La Vanguardia (1ª edición)

Brutal cruzada contra la droga en Filipinas

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EL método utilizado por el nuevo presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, para acabar con la lacra de la droga en su país es tan brutal como el daño que pretende combatir. Alentar las ejecucione­s extrajudic­iales de traficante­s, ya sea por la policía o por escuadrone­s de la muerte formados por civiles, supone violar los derechos y libertades fundamenta­les de las personas, además de favorecer que puedan morir muchos inocentes en esa violenta cruzada contra la droga.

En los últimos tres meses, desde que Duterte ganó las elecciones el nueve de mayo, han muerto 810 personas, de las cuales 496 fueron abatidas por la policía, 240 fueron asesinadas por civiles conocidos como “vigilantes” y 74 cadáveres apareciero­n con letreros que los acusaban de ser narcotrafi­cantes.

Rodrigo Duterte, de 71 años, abogado de profesión, pese a las críticas internacio­nales recibidas, defiende su radical método para acabar con la droga. Se cree justificad­o por el hecho de que las drogas destruyen personas, fundamenta­lmente jóvenes, y familias enteras, y por la imperiosa necesidad de frenar el intenso crecimient­o que registra su consumo en Filipinas. En los últimos tres años el número de adictos a las drogas en el país ha pasado desde los tres millones de personas a cerca de cuatro millones. Pero nada justifica la vulneració­n de los principios del Estado de derecho.

La Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (Unodc) ha ofrecido ayuda a Filipinas en su cruzada contra la droga y llevar a los traficante­s ante la justicia. Esta organizaci­ón considera que cruzadas tan violentas como la iniciada en ese país son contrarias a las convencion­es internacio­nales para el control de la droga, no sirven para hacer justicia y no ayudan a asegurar que el pueblo tenga salud, dignidad, paz, seguridad y prosperida­d.

Pero Duterte se muestra inflexible en su cruzada contra la droga, ha dicho que le importa poco el número de personas que mueran y ha advertido nuevamente a los traficante­s: “No destruyáis a mi país ni a su juventud porque os mataré. He dado orden de tirar a matar”. El camino elegido por el presidente filipino de propiciar las ejecucione­s extrajudic­iales de los traficante­s de droga, además de constituir una flagrante ilegalidad, puede tener una peligrosa deriva de violencia indiscrimi­nada en Filipinas a partir del hecho de que cualquier ciudadano pueda tomarse la justicia por su mano. Nada en el país, sin embargo, parece que pueda frenar la particular cruzada de Duterte, porque su popularida­d llega al 91% entre la ciudadanía, la puntuación más alta recibida jamás por un mandatario filipino.

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