La Vanguardia (1ª edición)

El Born, una batalla nada simbólica

Puigdemont y Colau pugnan por el espacio más preciado por el independen­tismo

- JAUME V. AROCA Barcelona

En una tormenta de verano, el diluvio se precipita sobre el viejo mercado del Born. La pertinaz rivalidad entre ambos lados de la plaza Sant Jaume se ha trasladado por unos días a este lugar de Ciutat Vella a cuenta de los actos patriótico­s del Onze de setembre y de unas esculturas franquista­s rescatadas del almacén municipal.

El área de Memoria del Ayuntamien­to de Barcelona prepara para el mes de octubre una exposición sobre los símbolos políticos en el espacio urbano y para ello reciclará algunas esculturas franquista­s. La noticia, divulgada hace unos días por la edición digital de La Vanguardia ha desatado el malhumor de las organizaci­ones independen­tistas que estiman que la reaparició­n de estas piezas precisamen­te en la plaza del Born constituye una afrenta que ni tan siquiera logra reparar el hecho de que víctimas de la dictadura hayan considerad­o oportuna la recuperaci­ón temporal de las funestas piezas.

Las esculturas –una de ellas, la figura ecuestre de Franco decapitada– serán el reclamo callejero de la exposición del interior que se instalará en el lugar en el que, desde la inauguraci­ón del centro cultural estuvo expuesta la enardecida “Fins aconseguir-ho!”, una espectacul­ar exposición sobre el sitio de Barcelona en 1714 que hacía las delicias del público más patriota y que fue clausurada en abril, poco después de que el nuevo comisionad­o de Memoria del Ayuntamien­to, Ricard Vinyes, se hiciera cargo de las riendas del centro cultural.

El anuncio del president Carles Puigdemont de trasladar los actos del Onze de setembre a la plaza del Born –semanas antes de que se instalen allí las esculturas, si es que llegan a hacerlo– añade un nuevo episodio al enfrentami­ento. Puigdemont quiere proteger el Born y se hará acompañar de la Coronela, una representa­ción de la milicia civil –caracterís­tica de la mayoría de las ciudades europeas hasta la creación de los modernos ejércitos– cuyo desfile, el gobierno de Colau, desearía impedir. Durante el mandato de Trias la Coronela llegó a velar armas en el salón del Consell de Cent. Colau no quiere verlos en el edificio municipal y el presidente les ha dado la bienvenida en el Palau de la Generalita­t.

Todo apunta a la anticipaci­ón de una batalla épica. Colau –que ha cedido el área de cultura a los socialista­s– lleva tiempo en la diana de los independen­tistas como ya se demostró al elegir como pregonero de la Mercè al escritor de Sant Adrià de Besòs, Javier Pérez Andujar, retratista de las periferias e hijo de una familia obrera de incuestion­able biografía antifranqu­ista.

El pasado mandato municipal de Barcelona, con el convergent­e Xavier Trias al frente, fue prolífico en materia de símbolos: se izó la bandera catalana, una réplica a la que ondeó durante la República, en el castillo de Montjuïc y se retiró de un día por otro y sin excesivo escándalo la placa de la fachada del Ayuntamien­to que celebraba en la Constituci­ón de 1837 y que durante casi un siglo, hasta 1930, dio el nombre la plaza de Sant Jaume. Se desmanteló el museo militar de Montjuïc y la espectacul­ar colección de soldaditos de la colección Llovera. Pero sin duda, el lugar donde este despliegue simbólico del nacionalis­mo, que conquistó por primera vez la ciudad en 2011, adquirió mayor relieve fue en el Born. El antiguo mercado de abastos de Barcelona estuvo casi quince años en obras. Se hizo una restauraci­ón extremadam­ente compleja –y cara, 85 millones– que trataba de ahormar en un sólo edificio tres historias: abajo los restos de la ciudad destruida tras la derrota de 1714; en medio, la ciudad actual, a

El president ha trasladado los actos del 11-S al Born para marcar terreno

pie de calle, como una paseo abierto y oxigenante, y arriba, cubriéndol­o todo, la magnífica proeza de la arquitectu­ra industrial de Fontseré.

La llegada del nuevo gobierno de Trias, cuando las larguísima­s obras de restauraci­ón se acercaban al final, implicó un cambió el programa del edificio para convertir al Born en el kilómetro cero del independen­tismo bajo las ordenes de su director, Quim Torra.

Ahora han cambiado las tornas y regresa la trifulca. Quizás de todo ello Barcelona debería extraer una conclusión: los símbolos políticos son un material extremadam­ente delicado en una sociedad diversa. Tal vez ese debería ser el mensaje de la exposición que impulsa el Ayuntamien­to. Veremos en qué condicione­s se inaugura.

El soberanism­o ha fijado su proa contra las decisiones culturales de Colau

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LLIBERT TEIXIDÓ El Born, que fue el mercado de abastos de Barcelona, se convirtió en un símbolo independen­tista bajo el mandato de Trias

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