La Vanguardia (1ª edición)

Siempre a desmano

Purito Rodríguez, quinto, y Alejandro Valverde, sin piernas, perdieron sus mejores opciones

- SERGIO HEREDIA Enviado especial

No hubo manera de que los españoles entraran en la carrera.

Estuvieron a la defensiva, y se encontraro­n a desmano. Tuvieron muchos enemigos, empezando por sus piernas: Valverde nunca se sintió a gusto y Purito anduvo demasiado lejos de todo.

En el día de su despedida, Purito (37) se vio sometido a un trabajo de aúpa. Ofreció una magnífica remontada en el último ascenso, pero llegó al grupo asfixiado. Sólo le dio para arrancar el quinto puesto. Ganó el belga Greg van Avermaet, un clasicóman­o. Nadie había apostado por él: todos decían que esta iba a ser una carrera para escaladore­s.

Decía en la víspera Javier Mínguez:

–No es la París-Roubaix, pero casi.

Cierto. Ahí estaban los ciclistas, retorciénd­ose en los tramos de pavé. Formando abanicos. Pinchando ruedas. Rompiendo las cadenas. Cortándose. Cayéndose. “Una lotería”, decía Chris Froome en los prolegómen­os.

Todo eso, el barullo de los pinchazos y lo de las caídas, ocurrió en el primero de los dos circuitos. Un rosario. –Toda una emboscada –se comentaba en la sala de prensa, situada en lo alto de Copacabana.

Se estaba bien en aquella sala, bajo el aire acondicion­ado, a salvo de los treinta grados que soportaban los ciclistas y los bañistas, estos a pie de playa y aquellos cuesta arriba.

Un rosario. Una emboscada. Aunque algunos lograron salvar los muebles. Durante aquellos primeros 130 kilómetros, Purito y Valverde hicieron lo que tenían que hacer. Perros viejos.

–Hasta la sexta hora no deberíamos dar un palo al agua –había anunciado Valverde.

De allí, de aquel primer circuito, salió bien parado un grupo de seis, con algunos elementos interesant­es, como Pantano, Geschke, Albasini o Kwiatowski.

Aunque no iban a ningún lado. Habían llegado a tener ocho minutos de margen. Les quedaban dos en ese momento. Los británicos ya trabajaban. Y Erviti también, éste para los españoles.

Faltaban cien kilómetros y tres ascensos a Vista Chinesa, magnífico mirador sobre Río, nueve kilómetros con tramos al 16%. El territorio de los escaladore­s. –Como un puerto de primera –contaba Purito algunos días antes.

Aquí, ya golpeaban todos, y desde todos los frentes. Henao, Aru, Nibali, Geraint Thomas, Fuglsang, Van Avermaet, Yates, Majka. Se trataba de aislar a Valverde. “Nuestro rematador”, insistía Mínguez, para dar a entender que todos los españoles debían trabajar para él. Incluido Purito.

Lo lograron. Hicieron daño a los españoles. Desapareci­eron Izagirre y Castroviej­o, y se tuvo que arremangar Valverde.

Mala señal. ¿Cuándo hemos visto a Valverde asumiendo una persecució­n?

Con aquella gestión, dejaba muy claro que iba mal. Y así se vio.

Valverde desapareci­ó pronto, y Purito, en su adiós, se permitió una última misión. Registró un ascenso estupendo, volando en las rampas más duras.

Distinguió las siluetas de los otros, retorciénd­ose delante. Llegó a conectar. Lo hizo a falta de veinte kilómetros para la meta.

En su adiós, Purito se dio un homenaje, con un ascenso estupendo; no tuvo para más Los pinchazos y las caídas arruinaron a los escaladore­s y dieron el triunfo a Van Avermaet

Ya no pudo más. Henao, Nibali y Majka no le dieron tiempo para recuperars­e. Aceleraron por última vez y allí lo soltaron.

Luego, la última montonera. Henao y Nibali se cayeron en el último descenso, a diez kilómetros de meta.

Y Majka, ahora en solitario, fue presa de los velocistas. De Van Avermaet y de Fuglsang.

Lo devoraron al sprint.

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PATRICK SEMANSKY / AP Oro olímpico. El belga Greg van Avermaet, que fue tres días líder en el pasado Tour, aprovechó su oportunida­d y se adjudicó el oro en la carretera

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