La Vanguardia (1ª edición)

El otro primer beso

- Sergi Pàmies

Hay mucha literatura sobre el poder fundaciona­l del primer beso. A menudo se le relaciona con el verano porque se entiende que los amores vacacional­es suelen propiciar este tipo de contactos y es probable que muchos lectores de La Vanguardia recuerden, no sé si con nostalgia o con dolor, ese primer beso de adolescenc­ia. También es cierto que las costumbres han cambiado y que la relación alcohol-adolescenc­ia, cada vez más precoz y brutalment­e gregaria, propicia que muchos primeros besos se ahoguen en océanos de coma etílico y otras formas de olvido. Se habla poco, en cambio, de la trascenden­cia simbólica del primer beso en la frente, que es el que se dan las parejas tras una larga convivenci­a.

¿En qué momento se pasa del beso en los labios, aunque sea protocolar­io, al beso en la frente, que inaugura un nuevo código pasional y parece responder a un pacto tácito de, llamémosle, paz por territorio­s? Es evidente que el gesto se instaura cuando la pareja ya no necesita el combustibl­e de la pasión, pero ¿no habría una alternativ­a más digna? El primer beso en la frente inicia la aceleració­n de la decadencia. Un día, sin haberlo acordado, uno de los miembros de la pareja activa el mecanismo de acercarse a la

Siempre, tarde o temprano, alguien nos pregunta si recordamos nuestro primer beso

persona largamente amada y menos largamente deseada. Pero, en vez de darle un beso en los labios, se queda a medio camino y certifica su afecto con un gesto más paternofil­ial que amoroso. En otro contexto, este mismo ritual transmite mucha ternura, como entre padres e hijos mayores, entre nietos y abuelos o cuando te despides o saludas a un enfermo al que de verdad aprecias. Pero si en una pareja aparenteme­nte consolidad­a el beso en la frente llega demasiado pronto, ¡cuidado!: puede ser el síntoma de un adulterio latente o de una inminente separación.

El primer beso en la frente es el más duro de los besos porque no lo esperas. Después, te vas acostumbra­ndo, igual que te acostumbra­s a las cosas que no tienen remedio. E incluso acabas aprendiend­o a facilitarl­os, y cuando ves venir el momento tragicómic­o de recibirlo, casi haces el gesto de rematar los labios flácidos con la indolencia del delantero desmotivad­o que peina una pelota blanda a la salida de un córner. En una pareja, el beso en la frente es una declaració­n tácita de impotencia, una excrecenci­a del lenguaje no verbal que contiene un mensaje fácil de interpreta­r: nos hemos acostumbra­do a querernos y sentimos un perdurable afecto el uno por el otro pero evitamos el énfasis de una pasión o de un contacto que, a estas alturas, ya no necesitamo­s. Como siempre nos quedará la duda de si el beso en la frente nos degrada o no, conviene vivirlo con cierto sentido del humor y pensar que cuando la pareja se hunda todavía más y quede fosilizada en el ámbar de la distancia, los silencios o los reproches, un gesto tan aparenteme­nte insulso se echará de menos. Siempre, tarde o temprano, alguien nos pregunta si recordamos nuestro primer beso. Pero, a partir de cierta edad, conviene especifica­r: ¿el primer beso en los labios o en la frente?

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