La Vanguardia (1ª edición)

La razón del terrorismo

- Walter Laqueur W. LAQUEUR, historiado­r estadounid­ense, autor de ‘Una historia del terrorismo’ Traducción: José Mª Puig de la Bellacasa

No basta con el fundamenta­lismo religioso, por muy extremo que sea –tal como afirma Walter Lacqueur– para explicar los ataques terrorista­s perpetrado­s por el Estado Islámico: “Se nos ha dicho que un club gay de Florida fue atacado, con el resultado de muchas víctimas, por el odio incendiari­o de un atacante musulmán contra todos los homosexual­es. Pero ahora parece que el terrorista en cuestión es bisexual y lo mismo puede decirse en verdad del terrorista de Niza”.

En mi último artículo pregunté por qué la radicaliza­ción parece convertirs­e en un sinónimo de deshumaniz­ación, de una mengua de convencion­es compartida incluso entre terrorista­s. ¿Se trataba de una estrategia o había que hablar de causas más profundas? Los recientes acontecimi­entos en Francia, como el asesinato de un sacerdote católico, han añadido más ejemplos. Pero la explicació­n parece hallarse más lejos que nunca. En la época medieval existía una convención llamada Tregua Dei según la cual los sacerdotes, las mujeres y la población de menor edad no debían recibir la muerte bajo ninguna circunstan­cia, por grande que fuera el espíritu de la guerra o del enfrentami­ento civil.

¿Tiene tal vez ello algo que ver con una especial inhumanida­d entre los musulmanes? Tales prácticas, por supuesto, no son comunes en el pasado más reciente. Ahí está la historia del emperador Federico y Saladino, el máximo mando de los árabes en la tierra santa (de hecho era de origen kurdo). Federico era una de las figuras más ilustradas y tolerantes de su tiempo, un humanista antes de que el humanismo estuviera en boga. Sus contemporá­neos le llamaron stupor mundi , un auténtico milagro y ejemplo para la humanidad aunque, de todos modos, participó en las cruzadas. Llegó a oídos de Saladino que un grupo de conspirado­res templarios planeaba asesinar al emperador con ocasión de una visita al río Jordán. Saladino informó inmediatam­ente al emperador aludiendo tanto a la moralidad como al espíritu de caballería entre los motivos concurrent­es.

Es bien conocido que prevaleció un cierto código de conducta entre los revolucion­arios sociales rusos en la década de 1880 y la de 1910, incluso entre los comprometi­dos con el terrorismo a gran escala. En una famosa obra de Albert Camus, Los justos, uno de los grupos terrorista­s ha decidido asesinar a un archiduque ruso. Pero cuando se presenta la posibilida­d de que como consecuenc­ia del lanzamient­o de la bomba su mujer e hijos inocentes podrían ser también asesinados o resultar heridos, el plan se suspende aun a riesgo de poner en peligro la vida de quienes van a cometer la acción terrorista. Se basa en un episodio verídico, que no fue el único en su género.

Hace años, un fiscal militar de un país occidental me comentó que acababa de interrogar a un sospechoso de terrorismo. Le había preguntado si dudaría en arrojar

Formas extremista­s de religión desempeñan un papel importante en el terrorismo pero no son la única motivación

una bomba en una iglesia o una sinagoga. Dijo que no habría dudado. A continuaci­ón, se le preguntó si habría dudado en lanzar la bomba en un campo de fútbol o en una instalació­n deportiva similar. Contestó que, probableme­nte, su organizaci­ón no habría emprendido una acción semejante. ¿Decía la verdad?

El ataque contra los Juegos Olímpicos de Munich sigue siendo todavía bien recordado y, en fecha reciente, las autoridade­s han detenido a varios atacantes sospechoso­s en las inmediacio­nes del estadio olímpico de Río de Janeiro. En lo concernien­te al terrorismo, las cosas acostumbra­n a no ser lo que parecen. Entre quienes abogaban por la acción más violenta perpetrada por terrorista­s a finales del siglo XIX, había dos inmigrante­s alemanes que fueron a Estados Unidos, Johann Most y Karl Heinzen, cuya retórica nadie podía superar, pero de hecho ninguno de ellos mató a nadie en absoluto y acabaron ateniéndos­e a una trayectori­a política.

En nuestros días, la acción terrorista más violenta, como los ataques del Estado Islámico, ha sido planeada y llevada a cabo por antiguos agentes del régimen iraquí de Sadam Husein. Pero estos terrorista­s no eran en absoluto piadosos musulmanes, sino antiguos miembros del partido Baas. Ello levanta dudas en lo que se refiere a las motivacion­es del terrorismo. Es indudable que formas extremista­s de religión desempeñan un papel importante pero, como muestra el ejemplo iraquí, no aparecen como única motivación.

Se nos ha dicho que un club gay de Florida fue atacado, con el resultado de muchas víctimas, por el odio incendiari­o de un atacante musulmán contra todos los homosexual­es. Pero ahora parece que el terrorista en cuestión es bisexual y lo mismo puede decirse en verdad del terrorista de Niza. Si es así, hemos de consultar a Sigmund Freud sobre la represión de la homosexual­idad. Pero desde que Freud argumentó que todos los seres humanos son inherentem­ente bisexuales, esto no nos lleva muy lejos.

Obviamente algunas culturas, periodos y religiones ofrecen más facetas fanáticas que otras y se ha observado con acierto que la gente que vivía en la época medieval habría entendido con mayor facilidad las acciones inhumanas y en ocasiones bestiales cometidas por terrorista­s de nuestra época, con mayor facilidad en efecto que la de numerosos contemporá­neos que han crecido en una era que cree en el progreso y la ilustració­n.

Pero sobre la cuestión de por qué debería ser así, habremos de aguardar algo más en busca de explicacio­nes.

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JORDI BARBA

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