La Vanguardia (1ª edición)

Juegos en un país en crisis

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LOS Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro no podían haberse celebrado en peor momento económico y social para Brasil: una fuerte recesión, un brutal aumento del desempleo, con más de dos millones de nuevos parados en los últimos quince meses, una profunda crisis política, un gran malestar social y una imagen de país poco eficiente y mal organizado. Nadie podía pensar que este sería el estado de la potencia brillante y emergente que hace ocho años enamoró al Comité Olímpico Internacio­nal para concederle la celebració­n de los Juegos en el 2016. Pero el impacto de la desacelera­ción de la economía de China en las compras de sus materias primas, el brutal descenso de precios de las mismas, los graves errores de política económica del gobierno de Dilma Rousseff, ahora apartada del poder por maquillar las cuentas públicas, la huida de capitales y la caída de las inversione­s han llevado a la actual situación.

Difícilmen­te los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro van a contribuir a mejorar la actual situación económica de Brasil como consecuenc­ia del impulso en la actividad que hayan tenido las nuevas infraestru­cturas, ya que provocarán un importante incremento del ya muy elevado endeudamie­nto público, ni como resultado de los derechos televisivo­s ni de un determinan­te aumento del turismo, castigado por la irrupción del virus del Zika en el país, lo que ha supuesto otra desgracia añadida.

La esperanza, sin embargo, es que los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro sean, al menos, un éxito deportivo y social, y que marquen el principio del fin de la dura crisis política y económica que ha sufrido el país. El Fondo Monetario Internacio­nal prevé que la economía vuelva al crecimient­o el año próximo, con un aumento del producto interior bruto del 0,5%, después de haber caído más de un 7% en los últimos dos años, al tiempo que el clima de confianza del consumidor y del empresaria­do empiezan a mejorar.

El nuevo juicio al que debe someterse Dilma Rousseff, que se celebrará una semana después del final de la cita olímpica, puede acabar de confirmar su destitució­n de la presidenci­a. Ello consolidar­ía en la misma a su sucesor interino, Michel Temer, cuyo Gobierno podría profundiza­r la agenda neoliberal ya iniciada, que está marcada por la reducción del gasto público, las privatizac­iones masivas, la reforma de las pensiones, de las leyes laborales y de la fiscalidad, así como la reorganiza­ción de la administra­ción y de la banca estatal pública. Pero, pese a contar con la confianza de los mercados financiero­s, el éxito no está asegurado, en un país –el gigante de Latinoamér­ica– que debe afrontar también enormes retos sociales.

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