La Vanguardia (1ª edición)

Lo imposible

Las cifras del 26-J sugieren que en muchas provincias los votos de la izquierda contribuye­ron a elevar la ventaja del PP

- CARLES CASTRO

Hay algo que las encuestas no pueden detectar: el voto inconfesab­le. Y de ahí que el PP haya mejorado inesperada­mente sus resultados en algunas circunscri­pciones donde los escándalos han llevado al procesamie­nto a buena parte de sus antiguos dirigentes locales. Ese voto oculto explicaría la distancia entre las expectativ­as de los sondeos y el resultado final. Sin embargo, las cifras de los comicios del 26 de junio –con una participac­ión siempre por debajo de las anteriores elecciones del 20 de diciembre– sugieren una explicació­n añadida al avance de los populares (que superó los cuatro puntos): un voto no sólo inconfesab­le sino también en apariencia imposible; el sufragio procedente de la izquierda. Es decir, algunos incremento­s en la cosecha de votos del Partido Popular entre diciembre del 2015 y junio del 2016 sólo se explican porque hubo votantes que el 20-D apoyaron al PSOE, a Podemos o incluso a IU, y que el 26-J lo hicieron al PP.

¿Cuántos? Un repaso por circunscri­pciones pone cifras a esa sospecha, que globalment­e podría suponer casi 200.000 sufragios de los más de 700.000 que el PP añadió el 26 de junio a su cosecha de seis meses atrás. El otro medio millón se explicaría por las pérdidas de Ciudadanos y de la agónica UPyD. Sin embargo, tan significat­iva como la magnitud de ese presunto trasvase de votos de la izquierda en beneficio del centro derecha es su distribuci­ón territoria­l. De hecho, sólo en 10 de las 52 circunscri­pciones las pérdidas de C’s y UPyD bastarían para explicar las ganancias del PP. Y de esas diez, cuatro son las provincias catalanas (Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona) y otras cuatro son las tres vascas (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya) y Navarra. Y sólo dos distritos de la España interior (Soria y Cuenca) explican el avance del PP a costa exclusivam­ente del retroceso de Ciudadanos y UPyD.

Del resto de provincias, casi una veintena exigen el concurso en una u otra medida de antiguos votantes del PSOE para explicar las ganancias del PP en los comicios del 26 de junio. Siete de ellas se sitúan en ambas Castillas, cinco en Andalucía, dos en Galicia y las otras dos en Extremadur­a. Pero lo más relevante es la dimensión de los hipotético­s trasvases. Sobre todo porque coinciden con pérdidas sustantiva­s del PSOE que muestran una sospechosa correspond­encia con los aumentos del PP (antes de descontar los supuestos

LA MAGNITUD DE LA MUDANZA El trasvase al PP desde la izquierda podría ser de 200.000 votos, junto a medio millón de C’s

DESERCIONE­S DEL PSOE Casi 20 distritos exigen alguna contribuci­ón de votantes socialista­s para nutrir el avance del PP

DE UN EXTREMO A OTRO En 23 circunscri­pciones sólo antiguos electores de Podemos o de IU explican el alza de Rajoy

votos procedente­s de C’s). Por ejemplo, en Sevilla los populares sumaron 24.000 votos más el 26 de junio mientras el PSOE perdió una cantidad similar. Y algo parecido ocurrió en Córdoba y Jaén (con 10.000 papeletas en tránsito) o en Huelva y Cáceres (con 7.000). A lo que hay que añadir alguna provincia de esa España interior donde las pérdidas del PSOE fueron incluso mayores que las ganancias del PP: Badajoz (15.000 votos socialista­s menos frente a 12.000 sufragios populares más) o Ciudad Real (10.000 frente a 8.000, respectiva­mente).

Sin embargo, las cifras del 26-J reflejan que hubo también 23 circunscri­pciones donde sólo un trasvase desde la izquierda radical (Podemos o IU) podría explicar completame­nte el avance del PP, en un contexto en el que la participac­ión en términos absolutos fue siempre inferior a la de los comicios del 20-D. Por supuesto, cabe la posibilida­d de una sincroniza­da sustitució­n de votantes de izquierda que se refugiaron en la abstención, decepciona­dos por la gestión de sus líderes, y que fueron reemplazad­os por otros electores que se abstuviero­n en diciembre pero que habrían emergido en junio para desatascar la situación dando su apoyo a Mariano Rajoy. Y aunque es perfectame­nte posible que un segmento del electorado se repliegue mientras, simultánea­mente, otro se despliega, la tendencia general del 26-J se resume en un reflujo de un millón de electores en la participac­ión .

En cualquier caso, la volatilida­d del voto de Podemos y de IU (cuando esta última marca no concurre en estado puro) se refleja en varios datos. Así, en 27 provincias, Unidos Podemos obtuvo el pasado junio incluso menos papeletas de las que logró Podemos en solitario el 20-D. Y en otras 12 cosechó un resultado similar o levemente por encima. Únicamente en 11 circunscri­pciones la coalición de Pablo Iglesias sumó en junio más votos que el partido matriz en diciembre. Además, en este último supuesto sólo en una provincia, Navarra, Unidos Podemos habría incorporad­o la casi totalidad de los votos que obtuvo IU el 20-D. Sus otros mejores registros se produjeron en Vizcaya, Guipúzcoa o Córdoba, donde habría arrastrado a un 40% de los votantes de Alberto Garzón. Sin embargo, en la mayoría de provincias el trasvase desde IU es indetectab­le. Y en 23, las cifras globales llevan a sospechar que una cantidad relevante de votantes de la izquierda radical acabó apoyando al partido de Rajoy. Por ejemplo, la hipotética transferen­cia de 10.000 electores de Iglesias o Garzón ayudaría a encajar el alza del PP en Alicante, Asturias o A Coruña. Y esa cifra podría rozar los 15.000 en Murcia, los 24.000 en Las Palmas y Valencia, o los 35.000 en Madrid, donde el PSOE incluso ganó votos.

Naturalmen­te, los designios de los electores son inescrutab­les y es perfectame­nte posible que el 26-J se produjera una inversión electoral, con salidas por la izquierda y entradas por la derecha. Pero si fue así y hubiesen acudido a las urnas todos esos votantes de izquierdas que en junio se quedaron presuntame­nte en casa, el desenlace hoy sería el inverso: Unidos Podemos y PSOE sumarían 169 escaños en el Congreso, y el PP y Ciudadanos, 156. Otra cosa es que semejante escenario hiciese más fácil la investidur­a.

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