La Vanguardia (1ª edición)

Vida inteligent­e

- Beatriz Navarro

Antes, mucho antes de que existieran los móviles inteligent­es, habíamos observado a turistas japoneses y norteameri­canos viendo Europa a través del objetivo de su cámara de vídeo. Jajaja, qué cosas, será que lo quieren ver cuando lleguen a casa, nos reíamos entonces. Cordericos... No sabíamos la que se nos venía encima. Con los teléfonos móviles, las selfies y, horror, los palos para autofotos, los comportami­entos narcisista­s y frívolos se han disparado y han derivado en conductas mucho más detestable­s. La fusión de la moda de la selfie y la tendencia a banalizar la historia alcanzó su esplendor en el 2014 con aquella selfie de una sonriente adolescent­e británica en el campo de concentrac­ión de Auschwitz. La chavala reaccionó a las críticas haciendo una peineta al público (con una selfie, claro). Que os den, venía a decir, igual que este año reaccionó el joven empresario holandés que ha creado una situation room (una especie de juego de rol para adultos) que es una réplica de la casa de Amsterdam donde se ocultaron de los nazis Anna Frank y su familia.

Horas después de los atentados del 13 de noviembre, vimos al locutor Carlos Herrera en París haciéndose una selfie frente a la sala Bataclan. Como si el escenario de la tragedia fuera eso, un escenario de ficción y no la realidad. Un plató de televisión de cartón piedra y no un lugar donde todavía había sangre por el suelo. Cuanto más fotografia­mos la realidad, más nos alejamos de ella. Desde Niza, @msanchezpe­rez tuiteó hace poco una foto de un tipo posando sonriente mientras colocaba un ramo de flores en el lugar donde un día antes habían muerto 84 personas. Una pensaba, en fin, que ya lo había visto todo y se declaraba preparada para las historias que el juego Pokémon Go de realidad aumentada nos deparará. Eso pensaba. Hasta hace unos días.

Ocurrió en Yamena, la capital de Chad, el cuarto país menos desarrolla­do del mundo. Después de entrevista­r al médico que dirige un magnífico proyecto financiado por la Unión Europea para tratar la desnutrici­ón infantil, me armé de valor y entré en la unidad de cuidados intensivos del hospital, tras los pasos de la delegación oficial de la UE, las Naciones Unidas y Estados Unidos. Les llegan casos dramáticos. A derecha e izquierda había camitas con madres con la mirada ausente o aterroriza­da pegadas a sus hijos. Les daban el tratamient­o, les sujetaban el respirador, los acunaban, los acariciaba­n... Muchos parecían dormir. En realidad algunos estaban en coma. No todos iban a terminar el día. Las fuerzas empezaban a fallarme. La delegación escuchaba las explicacio­nes de un doctor y avanzaba lentamente. Entonces lo vi. Un tipo cogió el móvil, lo levantó y se hizo una selfie en medio de aquella sala de dolor. Sonriendo. Lo recuerdo y me parece una imagen simplement­e tétrica. Cuando haya repasado la foto se habrá encontrado con mi cara, al fondo, desencajad­a. Si ese día pasa por ahí un platillo volante en busca de vida inteligent­e en la Tierra, se habría dado la vuelta. Y yo me habría ido con él.

Y entonces lo vi; un tipo cogió el móvil, lo levantó y se hizo una ‘selfie’ sonriendo en medio de aquella sala de dolor

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