Sin Isinbáyeva, pero son los Juegos
Nunca en su historia han estado los Juegos Olímpicos exentos de trampa. En los de la Grecia antigua circulaban las pócimas mágicas igual que ahora proliferan las cápsulas de meldonio. Es cierto que nos hemos ido refinando: en el maratón de Sant Louis 1904, el ganador, Thomas Hicks, se ayudó en los últimos kilómetros de lingotazos de brandy y chutes de estricnina. Y, pese a todo, lo recordamos como un héroe. Ciertamente, los Juegos ofrecieron durante décadas barra libre de narcóticos, aunque la tendencia se ha moderado. ¿Estarán los de Río 2016, que se inauguran hoy, más limpios que los anteriores por el fortalecimiento de los controles? Probablemente se cazará a más tramposos, aunque no a todos.
De entrada, el tortuoso proceso de controles previos, en el que se han combinado desde factores puramente médicos a criterios geopolíticos, ha propiciado una sensación de injusticia. La más relevante es la exclusión de la pertiguista rusa Yelena Isinbáyeva, cuyos saltos rondando los cinco metros son pura historia olímpica. ¿Tiene sentido que esta atleta, que nunca ha dado positivo, se quede fuera de Río 2016 porque pertenece a una federación tramposa y, en cambio, participen dopados convictos como Justin Gatlin, Yoham Blake, Asafa Powell o Martina Hingis? ¿Y ese Phelps que cumplió condena por conducir borracho?¿Quién decide dónde empiezan y dónde acaban lo ético y lo ejemplarizante?
En realidad, lo que nos hará vibrar a partir de hoy será una sucesión de momentos mágicos, las más de las veces protagonizados por los mejores y por los más ejemplares, aunque habrá excepciones. Cómo no olvidar al fulgurante Ben Johnson, aunque corriera ciego de estanozolol y acabara descalificado. Pese a todo, nos dejó pasmados, ¿verdad? Eso son los Juegos: un espectáculo de pura y excitante ficción interpretado por los muy buenos, los buenos, los malos y los peores. El deporte, a veces, es otra cosa.