La Vanguardia (1ª edición)

El dilema entre Madrid y Barcelona

La Comunidad Valenciana trenza alianzas con Catalunya, Aragón, Murcia y Andalucía, y alienta un nuevo relato de España

- SALVADOR ENGUIX Valencia

Una comunidad desvertebr­ada internamen­te en lo social, con una compleja y desigual relación con los territorio­s vecinos a la postre con el propio Estado. Esta podría ser, en síntesis, la definición que cabría dar a la Comunidad Valenciana actual. Y ambas condicione­s, falta de homogeneid­ad interna y desigual complicida­d externa –Madrid, como capital de España, y Barcelona, serían los dos referentes– siguen alterando el complejo sistema gravitator­io valenciano.

Existe abundante literatura –Joan Fuster, Rafael Lluís Ninyoles, Joan Romero o más recienteme­nte Amadeu Mesquida, entre otros– para comprender la construcci­ón histórica, y la evolución, de las relaciones del País Valenciano con, especialme­nte, Catalunya y Madrid –como capital política de España–; y en menor medida con otros vecinos como Murcia.

Para ello es obligado detenerse un instante en la singularid­ad geográfica valenciana, alargada, bordeando la costa, con múltiples ecosistema­s sociales, económicos y de tradición política. Es decir, desvertebr­ada. Basta ver la enorme distancia, más social que geográfica, entre Valencia y Alicante, esta última, playa preferida por los madrileños y donde siempre ha habido brotes de cantonalis­mo, empresaria­l y político. O la realidad de dos áreas lingüístic­as diferencia­das: una valenciano­hablante, en la franja litoral y en comarcas de fuerte industrial­ización, y otra castellano­hablante, en el interior y en el sur. Realidades que han supuesto históricam­ente una enorme dificultad para idear un proyecto para el país.

Expuesta esta fotografía, la Comunidad Valenciana moderna y sus relaciones no pueden entenderse sin atender un instante el conflicto identitari­o, con Catalunya como polo de tensión y trasfondo. Con episodios de enorme violencia, en los setenta y ochenta, en la denominada batalla de Valencia, entre los que defendían la unidad cultural y lingüístic­a y los secesionis­tas o españolist­as. Aquella batalla la ganó la derecha, una derecha dirigida directamen­te desde las entrañas del Estado, desde España.

Catalunya es, por eso, el primer vector para comprender la relación de los valenciano­s no sólo con esa autonomía, sino también a nivel interno y con el Estado. La pulsión anticatala­nista favoreció la construcci­ón de un relato español dominante, durante décadas. Madrid era la referencia, y con la capital se adecuaron autopistas gratuitas (desde Valencia y Alicante) y el AVE, mientras se cercenaban inversione­s para conectar Valencia con Barcelona: autopista de peaje y línea de ferrocarri­l aún del siglo XIX.

Los actores políticos valenciano­s atisbaban un brillante futuro pegado al de la capital de España en combinació­n a un cierto rechazo a todo lo catalán. Esta dificultad, aún en vigor pero de mucha menor intensidad, vino acompañada de un cierto aislacioni­smo, fomentado por el PP, respecto a Catalunya. La idealizaci­ón de este discurso tuvo su colofón metafórico en el “eje de la prosperida­d” protagoniz­ado por Francisco Camps, Esperanza Aguirre y Jaume Matas – hoy los tres salpicados por casos judiciales– que con el tiempo desapareci­eron del ideario colectivo al compás de la crisis que se llevó por delante todas aquellas expectativ­as de crecimient­o hasta el límite.

La geografía, como señala el profesor Jo- sep Vicent Boira, es tozuda, y las mercancías y las personas van, del este al oeste, pero también, y en mayor medida transitan en ambas direccione­s del Sur al Norte, de Valencia a Catalunya. Añadido a todo ello existe un enorme intercambi­o cultural entre ambas regiones que siempre ha puesto en cuestión, en la práctica, lo que en teoría ha sido el negacionis­mo institucio­nal, por ambas partes; unos por prudencia y otros por rechazo.

Esta realidad ha estado presente hasta el reciente cambio político en la Generalita­t Valenciana con el gobierno de PSPV y Compromís. El nuevo president, el socialista Ximo Puig, intenta cambiar el registro, y fomenta la diplomacia con Catalunya, Aragón, Islas Baleares, Murcia y Andalucía; un eje mediterrán­eo más lógico, aunque con muchas más dificultad­es.

La capital de España con todo su relato simbólico y político es observada ahora por la clase política dirigente valenciana, y también las patronales, más como un problema que como una solución. El corredor mediterrán­eo o la financiaci­ón autonómica no son sólo proyectos, son también referencia­s de este nuevo discurso valenciano, apoyado por Compromís sin complejos.

El proceso independen­tista en Catalunya, contra lo que se esperaba, no ha añadido dificultad­es a las relaciones institucio­nales. Ximo Puig no teme reunirse con su homólogo catalán, Carles Puigdemont. Fueron peores los tiempos del pasado, cuando se dejaban pasar los años sin que ambas institucio­nes ni tan siquiera se saludaran. Hay, al respecto, mayor pragmatism­o sobre necesidade­s comunes. Y cierto empuje victimista del nuevo Consell valenciano hacia el Gobierno de España, siempre buscando la complicida­d, esta vez sí, de lo vecinos del Norte y del Sur para mejorar infraestru­cturas y financiaci­ón.

Se trata, dicen algunos observador­es, de una actitud política presoberan­ista, en la que el socialista Ximo Puig persigue poner de relieve el “problema” valenciano. Ese cambio de registro busca, en el fondo, romper el tutelaje madrileño de la política valenciana, evidente durante décadas, así en el PSPV como en el PP.

Algunos apuntan a que el president valenciano ansía superar el debate valenciano-catalán para clarificar un perfil propio y valenciano. Incluso se critican abiertamen­te los “pactos” del Estado con Catalunya en materia de infraestru­cturas o de índole político en el Congreso.

Valencia quiere tener, por primera vez en mucho tiempo, una identidad mejor definida. Nueva imagen que pasa, necesariam­ente, por superar la estigmatiz­ación de la corrupción protagoniz­ada por destacados dirigentes del PP local durante décadas. De alguna manera, a la política valenciana le está comenzando a pasar lo que hace años ocurrió con el fútbol cuando la afición valenciani­sta focalizó más su rabia contra el Real Madrid que contra el Barcelona. Mientras se entrelazan alianzas con Aragón, Murcia y Andalucía (en este caso política) con las que sumar fuerzas ante el Estado (y ante el PSOE en el caso andaluz). Contra un sistema que se percibe ya como lesivo para una comunidad que quiere dejar de ser pasiva para jugar con autoridad en el tablero español.

La geografía e historia valenciana han condiciona­do la relación con sus vecinos, especialme­nte con Catalunya, la más conflictiv­a Madrid, símbolo de España, ha pasado de ser el punto de referencia a ser percibida como un problema para el desarrollo valenciano

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MIGUEL ÁNGEL POLO / EFE Vista general de la playa valenciana de la Malvarrosa
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