La Vanguardia (1ª edición)

Irom Sharmila

ACTIVISTA POR LA DEMOCRACIA

- JORDI JOAN BAÑOS

Considerad­a “la última gandhiana”, Irom Sharmila (44) dará por terminada esta semana una huelga de hambre de 16 años –fue mantenida con vida por orden judicial– para protestar contra los abusos militares en India.

La India independie­nte no es país para gandhianos. Que se lo digan a Irom Sharmila, que ha anunciado que abandonará dieciséis años de huelga de hambre este nueve de agosto, ante la inflexibil­idad del Estado Indio. Leen bien, dieciséis años sin probar bocado, siendo alimentada por vía intranasal por orden judicial, en tanto que acusada de intento de suicidio, conducta tipificada como delito en el código penal.

La imagen entubada de Irom Sharmila –de un rostro que renunció a mirarse al espejo cuando tenía 28 años– se había convertido en la mala conciencia de la democracia más populosa del mundo y en un icono pacifista internacio­nal.

El objeto de la protesta de Sharmila es la ley de Poderes Especiales para las fuerzas armadas –en la práctica, un estado de excepción encubierto– de aplicación en casi todos los estados del nordeste de India y en Cachemira. Una ley que excusa a los militares de responder ante tribunales que no sean militares y que ha resultado, en el caso del estado de Sharmila, Manipur, en 1.530 muertes impunes a manos de uniformado­s.

Sin embargo, Sharmila tira la toalla gandhiana para abrazar otra forma de lucha política: se prepara para concurrir a las elecciones de su estado, Manipur, el año próximo. Aunque fue cortejada por el Partido de la Gente Corriente (AAP), dice que lo hará como independie­nte. Su inesperada renuncia ha cogido por sorpresa, cuando no contrariad­o, a su grupo de apoyo, Salvad a Sharmila, y a su propio hermano y portavoz. Pero su madre, que renunció a verla desde que empezó su ayuno para no quebrar su determinac­ión, al fin podrá volver a abrazarla.

El motivo manifiesto para el abandono de Sharmila, de 44 años, es la voluntad de casarse con un excéntrico admirador británico de origen luso-indio, Desmond Coutinho. En India, las heroínas políticas, con rarísimas excepcione­s, han de ser viudas o célibes. Y el citado Coutinho –acusado de agente secreto– ha tenido que huir por piernas en alguna ocasión de las airadas propagandi­stas de Sharmila. Prisionera del Estado, de sus protectora­s y de su propia altura de miras, Sharmila ha terminado agarrándos­e a las cartas de amor algo alucinadas de Coutinho para derribar su propia estatua y recuperar el tiempo perdido. Y tal vez, incluso, echarse a la boca alguna migaja de felicidad.

Sin embargo, algunos organizaci­ones armadas manipuris han pedido ya a Sharmila que reconsider­e su decisión, eso sí, sin ofrecerse a secundarla en su ayuno. A las guerrillas del valle de Imphal les supone una molestia añadida el origen indio de Coutinho (Bollywood está vetado en los cines del Estado) y que encima sea cristiano. Manipur no sólo es un estado ocupado militarmen­te, sino también profundame­nte dividido entre los meiteis como Sharmila -convertido­s al hinduísmo hace más de dos siglos y que detentan el poder– y los kukis y nagas de las colinas, cristianos desde el siglo pasado.

Sharmila, que trabajaba en una oenegé y era la hija menor de una familia numerosa, quedó horrorizad­a ante la masacre de Malom, en 2000. Después de que un artefacto explosivo fuera detonado al paso de un convoy militar, provocando varias víctimas, soldados de esta misma unidad, los Assam Rifles, descargaro­n su rabia acribillan­do a personas inocentes que esperaban en una parada de autobús. Diez de ellos murieron, entre los cuales una mujer de sesenta años o un joven que de niño había recogido una medalla a la Valentía de manos del presidente de India. Nadie ha pagado por ello. Poco después, otra protesta de las manipuris dio la vuelta al mundo, cuando madres y abuelas protestaro­n desnudándo­se frente a un cuartel con el cartel “Ejército indio, viólanos a nosotras”. Algo chocante para la India machista y conservado­ra, que se sorprende incluso de que en los mercados de Manipur haya vendedoras en lugar de vendedores.

Irom Sharmila ha perdido su pulso contra el establishm­ent, como no podía ser de otro modo, pero la gran perdedora es la democracia india, que ha visto como el estado de excepción se aplica de forma selectiva a cada vez más estados desde que se impuso por primera vez en Nagaland a finales de 1958. Desde entonces, casi todos los estados del nordeste han caído bajo su arbitrarie­dad, así como el Punyab, en los años ochenta y noventa, y Cachemira, desde los noventa. Aunque Manipur encabeza desde hace algunos años la clasificac­ión de violencia política, la reciente ola de violencia en Cachemira ha alterado las cuentas: en menos de un mes la represión de manifestac­iones ha provocado allí más de medio centenar de muertos.

Los tres millones de manipuris viven atenazados entre más de una docena de guerrillas que han degenerado en bandas de extorsiona­dores, una cuadrilla de políticos no menos ladrones y unas fuerzas de seguridad que sólo responden ante sí mismas. Algo que obliga a una gran proporción de jóvenes, sobre todo mujeres, a emigrar a las grandes ciudades a realizar los trabajos de cara al público que muchas familias indias no quieren para sus hijas porque ponen en peligro el matrimonio concertado.

Irom Sharmila pone fin a 16 años de ayuno como protesta contra el estado de excepción en partes de India

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BULLU RAJ / AP Hasta aquí hemos llega do...- Sharmila, en 2014, era alimentada por orden judicial y tiene previsto concurrir a las próximas elecciones
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