Un taurino cabal
En el rico, hermoso, a veces arcaico y siempre preciso vocabulario taurómaco, el término taurino es usado para señalar (a veces con perversas intenciones) a las personas relacionadas con la fiesta de los toros y a todo lo referente a esta. Ocurre, sin embargo que hay taurinos y “taurinos”. Estos, los entrecomillados, son dañinos para lo que se supone aman y defienden: maniobran, manipulan, son los continuadores, sin clase ni gracia, de una picaresca superada por el paso del tiempo.
Ser taurino (sin comillas) es otra cosa. Es amar la Fiesta de los toros y hacerlo como aficionado o profesional, desde las múltiples facetas abarcables.
Ejemplo de taurino cabal es Miguel Flores, que ha muerto en Madrid a los 88 años. Quiso ser torero y no pasó de novillero, pero siempre estuvo en el toreo como descubridor de nuevo valores y apoderado. Su discreto y elegante porte, una proverbial sensibilidad y nobleza, le hicieron ganarse el cariño y el respeto de cuantos le trataron, aunque no siempre el agradecimiento estuvo a la altura que merecía.
Una anécdota explica ese espíritu quijotesco de Miguel Flores: después de debutar como novillero en Utrera, en 1951, en los años siguientes toreó en un buen número de festejos en plazas del norte de España y también Sevilla y Salamanca, hasta que una grave cornada en la madrileña Vista Alegre le apartó de los ruedos. Pasado el tiempo y preguntado por si había descubierto alguna joven promesa citó a El Camborio, a cuyo nombre firmó varios contratos. Cuando llegó el día de torear la primera fecha, quien se presentó fue el propio Flores, que esa tarde se quitó para siempre el traje de luces.
Miguel Flores (aunque él, fiel a su carácter, le daba el mérito al padre del matador Emilio Muñoz) descubrió a Morante de la Puebla –que lo define como un apoderado de los antiguos– cuando este tenía 16 años y estuvo con él hasta el día de su alternativa. Siempre le gustaron a Flores los toreros de arte y después de Morante llegarían, entre otros, Julito Aparicio, Salvador Vega o un torero
De espíritu quijotesco, no pasó de novillero, pero fue descubridor de nuevos valores y apoderado a la antigua
nacido en Lleida, Andrés Palacios, que deslumbró en el 2004 en su presentación como novillero en la Monumental de Barcelona, donde al año siguiente tomó la alternativa aunque, ya sin Miguel Flores a su lado, se fue diluyendo.
Su inquietud artística le llevó a escribir en diversas publicaciones y editar el libro Como los ángeles quisieran torear, un título que le define.
Dicen que algunos toros se parecen a sus criadores. Algunos de “sus” toreros se parecían a él.