Simpas en Platja d’Aro
Ayer la corresponsal Bàrbara Julbe informaba de que las pérdidas provocadas en los locales de Platja d’Aro a causa de la famosa flashmob eran de 50.000 euros, pero que, según la estimación realizada por l’Associació d’Hoteleria y la patronal del ocio nocturno (Fecasarm), la cifra (la provisionalidad de las primeras impresiones debe justificar el abismo exponencial entre la cifra de salida y la final) “se podría doblar o incluso llegar a triplicar”. La estampida activada por el pánico provocó daños materiales en forma de copas, platos y mobiliario rotos. Pero lo más sorprendente es que, según la Fecasarm, el perjuicio más relevante fue el de los clientes que se marcharon sin pagar.
Si, forzando la empatía, intentamos imaginar la confusión del momento –las carreras y el efecto contagio, que se extiende como un incendio–, cuesta entender que, además de pasar un mal rato y de buscar un refugio susceptible de protegerte del ataque, tengas que marcharte sin pagar. Sí se entiende que, mientras huyes espiritado porque crees que se está produciendo una matanza terrorista, no se te ocurra detenerte en la caja para, amablemente, pagar
Sorprende que el perjuicio más relevante fuera el de los clientes que se marcharon sin pagar
tus consumiciones. No obstante, una vez superado el susto, aunque estés a cierta distancia del local donde te ha pillado la falsa alarma, deberías poder recapacitar, volver atrás y ofrecerte a pagar lo que has dejado a deber. Puestos a imaginar, puede ocurrir que, al volver atrás, constates que el restaurante o el local ha sido arrasado por la estampida y que ha cerrado para hacer una valoración de urgencia de los desperfectos y que no pueda entretenerse en cobrar deudas. Pero, incluso así, puedes tomar nota del nombre del local y, al día siguiente, ofrecerte a pagar. O, si ya no estás en Platja d’Aro, puedes telefonear para informarte y ofrecerte a reparar la parte de los desperfectos a la que puedes haber contribuido.
Es lo que yo habría hecho si me hubiera encontrado en esta situación y no me considero ningún ejemplo de santidad cívica. Igual que cuando vemos las imágenes de un apagón general que activa el instinto de pillaje y nos impacta la brutalidad de los escaparates rotos y los vándalos que salen de las grandes superficies cargados con pantallas de televisión y nos cuesta compartir esta arbitrariedad caótica, tenemos derecho a intuir que muchos de los que huyeron de los locales de Platja d’Aro aprovecharon la confusión para marcharse sin pagar. O sea: para hacer un simpa. En este caso, el oportunismo no es tan salvaje como el de los pillajes, pero confirma que en cualquier situación siempre hay alguien que, con talento emprendedor o simple jeta ancestral, se aprovecha de la movida. ¿Que en muchos locales no hay manera de que te atiendan correctamente y a menudo te dan ganas de marcharte sin pagar? Sí, pero de estas disonancias de la hostelería ya hablaremos, si los dioses y los demonios de la actualidad lo permiten, en el artículo de mañana.