Un tartufo con deleite barroco
Si el visitante se siente desfallecido a media tarde, de tanto callejear, siempre le queda el recurso de sentarse en la plaza Navona. Piense que el helado tartufo no es un pecado de gula, menos aún durante este jubileo extraordinario de la misericordia declarado por Francisco. El interés cultural justifica este exceso calórico.
Entre las terrazas romanas, las de la plaza Navona son las mejor situadas. Permiten admirar el esplendor barroco circundante y el espectáculo humano que anima el lugar a todas horas. Su estructura ovalada –porque surgió de las ruinas del estadio de Domiciano– le confiere una magia especial. Bernini y Borromini, artistas rivales, compitieron por embellecerla. El primero realizó la impresionante Fontana dei Quattro Fiumi (de los cuatro ríos: Danubio, Ganges, Nilo y de la Plata). Al segundo se dequieren be la iglesia de Santa Inés en Agonía, justo enfrente.
Si Bernini y Borromini rivalizaban en talento artístico, dos locales con terraza se disputan ahora el mejor tartufo, que ambos elaboran artesanalmente. Uno es Ai Tre Tartufi, inaugurado en 1896. El otro se llama Tre Scalini, cuyo origen se remonta a 1815, gracias a la licencia otorgada por el cardenal camarlengo de Pío VII. La receta del helado que ofrece Tre Scalini es obra de la familia Ciampini, propietaria del establecimiento desde 1946, después de la II Guerra Mundial. “Somos famosos en todo el mundo por nuestro tartufo –subraya con vehemencia el director de Tre Scalini, Klement, nacido en Albania y casado con Làia, una arquitecta de Sabadell–. Hay muchos tipos de tartufo, pero el nuestro es muy particular. Aquí vienen personas que recordar cuando lo comieron de niños”.
No es un ganga degustar el célebre helado. El tartufo en Tre Scalini cuesta 6 euros si se toma de pie y 12 sentado en la terraza. Contiene 13 tipos de cacao y una cereza caramelizada al ron en su interior. Recibe su nombre porque semeja una trufa, aunque no lleva nada de ese hongo. La familia que regenta el negocio, que ya está en la tercera generación, guarda con celo la fórmula exacta de su producto.
En su carta, Tre Scalini explica con orgullo a sus clientes que el local “vivió momentos especialmente emocionantes en los años cincuenta (del siglo pasado), durante la dolce vita, cuando en la terraza se mezclaban actores, actrices y rostros conocidos, con su séquito de fotógrafos y paparazzi”.
Roma ya no desprende aquella aura que retrató Fellini, si bien mantiene su condición de imán. El tartufo continúa siendo una delicia. Es una pena que, por culpa de la amenaza terrorista, junto a la terraza de la heladería haya un jeep del ejército y dos soldados montando guardia con sus armas en la mano. Signo de los tiempos.