El otro primer beso
Hay mucha literatura sobre el poder fundacional del primer beso. A menudo se le relaciona con el verano porque se entiende que los amores vacacionales suelen propiciar este tipo de contactos y es probable que muchos lectores de La Vanguardia recuerden, no sé si con nostalgia o con dolor, ese primer beso de adolescencia. También es cierto que las costumbres han cambiado y que la relación alcohol-adolescencia, cada vez más precoz y brutalmente gregaria, propicia que muchos primeros besos se ahoguen en océanos de coma etílico y otras formas de olvido. Se habla poco, en cambio, de la trascendencia simbólica del primer beso en la frente, que es el que se dan las parejas tras una larga convivencia.
¿En qué momento se pasa del beso en los labios, aunque sea protocolario, al beso en la frente, que inaugura un nuevo código pasional y parece responder a un pacto tácito de, llamémosle, paz por territorios? Es evidente que el gesto se instaura cuando la pareja ya no necesita el combustible de la pasión, pero ¿no habría una alternativa más digna? El primer beso en la frente inicia la aceleración de la decadencia. Un día, sin haberlo acordado, uno de los miembros de la pareja activa el mecanismo de acercarse a la
Siempre, tarde o temprano, alguien nos pregunta si recordamos nuestro primer beso
persona largamente amada y menos largamente deseada. Pero, en vez de darle un beso en los labios, se queda a medio camino y certifica su afecto con un gesto más paternofilial que amoroso. En otro contexto, este mismo ritual transmite mucha ternura, como entre padres e hijos mayores, entre nietos y abuelos o cuando te despides o saludas a un enfermo al que de verdad aprecias. Pero si en una pareja aparentemente consolidada el beso en la frente llega demasiado pronto, ¡cuidado!: puede ser el síntoma de un adulterio latente o de una inminente separación.
El primer beso en la frente es el más duro de los besos porque no lo esperas. Después, te vas acostumbrando, igual que te acostumbras a las cosas que no tienen remedio. E incluso acabas aprendiendo a facilitarlos, y cuando ves venir el momento tragicómico de recibirlo, casi haces el gesto de rematar los labios flácidos con la indolencia del delantero desmotivado que peina una pelota blanda a la salida de un córner. En una pareja, el beso en la frente es una declaración tácita de impotencia, una excrecencia del lenguaje no verbal que contiene un mensaje fácil de interpretar: nos hemos acostumbrado a querernos y sentimos un perdurable afecto el uno por el otro pero evitamos el énfasis de una pasión o de un contacto que, a estas alturas, ya no necesitamos. Como siempre nos quedará la duda de si el beso en la frente nos degrada o no, conviene vivirlo con cierto sentido del humor y pensar que cuando la pareja se hunda todavía más y quede fosilizada en el ámbar de la distancia, los silencios o los reproches, un gesto tan aparentemente insulso se echará de menos. Siempre, tarde o temprano, alguien nos pregunta si recordamos nuestro primer beso. Pero, a partir de cierta edad, conviene especificar: ¿el primer beso en los labios o en la frente?