La Vanguardia (1ª edición)

Pide un deseo

- Carina Farreras

Alzamos la cabeza hacia la cúpula celeste y nos admiramos de su belleza natural como si fuera un espectácul­o preparado especialme­nte para el deleite de nuestra especie. La noche estrellada es siempre magnífica. Millones de personas la disfrutan estos meses estivales del hemisferio norte. Con las Perseidas se añade un nuevo aliciente y este año la noche será más intensa. Se buscan por Google los mejores rincones para contemplar­las anotando la cita en la agenda como quien compra entradas para un concierto pero gratis, sinfonía regalada por la naturaleza.

Durante el verano, en el Observator­io Fabra se organizan cenas bajo las estrellas. La panorámica es espectacul­ar, con el manto de la ciudad de Barcelona reverberan­do de gris purpurina. Además de las vistas, los comensales pueden subir hasta la cúpula del edificio en la que se guarda el telescopio que apunta a Saturno.

Dicen que la gente, al posar su ojo en la mirilla del telescopio, suele musitar: “¡Dios mío, Dios mío!”. La verdad de nuestra fragilidad cósmica se hace patente con solo una ojeada a la lente de aumento. Tanta inmensidad nos hace humildes: somos minúsculos, no estamos en el centro del universo, ni siquiera es la nuestra la única galaxia. Y cada vez es más improbable que seamos los únicos seres vivos que la habitan. Quizás esa estrella que vemos a través del telescopio ya ni siquiera exista, pues se extinguió hace años. Las nuevas coordenada­s de tiempo y espacio nos trastocan íntimament­e al tiempo que vuelve más fascinante la aventura de la exploració­n espacial.

La noche del jueves fuimos a por un espectácul­o, como anticipo a la lluvia de estrellas de la próxima semana. La naturaleza nos jugó su baza. Tras la cena y el consiguien­te ascenso a la cúpula del observator­io, las nubes tapaban el firmamento. Ya no sólo el cielo nos recuerda nuestra fragilidad. También estamos sujetos a su imprevisib­ilidad. La

Dicen que la gente, al posar su ojo en la mirilla del telescopio, suele musitar: “¡Dios mío, Dios mío!”

naturaleza nos arrebata nuestra seguridad. ¿No compramos entradas para ver las estrellas? Por fortuna aún no podemos controlarl­o todo y debemos confiar en la suerte. Por eso, todavía hoy, cuando sabemos que las estrellas fugaces son solo partículas de polvo y hielo que se hacen visibles al cruzar la atmósfera, confiamos en su estela para que se cumplan nuestros deseos.

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