La Vanguardia (1ª edición)

“Por mi hijo”

Michael Phelps sigue siendo un mito: atrajo a miles de periodista­s

- SERGIO HEREDIA Enviado especial

Suena un altavoz en la sala de prensa. El anunciante comunica que la conferenci­a de Michael Phelps empieza en tres minutos en la sala Samba. Centenares de periodista­s se levantan. Salen pitando. O te das prisa, o te quedas sin sitio. La sala es amplia. El techo se eleva diez metros. Hay espacio para miles de periodista­s. Y para cientos de cámaras.

Hay una gran pantalla junto al escenario. Anuncia los canales de los traductore­s que nos entregan al acceder al recinto. En el canal 3 traducen al portugués. En el 8, al japonés.

Michael Phelps (31) entra a la hora prevista. Viene sonriente. Tiene un aspecto relajado, nada que ver con la pinta de otros tiempos.

Viajemos a Pekín 2008, por ejemplo. Entonces, Phelps vivía los trabajos y los días. Se había marcado un empeño gigantesco. Pretendía superar la gesta de Mark Spitz, sus siete oros de Munich’72. Sentía la presión de la historia y la prensa. La suya propia. Estaba más serio, más seco. Más agrio. Contestaba gruñendo, o con monosílabo­s. Se quería sacar de encima a los cronistas. Lo pasó mal. Pero le salió bien: hoy, Phelps es historia.

En el Watercube de Pekín superó a Spitz, al alcanzar ocho oros. Se convirtió en el nadador más importante de todos los tiempos. Justo lo que todos le exigían.

Incluido Bob Bowman, su entrenador de toda la vida.

Siguió haciéndose fuerte cuatro años más tarde, en Londres 2012, donde recogió otros cinco oros. Luego se rompió. Dejó la natación, tuvo graves problemas con el alcohol, ingresó en un centro de rehabilita­ción, se sometió a trabajos sociales, le detuvieron por conducir borracho... Y tocó suelo. Un buen día, se fue a ver a Bowman, y le dijo: –Quiero volver. Y Bowman, de tez roja, como tostado por el sol, le reabrió la puerta.

Ayer, Bowman se sentó junto a Phelps. Pero apenas abrió la boca. Las preguntas eran para su pupilo.

Scott Leightman, jefe de prensa de la natación estadounid­ense, entró de inmediato en materia.

–Preguntas para Phelps y Bowman, por favor –dijo. Se alzaron decenas de manos. Phelps sonrió. Disfrutaba con el momento, quién lo hubiera dicho en Pekín, en los tiempos de los trabajos y los días.

Phelps es dichoso, por ejemplo, porque le han designado como abanderado del equipo estadounid­ense. Y ese es un sueño que nunca antes había podido cumplir.

–¡Ni siquiera había acudido a una ceremonia inaugural! –voceó.

–¿Por qué no lo había hecho? –le preguntaro­n.

–Dura mucho tiempo. Al menos, ocho horas. Y al día siguiente, tenía que competir. Bowman jamás me lo hubiera permitido –respondió.

Y Bowman, al lado, dichoso, cada vez más colorado: sin duda, tiene que ser un gustazo esto de marcarle el tempo al mejor nadador de la historia.

Este hombre, Bowman, merece un capítulo aparte. Se ha escrito mucho sobre sus entrenamie­ntos estajanovi­stas, la exploració­n de los límites a la que somete a Phelps.

Más de una vez, ambos se han tirado los trastos a la cabeza en la piscina de Baltimore. Se despedían enfurruñad­os.

–¿Y por qué estás aquí? ¿Qué es lo que aún te mueve? –le siguieron preguntand­o a Phelps.

–Me divierte lo que hago. Estoy en ese momento en el que ya lo he hecho todo. He logrado que este deporte, la natación, esté en primer plano, que sea un gran deporte olímpico. Aquí estáis todos, ¿no?

Y de fondo está su hijo, Boomer, que nació en primavera.

–Puedo enseñarle fotos, vídeos, parte de lo que he logrado hasta ahora. Todo esto va por él, también por él.

La rueda de prensa acabó ahí, cuarenta minutos más tarde.

Veremos a Phelps disputando tres pruebas, los 100 m y 200 m mariposa y los 200 m estilos.

Luego entraban Katie Ledecky y Ryan Lochte, otros fenómenos de la natación estadounid­ense.

Pero aquí, parte de la prensa internacio­nal ya había desapareci­do.

Phelps es universal.

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS Phelps es hoy un deportista tranquilo, consciente de que ya ha hecho todo lo que tenía que hacer POR LA NATACIÓN “He logrado que este deporte esté en primer plano; por eso estáis aquí todos vosotros, ¿no?”

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PATRICK B. KRAEMER / EFE Michael Phelps, ya entrenándo­se en Río, sale de la piscina sonriente
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