La Vanguardia (1ª edición)

Pájaro de altos vuelos y potentes agudos

Bryan Hymel corrobora en Peralada su lugar entre los grandes tenores de la escena mundial

- Maricel Chavarría Peralada

Es efectivame­nte una heroicidad sacar al mercado un CD como Héroïque (Warner Classics) de arias de ópera francesa en un momento, el del último lustro, en el que los discos no tienen mucha salida, y menos cuando el cantante aún no está el todo posicionad­o entre los tenores mainstream de la escena internacio­nal. Pero tratándose de Bryan Hymel (Nueva Orleans, 1979) todo es posible. El citado disco llegó al núm. 3 del Bilboard Classic Music Chart y ganó diversos premios. Y fue el eco de este éxito el que atrajo anoche el público a la iglesia del Carme de Peralada, si bien poca cosa se escuchó del contenido del disco. Eso sí, lo poco que hubo fue radical e intenso.

El tenor estadounid­ense quiso compartir la velada –casi al cincuenta por ciento– con su esposa, la soprano griega Irini Kyriakidou, con quien, hay que decirlo, todo se tornó especialme­nte dulce. No en vano, la hermosa pareja vive ese meloso momento de volver a ser padres.

Pero vayamos por partes. Hymel irrumpió en escena junto al pianista Julius Drake, un habitual en acompañami­entos de lied, y lo hizo arrancando a bocajarro precisamen­te con este género. Con total arrojo se avalanzó sobre los Four Hymns for Tenor (1920) de Ralph Vaughan Williams, sacando su registro más bíblico, aunque algo monocorde. Es lo que tiene la intensidad administra­da indiscrimi­nadamente.

Le resulta visiblemen­te gustoso a Hymel desplegar su potencia vocal, con ese timbre brillante y sus intensos agudos que se antojan ilimitados. “Hosanna!”, sí. La noche prometía más potencia que sutileza. Pero donde realmente tenía sentido desplegarl­a era en las arias de ópera y no el lied.

Y así fue. Después de que la soprano griega interpreta­ra Les Nuits d’été de Berlioz, Hymel inició la segunda parte del concierto volcado en la ópera francesa en la que se basa su exitosa carrera. Esto es, combinació­n de potencia y disponibil­idad de agudos. El público se quedó anonadado ya en Ah! ève-toi, soleil! de Roméo et Juliette de Gounod, para a continuaci­ón gritarle a la Mamma italiana en Cavalleria rusticana, una de las óperas que mayores réditos le ha reportado. Fue ahí donde el tenor se adueñó del altar. Aunque no había llegado a su punto álgido, pues no hay potencia sin matiz que venza el alma del público. Y ese matiz llegó con Carmen, primero en el famoso dúo Parle-moi de ma mere que mantiene Don José con su amor de infancia Micaela antes de toparse con la que se convertirá en su obsesión, Carmen. Si bien en el dúo se permitió ser cristalino y gentilment­e amoroso con la pudorosa Micaela, después, en el aria La fleur que tu m’avais jetée desplegar su voz más pasional y descarnada. Tal como exige el personaje.

Así llegaba a su fin un programa que habría sabido a poco de no ser

La iglesia del Carmen llena hasta los topes se hundía, y con razón: ¿había resucitado Pavarotti?

por los bises. Hymel levantó los espírituos con el aria de Hérodiade de Jean le Baptiste, una de las que sí sale en su famoso disco. Y después de un obligado Oh mio babbino caro, que le cedía el protagonis­mo a su esposa, el tenor concluyó, radiante, con un estándar como Nessum dorma. Todo proyección, todo cárnico, todo voz, todo volumen. A chorro. Así sonó “All’alba vincerò!”, mientras desde una esquina del escenario le observaba la esposa con una sonrisa de orgullo.

La iglesia del Carmen, llena hasta los topes, se hundía. Y con razón. ¿Había resucitado Pavarotti? Por su do agudo así podríamos pensarlo. Otro lujo de Peralada.

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PERE DURAN / NORD MEDIA El tenor, con su aspecto de sano buscador de oro, acabó dándolo todo en un dorado Nessun dorma
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