La Vanguardia (1ª edición)

Las Antillas, senderismo, surf, vela y placeres gastronómi­cos

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LA COS TA ORIENTAL D E BARBADOS ES LA PRIMERA ORILLA CON LA QUE SE TO PAN LAS OLAS PROCED ENTES D EL ATLÁNTICO

Entre todas las islas diseminada­s por los más de tres mil doscientos kilómetros del profundo y azul mar

Caribe, cuatro territorio­s antillanos prometen un viaje variado que incluye senderismo escénico, surf y vela en playas bendecidas por las brisas, una gastronomí­a sabiamente especiada y muchos otros placeres.

SANTA LUCÍA

No hay donde esconderse de los mellizos más famosos de Santa Lucía: dos enormes conos de roca que han contemplad­o incontable­s puestas de sol sobre el Caribe durante los últimos diez mil años. Desde que se formaron como tapones volcánicos, las montañas Pitons destacan en el impresiona­nte y retorcido paisaje que compone gran parte de esta isla en forma de lágrima. Pese a todos los mensajes subliminal­es de aliento que decoran las banderas y las botellas de cerveza Piton, solo unos pocos se animan a escalar los picos. No obstante, el camino a la cima se hace más ameno gracias a Marva Williams.

Esta guía saluda al grupo de excursioni­stas que aguarda junto a un puñado de cabañas de madera en la aldea de Fond Gens Libre ,al pie del más alto de los dos gigantes. “Tenía cinco años cuando ascendí a la cima por primera vez”, dice Marva. Estima que ha subido los 777 metros del Gros Piton unas dos mil veces. Aunque parezca extraño, es mucho más difícil subir los 743 metros del

Petit Piton. Ambos picos se muestran abrumadora­mente escarpados, pero el mayor cuenta con caminos más fáciles, que reducen el tiempo de llegada a la cima en dos o tres horas. Aunque esto no siempre fue así. “Cuando subí por primera vez, no había escalones”, dice Marva.

El horizonte marino se extiende uniformeme­nte azul, sin rastro del mundo multicolor de arrecifes de coral que se encuentra lejos de la orilla. Llega un punto en el que el camino vira, y pasa por un bosque frondoso donde el aire se vuelve denso y se entrelazan viñas. Pasados tres cuartos del trayecto, reina en nuestro grupo un silencio tan solo roto por los silbidos de un pájaro platanero.

En la cima del Gros Piton, Marva apenas ha empezado a sudar. “Podría hacer este recorrido con los ojos cerrados”, afirma, mientras contempla la pirámide del Petit Piton y los pliegos verdes de las montañas más lejanas. La costa está llena de bahías resguardad­as, o anses, tal como se diría en una especie de francés que ha sobrevivid­o desde la llegada de los colonos en el siglo XVIII. El Petit Piton oculta la vista del somnolient­o

puerto pesquero de Soufrière yde sus edificios de listones de madera. También fuera de nuestra mirada –y olfato – se encuentran las pestilente­s y burbujeant­es fuentes sulfúricas, que dieron nombre al pueblo.

Basta descencer y tomar un vuelo de 45 minutos (a partir de 100 € el viaje de ida) en el aeropuerto George FL Charles (Vigie) de Santa Lucía, cerca de la capital, Castries, para dirigirse a las playas de Barbados.

BARBADOS

Barbados es un destino mundial de surf, al ser la primera orilla con la que se topan las olas procedente­s del Atlántico. Las más poderosas llegan a la costa oriental de la isla en un lugar llamado Cuenco de Sopa, uno de los favoritos del once veces campeón mundial de surf Kelly Slater. Cuando la marea alcanza el lado occidental de la isla, la que apunta al Caribe, ha perdido casi toda su fuerza. Los surfistas encuentran sus olas en algún punto de los 95 kilómetros de la

costa Bajan. Esta tarde, el tiempo es agradable en las aguas de Surfer’s

Point, cerca de la punta sur de la isla. El instructor Bodie Rapson se prepara para entrenar a media docena de cabalgaola­s. “Mi operación es sencilla; esta es mi oficina”, dice, señalando su furgoneta Camper. Lleva dando clases desde los trece años, y su primer consejo para principian­tes es no mirar la tabla: “Mira hacia dónde quieres llegar, esa es la regla básica”, explica. Con eso, coge su tabla, cruza las rocas y se lanza a la marea.

Barbados tiene un aire diferente al de sus vecinos caribeños más cercanos: la isla no fue creada por fuerzas volcánicas, su paisaje interior es plano y agrícola, en lugar de montañoso y boscoso, y la influencia británica aún perdura con fuerza.

Cada verano, música de carnaval y desfiles de disfraces se suceden durante las tres semanas del festival del fin de la cosecha. El resto del año, las noches de los viernes y los sábados, fritura de pescado llena las

paradas de comida en Oistins ,un pueblo de la costa sur. Y los lugareños aprovechan cualquier descanso para jugar a críquet playero, hacer un pícnic o darse un “baño marino”.

Todas las playas de Barbados son públicas, incluso las que configuran

la costa de Platino, poblada por costosos hoteles y villas que encaran la orilla. Justo antes de Speightsto­wn, la calle costera deja atrás parte de los resorts y pasa junto al tipo de bar de playa que todo el mundo desearía encontrars­e, el Mullins Bar &

Restaurant. Es un local situado en un área de arena tranquila, al que la gente acude a medida que acaba el día para tomar algo suave acompañado de ron o coco.

GRANADA

Los viernes por la noche toca fiesta en el pequeño pueblo de Gouyave, tradiciona­lmente el principal puerto pesquero de la isla. A lo largo de dos calles traseras, situadas junto a una iglesia del siglo XVIII, trabajan docenas de cocineros en una serie de paraditas alineadas e iluminadas por luces de colores. El viernes de pescado se inauguró en 2005, y ya se ha convertido en toda una institució­n. Para empezar, suena música calipso suave por los altavoces mientras los visitantes ojean la oferta. Hacia las 9 de la noche comienzan los tamboriler­os, y, poco a poco, los lugareños se van sumando a la multitud. Los pargos, las gambas y los bogavantes llenan las sartenes y bandejas de los vendedores. No obstante, se sirve cualquier tipo de comida caribeña, siempre y cuando pueda ser sofrita o cocida al vapor y, preferible­mente, consumida con un buen ron.

Para apreciar la abundancia de los cultivos de Granada es esencial ir al día siguiente al mercado de su capital, Saint George. Granada es más pequeña que la isla de Wight, pero la diversidad de sus productos agrícolas es sorprenden­te. En el mercado

de Saint George, enormes racimos de plátanos se apoyan en paradas llenas de boniatos y raíces de cúrcuma. Hay incluso productos muy extraños, como manzanas de cera con un tinte rosado y tiras de corteza de mabí, usada para elaborar una bebida digestiva amarga. En las escaleras del mercado se arrastran cangrejos de tierra de un azul grisáceo con las pinzas atadas.

La fuente de toda esta abundancia se encuentra en el interior verde de la isla, donde las mirísticas, o árboles de nuez moscada, dejan caer sus frutos dorados junto a los caminos. Aquí se produce una quinta parte del cultivo mundial de esta especia, presente en la bandera de Granada.

En un lugar donde no es extraño tener tu propia planta de jengibre o árbol de canela, la cocina no deja de tener un punto picante. Patrick’s

Restaurant, una cabaña blanca y rosa detrás de Lagoon Road ,al sur de Saint George, invita a probar la cocina local. Una densa sopa de

calalou, algo así como espinacas, condimenta­da con pimientos, da pie a una cena de hasta veinte platillos: plátanos con canela, cerdo con jengibre, helado de nuez moscada... Un bocado de cada uno basta para comprender por qué las potencias europeas lucharon entre ellas para conquistar las islas que producen estas especias.

SAN VICENTE Y LAS GRANADINAS

A tan solo un viaje en barco, llegamos a una cadena de islas que yace como un collar de perlas entre San Vicente y las Granadinas, un país combinado que goza de una extraña bipolarida­d. La montañosa isla principal ve pocos turistas más allá de su costa sur, ya que muchas de sus playas son de arena negra. Las Granadinas, por su parte, incluyen retiros tan minoritari­os

como Mustique y el banco de arena de Mopion. Le toca a Bequia, la isla Granadina más cercana a San Vicente, equilibrar la balanza.

Bequia también parece inhabitada, pero en el momento en que el ferri entra en la bahía Admiralty hay cerca de cien veleros amarrados a las boyas. Tras ellos, se avistan los tejados azules, verdes, naranjas y blancos del pueblo de Port Elizabeth.

Las costumbres náuticas de Bequia nacieron mucho antes de que llegara el turismo, y parte de dicha cultura puede apreciarse en la tienda de modelos de barcos Sargeant Brothers. Su copropieta­rio, Timothy Sargeant, nos cuenta la historia del lugar: “Antes del siglo

XVIII, a los indígenas les encantaba Bequia, ya que tenía los mejores árboles para construir barcos, y luego los ingleses también construyer­on barcos aquí”. La fama de Bequia se extendió por el Caribe, y pese a que la demanda de grandes navíos de madera ha caído últimament­e, parte de su legado perdura. Los jóvenes lugareños siguen construyen­do veleros con cáscaras de coco, con los que hacen carreras en uno de los eventos secundario­s del

Bequia Easter Regatta.

Antes de tomar el ferri de vuelta a la “gran isla”, disfrutamo­s de una última puesta de sol.

 ??  ?? La pirámide volcánica del Petit Piton, el más pequeño de los dos picos occidental­es de Santa Lucía, supervisa la tranquila bahía de Soufrière.
La pirámide volcánica del Petit Piton, el más pequeño de los dos picos occidental­es de Santa Lucía, supervisa la tranquila bahía de Soufrière.
 ??  ?? Los cócteles a base de ron son una de las especialid­ades de las Antillas.
Los cócteles a base de ron son una de las especialid­ades de las Antillas.
 ??  ?? Arriba, puestos de cocina local en las calles de Gouyave, tradiciona­l puerto pesquero de Granada. A la derecha, los barcos descansan en la orilla de Port Elizabeth, en la granadina isla de Bequia.
Arriba, puestos de cocina local en las calles de Gouyave, tradiciona­l puerto pesquero de Granada. A la derecha, los barcos descansan en la orilla de Port Elizabeth, en la granadina isla de Bequia.
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