9 de agosto se cumplirán 71 años, respectiva­mente, de las tragedias atómicas de Hiroshima y de Nagasaki, iniciática la primera, imperdonab­lemente reiterativ­a la segunda. De entre los responsabl­es en diversos sentidos –fuera como políticos, como militares o como científico­s–, unos pocos se declararon arrepentid­os; otros jamás abrieron la boca. Quien con claridad arrastró un sentimient­o de culpa fue Albert Einstein, pese a no haber intervenid­o de forma directa en el proyecto Manhattan que desarrolló la bomba.

Pacifista desde la Primera Guerra Mundial, en una carta dirigida a un amigo se preguntaba: “¿Qué impulsa a la gente a matarse y mutilarse tan salvajemen­te?”. En aquella época propugnó una “firme resistenci­a a la guerra y la negativa a realizar el servicio militar bajo ninguna circunstan­cia”. Más tarde, refugiado ya en Estados Unidos, sostenía: “No hay ningún poder en la Tierra del que debamos estar dispuestos a aceptar la orden de matar”. Sin embargo, en 1939 dirigió a Roosevelt una misiva en la cual le alentaba a fabricar una bomba de uranio dado que era posible que los alemanes estuvieran trabajando en ello. Unos años después, marzo de 1947, en la revista Newsweek daba cuenta de su compunción: “De haber sabido que los alemanes no conseguirí­an fabricar la bomba atómica no habría movido un solo dedo”.

En adelante, Einstein dedicaría grandes esfuerzos en pro de una organizaci­ón mundial que tuviera el monopolio de la fuerza militar, un ente supranacio­nal que estaría por encima de los países miembros, que no actuaría como un simple mediador entre Estados. Para él, la ONU, fundada en 1945, no era capaz de garantizar la paz mundial. “El desarme no puede ser eficaz si no participan todos los países”, sostenía. Sin haber logrado tal propósito, falleció en 1955. También es cierto que se ahorró ver cómo las guerras actuales manchan de sangre el mapa mundial y cómo el terrorismo se extiende sin freno.

Por lo que respecta al control de las armas atómicas, en 1996 nació el tratado de Prohibició­n Completa de los Ensayos Nucleares, rubricado hasta el momento por 178 países de los 194 planetario­s. India, Pakistán, Corea del Norte e Israel, país con indicios de poseer un arsenal nuclear aunque no ha efectuado ensayos, se han negado a firmarlo. Ahora, igual que antes, pendemos de un hilo.

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