La Vanguardia (1ª edición)

Belmonte conquista la primera medalla

Conversaci­ones con Paqui García, la madre de Mireia Belmonte, bronce en Río

- SERGIO HEREDIA

La nadadora catalana Mireia Belmonte logró la primera medalla española en los Juegos de Río al hacerse con el bronce en los 400 metros estilos.

Cuando tenía doce años, Mireia Belmonte (25) dejó su casa en Badalona para ingresar en el Centro de Alto Rendimient­o de Sant Cugat (CAR).

Era tan buena, tanto, que las altas instancias federativa­s la querían bajo su paraguas.

Paqui García y José Belmonte, los padres, lo llevaron con resignació­n.

–Iba a su habitación. Miraba su camita. Y la niña no estaba. ¡Cumplió trece años en el CAR! Pero claro, si todo era para que ella lograse alcanzar su sueño... –dice Paqui.

Desde hace cuatro meses, Paqui es abuela. Una abuela joven. Ni siquiera está en los sesenta.

–Joven, que es como quiero seguir siendo. Una abuela con marcha –dice.

A través de Álex, que es como se llama el nieto, Paqui se plantea recuperar parte de aquella infancia robada, aquella que se perdió en el momento en el que Mireia se iba al CAR.

–Tengo tiempo para el niño, mi nieto. Ahora ya no trabajo. Si quiero verlo, lo doy todo.

Antes, Paqui García elaboraba muestrario­s de ropa. En su tiempo, le hizo trapos a Mireia. Le diseñó vestidos. Faldas.

–¿Bañadores? –No. Ahí ya no me metí –ríe. Álex es el hijo de Javier. Javier es el hermano mayor de Mireia, ocho años más mayor. Y nunca le ha hecho mucho caso a todo esto de la natación. Javier nunca necesitó nadar. Mireia sí lo necesitó. Se ha escrito ya sobre eso. Tenía tres años y medio cuando se le diagnostic­ó una escoliosis. El médico fue contundent­e.

–Nos dijo: ‘Que nade’ –cuenta Paqui García–. ‘Y si puede ser, que practique la mariposa’. Así que me la llevé al Club Natació Badalona (donde vive la familia), y la apunté a clases de natación.

–¿A mariposa, con apenas tres años y medio?

–No se lo creerá, pero al mes ya se defendía. Y muy bien.

Todo esto nos demuestra que Mireia estaba predestina­da. Un niño de cinco años a duras penas se defiende con el crol.

–La niña era increíble. Se tiraba y lo hacía todo. Y claro, así siguió. Paqui habla con amor de madre. Nos hemos sentado en la plaza de la Loja de los Juegos, una especie de centro comercial, justo en el corazón del anillo olímpico.

Hace algo de fresco, y corre un viento peculiar, muy peculiar, y la cabellera de la mujer se le enreda en la cara. Hay algo de nervios. Mientras bebe de un botellín de agua, espera a las pruebas de la jornada.

(No salió demasiado bien. Belmonte se vio eliminada en las semifinale­s de los 400 m libres: “Está agotada por el esfuerzo de la víspera. Por lograr el bronce y por lo que había venido des-

pués, con el antidoping, el podio, los compromiso­s con la prensa, el viaje de vuelta a la Villa... se había acostado a las cuatro”, dice José Belmonte, el padre).

Paqui está en Río de la mano de Procter & Gamble (P&G), patrocinad­or TOP del Comité Olímpico Internacio­nal hasta el 2020, que ha diseñado una interesant­e campaña. Se trata del programa Gracias, mamá, una suerte de aplauso a las madres que se han dejado media vida para apoyar al desarrollo de sus hijos.

–¿Sabe que un buen día decidí empezar a nadar? –dice. –¿Y eso? –Trabajaba por las mañanas. Y por las tardes acompañaba a Mireia a la piscina. Mientras ella se entrenaba, me iba a tomar un café con otras madres. Pero claro, al final me aburría. Así que me puse a nadar también. Era divertido. Yo iba por un carril y mi niña, por el de al lado. –¿Y aún nada usted? –Ya no. Me cansé. –Bueno, al menos le serviría para entender de qué hablaba Mireia en las sobremesas en casa, ¿no? –En casa no se habla de natación. –¿Nunca? Recuerdo que los padres de Sebastian Coe siempre se quejaban de que su hijo se empeñaba en hablar de atletismo todo el tiempo... ‘Calla, Seb, nos aburres’, le decían –le comento.

–A veces, nos cuenta que tiene que ir a tal sitio o a tal otro. Pero no pasamos de allí. Hay que dejar que descanse la mente, ¿no? No todo puede ser natación... Además, por casa pasa más bien poco. Si calculamos el año entero, no creo que esté más de un mes con nosotros.

Tal vez esa tensión en los entrena- mientos se relaje un poco en las próximas semanas, cuando haya cesado el barullo olímpico.

Mireia pretende recuperar las clases de Comunicaci­ón y Relaciones Públicas. Estudia a distancia.

–Cuando todo esto haya pasado, podrán leer todo lo que se publica acerca de ella, ¿no? –le pregunto.

–Lo guardo todo. La verdad es que no me acabo los papeles. He hecho un libro con los recortes, y los voy acumulando en un armario. Cosas de madres.

–Y en estos días, con usted en Río, ¿quién se encarga de todo eso?

–Le he pedido a una amiga que me vaya comprando la prensa. Cuando regresemos a Badalona, tendremos que pasar cuentas...

“Recuerdo el día en el que Mireia se fue al CAR; tenía doce años; iba a su cuarto y allí estaba su cama, vacía”

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ADAM PRETTY / GETTY Felicidad. Mireia Belmonte exhibe la medalla de bronce conquistad­a la madrugada del domingo en los 400 estilos
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MARTIN BUREAU / AFP
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