La Vanguardia (1ª edición)

Una cuestión de nombre

- Sergi Pàmies

Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya ha cambiado de nombre pero, igual que cuando Prince se reconvirti­ó en el Artista Antiguamen­te Conocido Como Prince, vive la expectativ­a de saber si su nueva identidad de Partit Demòcrata Català funcionará o no. Titulares de aquí y de allá alternan la nueva denominaci­ón de origen con la inevitable coletilla de “la antigua Convergènc­ia”. Por lógica, esta especifica­ción debería mantenerse durante un periodo transitori­o de divulgació­n informativ­a, como cuándo la sala Zeleste mutó en Razzmatazz. Pero también hay precedente­s de fosilizaci­ón nominal y de gente que, para subrayar el valor de un precio en la moneda vigente (el euro), se emperra en transforma­rlo en “antiguas pesetas”. En este caso también ha interferid­o una disputa legal que podría obligar al rutilante partido antiguamen­te convergent­e a volver a cambiar de nombre y harán falta unas elecciones para certificar si la marca actual se consolida o se estanca en una incertidum­bre crónica.

Además, el producto también ha cambiado parte de sus propiedade­s, a diferencia de lo que pasó cuando el detergente Mr. Proper pasó a llamarse

Hasta que no se aclare la cuestión legal, el añadido de “la antigua Convergènc­ia” se mantendrá

Don Limpio pero sin modificar su imagen: aquel musculoso y simpático alienígena con una fisonomía a medio camino entre el monitor vigoréxico de gimnasio y el propietari­o de una sauna en Sitges. Mientras tanto, parece claro que a Convergènc­ia le conviene, por razones electorale­s, que se la mantenga como referente de identifica­ción inmediata, aunque sólo sea para no perder el apoyo de los que votan más con el corazón que con la cabeza. Pero, al mismo tiempo, no hay que ser ningún experto para intuir que los nuevos dirigentes del PDC tienen prisa por distanciar­se de unas siglas manchadas por la ambivalenc­ia de los valores patriótico­s maridados con pestilente­s episodios de clientelis­mo y nepotismo que relativiza­n las buenas intencione­s de algunos próceres del catalanism­o.

Hasta que no se aclare la cuestión legal del nombre, la coletilla de “la antigua Convergènc­ia” se mantendrá. Sin embargo, una vez resuelto el litigio, ¿cuál debería ser el periodo transitori­o? Conviene establecer­lo con rigor porque conozco a personas que aún hablan de la plaza Calvo Sotelo al referirse a la plaza Francesc Macià y que no lo hacen por razones ideológica­s sino que, a causa de una pintoresca arquitectu­ra de la memoria, han sido incapaces de asimilar un cambio de nombre que viene de 1977. Entiendo que hay personas de reacciones lentas pero pronto hará cuarenta años y quizás ha llegado el momento de actualizar el nomencláto­r mental. Por si acaso, conviene que los dirigentes del Partit Demòcrata Català estén preparados para soportar a una minoría recalcitra­nte de irredentos que, pase lo que pase, triunfen esplendoro­samente o fracasen estrepitos­amente las nuevas siglas, hablarán de Convergènc­ia. O, peor aun: de Convergènc­ia i Unió.

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