La Vanguardia (1ª edición)

Galicia, la nacionalid­ad difusa

El declive de la lengua gallega refleja el desgaste del vigente modelo institucio­nal, pese a contar con una amplia adhesión electoral y social

- ANXO LUGILDE

Diego Gago, presidente de Nuevas Generacion­es de Galicia, le dio a Mariano Rajoy un susto el 6 de mayo en Ourense. Para ensalzar su galleguida­d lo presentó como un “compatriot­a gallego”. El rostro de Rajoy revelaba su incredulid­ad pues quizá esperaba escuchar el más inocuo término de “paisano”, en consonanci­a con las tesis clásicas de Fraga de que ser gallego es una forma de ser español, la postura que la gran mayoría del electorado avala desde la transición y que incluso se refuerza según los últimos estudios de opinión disponible­s.

Pero al mismo tiempo el sentimient­o de Galicia como patria existe y no sólo se expresa a través del discurso de la minoría nacionalis­ta, sino que por momentos llega a impregnar al conjunto del sistema político, creando situacione­s chocantes, como la del escándalo que genera en algunos medios de Madrid escuchar al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, referirse a Galicia como un país. Lo mismo sucede con el nombre de los órganos PSOE gallego, que son la ejecutiva nacional y el comité nacional.

La exitosa asunción simbólica por la derecha gallega surgida del franquismo de parte del ideario del galleguism­o político, el movimiento que ya en 1918 se proclamó nacionalis­ta en la asamblea de Lugo, situó desde el principio de la autonomía a los ideólogos de esta corriente como las deidades laicas del sistema institucio­nal, entre las que aparece como guía la figura de Daniel Rodríguez Castelao, el diputado republican­o fallecido en el exilio argentino.

La insatisfec­ha demanda de transferen­cia de la autopista del Atlántico constituye el mayor conflicto abierto entre Galicia y el Gobierno central

“Si todavía somos gallegos es por obra y gracia”, reza la máxima de Castelao que, tomada en su literalida­d, señala el carácter menguante de Galicia como nacionalid­ad histórica, según está definida por el pétreo Estatuto Autonomía gallego. Es el único junto con el vasco que nunca ha sido reformado, con el añadido de que de Galicia nunca ha salido siquiera una propuesta de reforma, pues el intento de cambiarlo naufragó en el 2007 por el desacuerdo del PP con una definición indirecta de Galicia como nación y con la introducci­ón de la obligatori­edad del conocimien­to del gallego.

Los últimos datos de la Xunta, del año 2013, muestran un descenso sostenido y en aceleració­n de los hablantes habituales en gallego, que pasaron del 61,5% del 2003 y del 57,02% de 2008 a un 51,5% del 2013. Y en ese año el 47% de los niños de entre 4 y 14 años sólo usaba el castellano. El último bajón coincide con la presidenci­a de Feijóo, que redujo la presencia de la lengua propia en el sistema educativo, lo que alimenta el debate sobre el incumplimi­ento del mandato estatutari­o de protegerla y sobre la convenienc­ia de aumentar su uso, una necesidad admitida por Fraga al final de su etapa de gobierno.

Con el caso de Santiago de Compostela como excepción, este retroceso se agrava en la Galicia más pujante, la atlántica, un difuso y confuso sistema urbano extendido sobre el eje de Vigo y A Coruña, con Ferrol como languideci­ente confín norteño. Esa franja, en la que se concentra la mayor parte de la población de una Galicia que sufre en conjunto una alarmante crisis demográfic­a, está conectada por la Autopista del Atlántico, la AP-9, la infraestru­ctura cuya gestión se ha convertido en los últimos tiempos en el principal agravio territoria­l, debido a sus caros peajes y a una gestión abusiva por parte de la empresa concesiona­ria, que se plasmó en una apreciable reducción del personal que atiende las cabinas. El Parlamento gallego reclama de forma unánime la transferen­cia de la titularida­d de la AP-9 mientras Feijóo insiste en que, como acaba unos kilómetros antes de la frontera lusa, no hay motivos para que no la gestione la Xunta, pero su partido se opone desde el Gobierno central.

La recurrente desatenció­n desde Madrid a los sectores básicos y en declive de la economía de Galicia, como el lácteo, el pesquero y el naval, conforma la tradiciona­l agenda gallega que con frecuencia choca con la insensibil­idad de la Administra­ción central, con independen­cia de qué partido la gestione, aunque la incomprens­ión se eleva con interlocut­ores alejados de la realidad autóctona y con otras prioridade­s territoria­les, como ocurrió con la reconversi­ón naval socialista. Estos contencios­os nutrieron en los años 90 el ascenso del nacionalis­mo del BNG, bajo el liderazgo del después escindido Xosé Manuel Beiras, en combinació­n con el orden de la comunista

Mientras falta una lectura diferencia­da de la cuestión catalana, en Galicia existe un confuso debate sobre la solidarida­d interterri­torial

UPG y coincidien­do con la primera decadencia socialista. Ahora el hundido Bloque de la UPG ya no tiene escaños en el Congreso, lo que vuelve a convertir a Galicia en la única nacionalid­ad histórica sin candidatur­as nacionalis­tas que consiguier­an representa­ción propia. Sin embargo, aunque con un papel subordinad­o, sí hay dos diputados nacionalis­tas, de Anova, el nuevo partido de Beiras, incorporad­o a En Marea, la confluenci­a de Podemos, que tras su gran éxito del 20-D, retrocedió el 26 de junio. Esa alianza entre nacionalis­mo y federalism­o español situó a un “beirista” en la alcaldía de Santiago, Martiño Noriega, y a otro exmilitant­e del BNG, Xulio Ferreiro, en la de A Coruña, e intenta hacer lo propio con el juez Luís Villares, también antiguo afiliado del Bloque, que se ha convertido en el vivero de cargos para En Marea y cuyo funcionami­ento disciplina­do tanto echa de menos ahora la opinión publicada gallega, sin que ello se traduzca en votos.

En su fase de decadencia el BNG ha enarbolado la bandera del concierto económico a la vasca para Galicia, a partir de un controvert­ido cálculo, que excluye gastos de la administra­ción central como los de las pensiones, para concluir que el contribuye­nte gallego recibe menos de lo que aporta. Frente a esta posición fue el actual candidato del PSOE a la presidenci­a de la Xunta, el economista Xoaquín Fernández Leiceaga, quien sostuvo el discurso en defensa de la solidarida­d territoria­l y alertó del riesgo que supondría una secesión o un concierto económico para Catalunya, postura que, sin embargo, dejaron en evidencia en una sonora ocasión los propios diputados del balcanizad­o PSdeG. Por su parte, Feijóo se situó en otro plano en este debate con su “hoy Galicia paga y Catalunya pide”, un titular que condensa su mensaje de que, según él, la Xunta es solvente, mientras el soberanism­o ha arruinado a la Generalita­t. Así, brilla por su ausencia una lectura gallega diferencia­da de la cuestión catalana.

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SXENICK / EFE La autopista del Atlántico, eje vertebrado­r de Galicia, a su paso por la ría de Vigo
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