La Vanguardia (1ª edición)

Todas las plagas de Río (no playas)

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Juraría que he batido el primer récord mundial de estos Juegos Olímpicos. Ha sido en la siempre compleja disciplina de peso de maleta. La plusmarca ha sido de 24 kilos según la báscula de la compañía portuguesa TAP en el aeropuerto de El Prat. Eso suma más de un kilo por día de estancia, bolsa de mano al margen. Es lo que tiene viajar a una ciudad que, según la aplicación meteorológ­ica de los móviles de Apple, tiene una horquilla de temperatur­as que se va a mover, durante las próximas tres semanas, entre los 32 grados y los 17 y donde los dibujos de la previsión van desde la tormenta, la lluvia, las nubes y el sol. Los diferentes tipos de ropa, que abarcan desde un bañador a un abrigo, o unas chanclas y unos mocasines, han compartido espacio en el maletón del viaje Barcelona-Lisboa-Río de Janeiro con un botiquín que, para rellenarlo, tuve que solicitar un crédito. Cremas hidratante­s, repelentes de insectos (especial zika), antihistam­ínicos, antiácidos...

Llevo años viajando a sitios extraños (sin ir más lejos a Seúl en los Juegos del año 1988) pero nunca he tenido la sensación de aterrizar en una ciudad con tantos riesgos como Río. En las última semanas se ha instalado una psicosis colectiva. Amigos como Alejandro Echevarría, que viaja normalment­e a esta ciudad, me ha preguntado si me había vacunado contra la fiebre amarilla. Pues no. Y Albert Baronet, que tiene relación con el equipo de baloncesto español, me ha cuestionad­o si he hecho como ellos y me he pinchado contra la hepatitis. Pues tampoco. Por no hablar de la picada del mosquito del zika: el colega Juan Bautista Martínez, por si acaso, sólo ha traído ropa de manga larga. Ni una mísera camiseta de manga corta, ni una bermuda. Y si entramos en la seguridad, la semana pasada el periodista Josep Lluís Merlos me recordó un tiroteo que presenció con compañeros de TV3 en un semáforo en Río hace unos años. Quizás por eso el exbarcelon­ista Deco, habitual de esta ciudad, me ofreció el sábado apoyo logístico con un encargado de seguridad que me acompañarí­a estos 21 días en Brasil. Muchas gracias pero no.

Tampoco ayuda en exceso a frenar la sensación de apocalipsi­s el libreto que ha regalado el CSD entre la expedición titulado “Consejos imprescind­ibles para viajar seguro a Río de Janeiro”. Son 40 páginas con todas las plagas de Río. En el capítulo de la seguridad, página 10, leo: “Brasil es uno de los países más peligrosos del mundo”. Y sigue: “En caso de asalto se recomienda no ofrecer resistenci­a, incluso cuando los asaltantes son menores, ya que los atacantes suelen ir armados y pueden estar bajo el efecto de drogas”. Viva la Pepa. Probableme­nte la sociedad de la globalizac­ión está agria, vive harta de finales de películas de Disney y de amores imposibles, y se mueve como pez en el agua en las redes sociales donde nos iguala a todos por los suburbios. Vivimos en la época del cuanto peor, mejor. El caos. A emitir la critica preventiva. Por eso antes de empezar ya hemos fustigado a Brasil hasta límites desmesurad­os. Incluso Pau Gasol anunció su intención de congelar esperma... por si los mosquitos. Otra historia es la crisis política, económica y de valores instalada en Brasil y que afectará, sin duda, a los Juegos. Pero el problema no es la prevención, es la alarma: está muy bien que nos avisen, muy diferente es que nos asusten. Hace un día y medio que estoy aquí. De momento ni me han atracado, ni me han asaltado, ni me han picado mosquitos, ni ha habido disparos cerca de mi hotel. De hecho la noticia es que la maleta de 24 kilos no ha sido extraviada, como sí sucede en otros sitios, y ha llegado en perfecto estado de revista. Y, visto el panorama, es para salir a celebrarlo. Al bar del hotel, por supuesto.

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Jordi Basté

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