Una cuestión de nombre
Convergència Democràtica de Catalunya ha cambiado de nombre pero, igual que cuando Prince se reconvirtió en el Artista Antiguamente Conocido Como Prince, vive la expectativa de saber si su nueva identidad de Partit Demòcrata Català funcionará o no. Titulares de aquí y de allá alternan la nueva denominación de origen con la inevitable coletilla de “la antigua Convergència”. Por lógica, esta especificación debería mantenerse durante un periodo transitorio de divulgación informativa, como cuándo la sala Zeleste mutó en Razzmatazz. Pero también hay precedentes de fosilización nominal y de gente que, para subrayar el valor de un precio en la moneda vigente (el euro), se emperra en transformarlo en “antiguas pesetas”. En este caso también ha interferido una disputa legal que podría obligar al rutilante partido antiguamente convergente a volver a cambiar de nombre y harán falta unas elecciones para certificar si la marca actual se consolida o se estanca en una incertidumbre crónica.
Además, el producto también ha cambiado parte de sus propiedades, a diferencia de lo que pasó cuando el detergente Mr. Proper pasó a llamarse
Hasta que no se aclare la cuestión legal, el añadido de “la antigua Convergència” se mantendrá
Don Limpio pero sin modificar su imagen: aquel musculoso y simpático alienígena con una fisonomía a medio camino entre el monitor vigoréxico de gimnasio y el propietario de una sauna en Sitges. Mientras tanto, parece claro que a Convergència le conviene, por razones electorales, que se la mantenga como referente de identificación inmediata, aunque sólo sea para no perder el apoyo de los que votan más con el corazón que con la cabeza. Pero, al mismo tiempo, no hay que ser ningún experto para intuir que los nuevos dirigentes del PDC tienen prisa por distanciarse de unas siglas manchadas por la ambivalencia de los valores patrióticos maridados con pestilentes episodios de clientelismo y nepotismo que relativizan las buenas intenciones de algunos próceres del catalanismo.
Hasta que no se aclare la cuestión legal del nombre, la coletilla de “la antigua Convergència” se mantendrá. Sin embargo, una vez resuelto el litigio, ¿cuál debería ser el periodo transitorio? Conviene establecerlo con rigor porque conozco a personas que aún hablan de la plaza Calvo Sotelo al referirse a la plaza Francesc Macià y que no lo hacen por razones ideológicas sino que, a causa de una pintoresca arquitectura de la memoria, han sido incapaces de asimilar un cambio de nombre que viene de 1977. Entiendo que hay personas de reacciones lentas pero pronto hará cuarenta años y quizás ha llegado el momento de actualizar el nomenclátor mental. Por si acaso, conviene que los dirigentes del Partit Demòcrata Català estén preparados para soportar a una minoría recalcitrante de irredentos que, pase lo que pase, triunfen esplendorosamente o fracasen estrepitosamente las nuevas siglas, hablarán de Convergència. O, peor aun: de Convergència i Unió.