Degustaciones veraniegas
Con unos amigos de toda la vida, nos encontramos cada verano para cenar. No es una cena como las demás. Todo el mundo tiene que presentar un plato. Los degustamos en pequeñas raciones en un jardín familiar. Predominan los guisos caseros. Bacalao con tomate y pimientos. Almejas a la marinera. Rosbif rosáceo, pulcramente cortado. Pollo a la antigua: con tomate, cebollas, ajo y un buen chorro de coñac. Hay quien prefiere presentar sus pinitos exóticos: humus de garbanzos, comino y sésamo; o guacamole con aguacates, cebolla, cilandro y chili. Algunos comparecemos con platos, no ya tradicionales, sino de menú diario, que no son mal recibidos: empanadas de jamón dulce y queso; o, tal es mi caso, ensaladilla rusa (reconozco que es un plato vulgar, de nulo prestigio gastronómico, impresentable en una cena de gourmets, aunque por algo será que todos se chupan los dedos).
Otros, sin complicarse la vida, elaboran ensaladas ligeras, a la italiana: con tomate, albahaca y mozzarella. O sencillas cocas de recapte. Mike, cocinillas reputado, este año nos había prometido
Era sólido, es líquido: todo debe parecer nuevo; no hay peligro de que realmente lo sea
un rossejat de fideos, pero se ha presentado con unos entremeses de espárrago y salmón. Ahora bien, una de las sorpresas de la noche fue el ajoarriero que presentaba Mines, influenciado por una novia vascorriojana, quien a su vez ha comparecido con un plato sencillo y directo, que ha encantado: patatas con chorizo. Montse T. ha triunfado al final con una botifarra dulce, que ha maravillado a la vasca y ha sorprendido a los barceloneses (suponían que la combinación de dulce y salado era oriental, siendo genuinamente ampurdanesa).
Otros años, nada más llegar, todo el mundo preguntaba: “¿Qué ha preparado, Montse H.?”. Era nuestra máxima cocinera, capaz de elaborar, por ejemplo, un auténtico bloque de foie. Murió hace un par de años, como Anna (en plena obra de teatro, la muerte se lleva siempre a los espectadores más atentos y delicados). Una vez, Montse H. compareció diciendo: “He preparado melón con jamón”. ¿Melón con jamón?, exclamamos al unísono, algo decepcionados. Pero era una verdadera delicatessen. El melón se había convertido en una leche blanca y cremosa, perfumada de ron. Cortado en daditos, el jamón se presentaba frito y crujiente. “Has reconstruido el melón con jamón”, exclamó alguien. “Lo ha deconstruido”, sentenció el sabio.
¡Deconstrucción! La palabra mágica y totémica de la nueva arquitectura empezaba a florecer. Ha triunfado por completo. Es la nueva ideología general. En muchos ámbitos, la cultura humana ya no puede ir más allá. Por eso regresa al punto inicial. Se coge una receta, un argumento de película, una teoría religiosa o política. Se separan los ingredientes; se trabajan y reagrupan de manera diferente. Lo que era sólido, ahora es líquido. Lo que era duro, ahora es blando. O viceversa. Hoy todo debe parecer nuevo. No hay peligro de que realmente lo sea.