‘Conspiranoias’ del arte
Confieso que cuando oigo hablar de la conspiración del arte contemporáneo me echo a temblar. En primer lugar, porque las teorías conspirativas siempre me han parecido fabulaciones descabelladas que reducen la realidad a una película de buenos y malos. Me refiero a esas conspiranoias sobre fuerzas ocultas que actúan como un engranaje perfecto en contra de los intereses de la gente común y que resultan atractivas porque dan respuestas simples a situaciones complejas o desasosegantes. Desde el asesinato de John Fitzgerald Kennedy a los negacionistas del Holocausto o el virus del Ébola. Circulan sin pruebas y se propagan a una velocidad explosiva. Frente a ellas no queda más que nuestra capacidad de razonar. Y en este caso, lo admito, por más que le dé vueltas se me escapa la razón por la cual artistas, directores de museos, críticos, galerías, coleccionistas, profesores universitarios… se habrían querido conjurar secretamente para embaucar a media humanidad.
En una reciente visita al nuevo edificio de la Tate Modern de Londres, Mario Vargas Llosa parecía haber dado finalmente con el misterio. Tras observar las explicaciones que una profesora ofrecía a sus alumnos ante un “objeto estético, el palo de escoba pintado por un artista cuyo nombre decidí no averiguar”, el Nobel insistía en la idea de que el arte de nuestros días era objeto de “una sutilísima conjura poco menos que planetaria” en la que los agentes que participan de él “se habían ido poniendo de acuerdo para engañarse” y “engañar a todo el mundo”. En su artículo, publicado en La Nación (“La impostura del arte contemporáneo”), el escritor nada decía de la inteligencia de los millones de víctimas del timo que hacen colas y visitan los museos a diario, pero aportaba una hipótesis que explicaría el comportamiento de los maquinadores: “Permitir que algunos pocos se llenen los bolsillos”. Lo siento, pero sigo sin ver ese interés colectivo de las gentes del arte por traer unos cuantos millonarios más al mundo. Y difícilmente estos serán artistas. Desde el ámbito universitario, Marta Pérez e Isidro López acaban de hacer público un informe demoledor: más del 45% de los artistas españoles afirma que sus ingresos anuales se sitúan por debajo de los 8.000 euros, y de ellos sólo el 20% procede del mundo del arte. Demasiado poco para prestarse a semejante broma.
No creo que todo el arte que se produce hoy sea bueno; lo hay mediocre, vacío, frívolo, irrelevante y pretencioso a patadas. Y lo hay también que nos amplía nuestra percepción del mundo y nos da placer. Pero es trabajo nuestro querer mirar y permitirnos sentir. La gran estafa del arte contemporáneo, en todo caso, no es su apego al mundo de las ideas sino su rechazo de la belleza, denigrada como un viejo valor burgués, algo estúpido pasado de moda. La belleza es hoy un tabú. Y un peligro. Lo aprendí de Pina Bausch, quien al final de su vida la buscaba desesperadamente en su danza porque, decía, la experiencia de la belleza es lo que nos da coraje. Exactamente lo que el mundo necesita.
La gran estafa del arte contemporáneo no es su apego al mundo de las ideas, sino su rechazo de la belleza