Sin premios Nobel
España no ha tenido ningún premio Nobel de áreas científicas desde 1959, en que recibió el galardón Severo Ochoa por sus trabajos sobre el ADN y la biología molecular. Teniendo en cuenta, además, que investigó en Estados Unidos y tenía la doble nacionalidad. Antes sólo hubo otro científico español galardonado, el aragonés Santiago Ramón y Cajal, en 1906, por su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso. Los dos fueron premiados en los campos de la Fisiología o Medicina. No hemos tenido ni uno en Física o Química, ni tampoco en Paz o Ciencias Económicas. Nos salvamos un tanto por la Literatura, con seis premios: Vicente Alexandre, Jacinto Benavente, José Echegaray, Juan Ramón Jiménez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa, este último hispano-peruano. Tampoco esto es mucho. Baste comparar con la vecina Francia, que ha tenido 47 premios Nobel, de ellos 13 de Literatura y muchos de las restantes disciplinas desde que en 1901 se empezaron a entregar.
El déficit clamoroso de premios Nobel españoles en los campos científicos debería sonrojarnos. No es importante un galardón más o menos, pero sí evidencia lo poco que representamos en investigación e innovación. Porque aun siendo excelente tener escritores muy destacados se da una distinción fundamental entre los premios científicos y el literario y el de la Paz: estos se otorgan a un genio individual, que puede darse en cualquier parte, incluidos países muy subdesarrollados. Pero los premios científicos son hoy resultado de años de investigación de amplios equipos, con medios sofisticados y muchos recursos. Ello sólo es posible en países del primer mundo. Conseguir premios de este tipo es síntoma de país desarrollado.
La escasez de recursos destinados en España a la investigación científica ha sido crónica, pero además ha bajado en los últimos años con los recortes de la crisis, aunque es justo decir que ha tenido un pequeño repunte en el 2016. Nos situamos en el 1,24% del PIB en I+D+i, frente a la media del 2,02% de los países de la UE y, por supuesto, muy lejos de los países punteros. Algo falla en la estructura de nuestros estudios. El porcentaje de españoles de entre 30 y 35 años con estudios superiores finalizados es del 42,3%, por encima del 38% de media europea. Pero nuestros investigadores marchan al extranjero y a la vez nos faltan trabajadores altamente cualificados de menor nivel académico.