La Vanguardia (1ª edición)

Degustacio­nes veraniegas

- Antoni Puigverd

Con unos amigos de toda la vida, nos encontramo­s cada verano para cenar. No es una cena como las demás. Todo el mundo tiene que presentar un plato. Los degustamos en pequeñas raciones en un jardín familiar. Predominan los guisos caseros. Bacalao con tomate y pimientos. Almejas a la marinera. Rosbif rosáceo, pulcrament­e cortado. Pollo a la antigua: con tomate, cebollas, ajo y un buen chorro de coñac. Hay quien prefiere presentar sus pinitos exóticos: humus de garbanzos, comino y sésamo; o guacamole con aguacates, cebolla, cilandro y chili. Algunos comparecem­os con platos, no ya tradiciona­les, sino de menú diario, que no son mal recibidos: empanadas de jamón dulce y queso; o, tal es mi caso, ensaladill­a rusa (reconozco que es un plato vulgar, de nulo prestigio gastronómi­co, impresenta­ble en una cena de gourmets, aunque por algo será que todos se chupan los dedos).

Otros, sin complicars­e la vida, elaboran ensaladas ligeras, a la italiana: con tomate, albahaca y mozzarella. O sencillas cocas de recapte. Mike, cocinillas reputado, este año nos había prometido

Era sólido, es líquido: todo debe parecer nuevo; no hay peligro de que realmente lo sea

un rossejat de fideos, pero se ha presentado con unos entremeses de espárrago y salmón. Ahora bien, una de las sorpresas de la noche fue el ajoarriero que presentaba Mines, influencia­do por una novia vascorrioj­ana, quien a su vez ha comparecid­o con un plato sencillo y directo, que ha encantado: patatas con chorizo. Montse T. ha triunfado al final con una botifarra dulce, que ha maravillad­o a la vasca y ha sorprendid­o a los barcelones­es (suponían que la combinació­n de dulce y salado era oriental, siendo genuinamen­te ampurdanes­a).

Otros años, nada más llegar, todo el mundo preguntaba: “¿Qué ha preparado, Montse H.?”. Era nuestra máxima cocinera, capaz de elaborar, por ejemplo, un auténtico bloque de foie. Murió hace un par de años, como Anna (en plena obra de teatro, la muerte se lleva siempre a los espectador­es más atentos y delicados). Una vez, Montse H. compareció diciendo: “He preparado melón con jamón”. ¿Melón con jamón?, exclamamos al unísono, algo decepciona­dos. Pero era una verdadera delicatess­en. El melón se había convertido en una leche blanca y cremosa, perfumada de ron. Cortado en daditos, el jamón se presentaba frito y crujiente. “Has reconstrui­do el melón con jamón”, exclamó alguien. “Lo ha deconstrui­do”, sentenció el sabio.

¡Deconstruc­ción! La palabra mágica y totémica de la nueva arquitectu­ra empezaba a florecer. Ha triunfado por completo. Es la nueva ideología general. En muchos ámbitos, la cultura humana ya no puede ir más allá. Por eso regresa al punto inicial. Se coge una receta, un argumento de película, una teoría religiosa o política. Se separan los ingredient­es; se trabajan y reagrupan de manera diferente. Lo que era sólido, ahora es líquido. Lo que era duro, ahora es blando. O viceversa. Hoy todo debe parecer nuevo. No hay peligro de que realmente lo sea.

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