Andalucía, por sí y para España
Los políticos andaluces olvidan a Blas Infante y soslayan los problemas internos mientras buscan solución a los externos, como el conflicto catalán
El lema de Blas Infante para su concepto de Andalucía pretendía recoger los tres aspectos del camino que el padre de la patria andaluza consideraba imprescindible transitar para alcanzar la felicidad. Primero, los propios andaluces; después el resto del país y el mundo, “la humanidad” en su versión más ampulosa.
Muchas décadas después de que el notario liberal Blas Infante fuese ejecutado por los fascistas en la carretera de Sevilla a Carmona, la comunidad más extensa y poblada de España, con sus 87.000 kilómetros cuadrados y sus 8,5 millones de personas, permanece en el furgón de cola de cualquiera de los datos que miden el bienestar y la riqueza. Mientras España celebraba la entrada en la Comunidad Económica Europea, en 1986, Andalucía ya se encontraba en el último puesto de las regiones europeas. Hoy, el diferencial de riqueza con respecto a la renta media española y europea no se ha reducido. Con la peligrosa tendencia, extendida entre sus dirigentes políticos, de echar las culpas a los demás. Y es que, como asegura el sociólogo Manuel Pérez Yruela, “los andaluces suelen tener unas altas expectativas respecto al papel del Estado en la solución de sus problemas”.
Hoy existe la sensación de que los dirigentes políticos andaluces, básicamente los socialistas que durante 37 años han monopolizado el control político de la comunidad, han arrojado la toalla. Que dejan de lado la primera parte del lema de Blas Infante para centrar sus esfuerzos en la defensa de la libertad y la igualdad de los españoles, amenazada, en su opinión, por los diversos desafíos
La comunidad más extensa y poblada de España sigue en el furgón de cola de cualquiera de los datos que miden el bienestar y la riqueza
soberanistas, encabezados, claro está, por el catalán.
Esa es la opinión del historiador Manuel Ruiz, para quien el papel de Andalucía per se es nulo: “Nadie habla de nuestros problemas, de nuestras necesidades, del modelo territorial que nos conviene como pueblo. En su lugar la Junta de Andalucía pretende jugar un papel exclusivamente para España”. Han arrojado la toalla de los problemas internos, para convertirse en adalides de una unidad de España que sienten en peligro.
Buena parte de los andaluces transitan por el nuevo siglo con cierta sensación de perplejidad y desesperanza. Si nuestros dirigentes no se empeñan seriamente en luchar por sacar a la comunidad del furgón de cola, ¿quién lo va a hacer? La realidad geográfica de Andalucía contribuye a prolongar el aislamiento histórico, que se siente como una realidad impuesta desde fuera. Andalucía es vista como un eslabón periférico en un país periférico, al margen de las decisiones que se toman lejos, en el centro del sistema capitalista. Con una agricultura en dificultades y una industria casi inexistente, el mayor peso en la economía, hasta un 20,5%, corresponde a la administración pública. Un panorama sombrío.
Pero no siempre fue así. Un somero repaso a la historia muestra que en los siglos XVI y XVII la andaluza era la primera economía del país y una de las primeras en términos per cápita. Entonces, ¿cuándo se inicia el desastre? A comienzos del siglo XIX tuvo lugar en España el tránsito del antiguo al nuevo régimen en el que Andalucía perdió definitivamente su capacidad económica.
Tras la Guerra Civil y la contrarreforma agraria, el 45% de las tierras que se devolvieron a sus propietarios fue en Andalucía, y gran parte del capital generado por el sector agrario se dirigió a industrializar Catalunya y el País Vasco. Al capital le siguió la mano de obra, la fuerza de trabajo que se desplazó sobre todo del interior andaluz a las comunidades más emergentes. Hoy, más de millón y medio de andaluces residen fuera, de los que la mitad lo hacen en Catalunya.
Sin duda de aquellas lluvias llegaron los actuales lodos. El sentimiento nacionalista andaluz, representado durante un tiempo en el andalucismo político, hoy disuelto y sustituido por la apropiación socialista del discurso, tiene muy presente esos agravios. Es habitual escuchar el argumento de que Andalucía está a la cola del bienestar porque la industria y el desarrollo se lo llevó el norte del país “a costa del dinero y el sudor de los andaluces”, mientras el PSOE se ha convertido en un partido-régimen, que se ha apropiado de la estética de un nacionalismo que ha quedado políticamente reducido a la nada.
El desafío soberanista catalán es visualizado, en este contexto, como un intento de los “ricos catalanes” de romper los lazos de la igualdad entre todos los españoles, después de que su bienestar se haya construido sobre los hombros de los más pobres. “A madrileños, catalanes, vascos, gallegos, andaluces...
Las relaciones con Madrid han virado del amor al odio, y viceversa, en función del partido que estuviera al frente del Gobierno central
nos ha venido bien estar todos juntos en el marco del modelo territorial autonómico, donde los distintos territorios han sido protagonistas en la superación de las desigualdades del pasado”, señala Juan Pablo Durán, presidente del Parlamento andaluz.
La enorme extensión del territorio andaluz, donde la costa tiene muy poco que ver con el interior y donde cada comarca constituye un submundo diferente, propicia que su interrelación con otras comunidades quede reducida a Catalunya, como receptora de la gran masa migratoria de los años cincuenta y sesenta, y a Madrid como sede administrativa central. Quizá algo más de contacto con Extremadura, por el eje vía de la Plata; con Murcia y Valencia, unidos en la defensa del corredor mediterráneo o en el cambio del modelo de financiación autonómica; pero nada con Castilla-La Mancha, ni con otras comunidades más alejadas, más allá de algunos proyectos de expansión del turismo bilateral, como acaba de pasar con el País Vasco.
Durante los últimos años, las relaciones con Madrid, entendida como sede de las principales instituciones del Estado, han virado del amor al odio, y viceversa, en función del partido político que estuviera al frente del Gobierno español. Pero nada equiparable a lo sucedido en estos cuatro años de Mariano Rajoy, donde la administración central y autonómica han jugado a zancadillearse. Más de una veintena de recursos de inconstitucionalidad en ambos sentidos esperan sentencia.
Andalucía se considera como la comunidad que mejor armoniza la identidad española con la identidad nacional, la mejor situada para aproximar los extremos identitarios que colisionan hoy. Jugar ese papel en el futuro, buscando fórmulas de entendimiento que eviten una tensión que ven perjudicial para España y para los propios catalanes, parece ser el papel que se reservan Susana Díaz y los dirigentes políticos andaluces para el futuro. Pero, mientras tanto, persiste una pregunta capital: ¿qué hay de lo mío?