Entre el miedo y el odio
En un mundo ideal esta sería la estación para dejarse mecer entre el paréntesis del tiempo lento y las tardes perezosas. Y para dejar a un lado el estrépito cotidiano, y observar cómo crece la hierba recortada por el contrafuerte de la luz diurna y los atardeceres dorados. ¿Fue en verano que se inventó el impresionismo? En todo caso, la cardenalicia buganvilla, los girasoles, los geranios y la artrosis de sus troncos, el manto insumiso de la hiedra… hacía mucho que ya estaban allí, puede que esperando demasiado del futuro; como nosotros. Tiempo de florecer ardores y pasiones tardías. ¿No es este el antiguo sueño de los poetas: contemplar y ayudar a repoblar el alma? Sería perfecto tomarse la vida de una manera alegre, confiada. Y estar a bien con todo.
Pero la índole de nuestra existencia es tal, que estamos abocados al pesimismo, a la distanciada ironía y al sarcasmo defensivo que, quizá, nos ayuden –no es seguro– a soportar la deriva del mundo. Globalmente estamos regidos por el odio y el miedo, por el miedo y el odio. Un maridaje horroroso. Trágico. Y dirán: “Siempre fue así…”. Shakespeare, Dostoyevski, Goya… trataron como pocos la maldad, la crueldad, la tragedia entre los pueblos, la venganza. Inventaron personajes bañados en sangre capaces de las mayores atrocidades pero que, hoy en día, convierten a sus autores en unos ingenuos. Y visto nuestro mundo actual, en unos sentimentales que analizan el mal. Es así: los monstruos literarios tienen una predisposición trágica, algo que les justifica, un destino inevitable y fatal, por eso tienen pesadillas, alucinaciones, sueños torturantes, mala conciencia; sus creadores los justifican por aquello de que “son demasiado humanos”. Monstruos de otra época.
Hoy vivimos entre el miedo y el odio. A las consecuencias del mal sin elaborar. Bajo la amenaza de una degeneración humana. Al odio líquido, corrosivo, que convierte a un ser en terrorista de sí mismo. No nos engañemos: el mundo es una inmensa guerra civil, una gigantesca marea de sangre. Una ausencia de porqués. El agujero negro de gentes que el sentido de su vida radica en el ejercicio de odiar sin conciencia. El odio crece, se mimetiza y se expande por la sociedad, y en las redes sociales se psicoanalizan los perversos. El odio enferma al hombre. Y el miedo. Ciertamente no estamos en un mundo ideal.