La Vanguardia (1ª edición)

El caballero de la Blanca Luna

- María-Paz López

Siempre he tenido al bachiller Sansón Carrasco por un auténtico caballero andante. Movido por la voluntad de rendir un servicio, se plantó en la playa de Barcelona a fingir ser lo que no era para intentar devolver a su hogar a una persona quebrantad­a que necesitaba cuidados. Disfrazado de caballero de la Blanca Luna, buscó desfacer un entuerto. Y a fe que lo consiguió. Del lance salió Don Quijote vencido y maltrecho, pero cumplidor se avino a respetar lo prometido antes de la justa: de perder, dejaría las armas y regresaría a su aldea en La Mancha. Allí, nos cuenta Cervantes, recobró la razón y, al poco, falleció.

Este año en que celebramos el 400 aniversari­o de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), acudí un día a leer algunos episodios del Quijote ,en una versión infantil, a alumnos de primaria de una escuela bilingüe alemán-español de Berlín. Escucharon el de los gigantes y los molinos, el del yelmo de Mambrino, el del combate con los rebaños de carneros, y el del caballero de la Blanca Luna. Huelga decir que fue un éxito; las aventuras quijotesca­s siempre lo son. –¿¡Don Quijote estuvo en Barcelona!? ¿De verdad? Niñas y niños de países varios y afecto a lo hispano abrían ojos como platos ante una revelación para ellos asombrosa. Desistí de recitarles el elenco de elogios que Cervantes dedicó a mi maravillos­a ciudad –en un castellano demasiado difícil–, pero ruego mil perdones por no resistirme a repetirlos aquí: “Archivo de la cortesía, albergue de los extranjero­s, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspond­encia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”.

Don Quijote enumera alabanzas pese a que en Barcelona le acontecier­on desdichas. Paseaba por la playa cuando el supuesto caballero de la Blanca Luna, enviado en misión de rescate por familia y amigos, le retó y derrotó. La imagen de Don Quijote y Sancho en sus monturas sobre la arena, dibujada por ilustrador­es de la obra cervantina, debería ser marca Barcelona. ¿Cómo es posible que no se explote a fondo esa excepciona­l publicidad, de impacto global, que Cervantes nos regaló hace cuatro siglos? Nos tememos que el nacionalis­mo rampante tenga bastante que ver con ese aparatoso descuido de la capital catalana.

En cambio, me gusta pensar que en las escuelas barcelones­as los niños dibujan a Don Quijote no sólo acometiend­o molinos de viento, sino también a la orilla de su mar azul. Quiero creer que conocen los encomios de Cervantes a la ciudad (¿les enseñan a recitarlos?), y que sus profesores les explican que salvó de la quema de libros de caballería­s el Tirant lo Blanc, “tesoro de contento y mina de pasatiempo­s”, y en su género, “el mejor libro del mundo”, según el cura amigo.

Al terminar la lectura en Berlín, la maestra asturiana me regaló una rosa, porque soy catalana y al día siguiente era Sant Jordi. Me sentí en la mejor de las Españas, la que jamás de los jamases querría abandonar.

La imagen de Don Quijote y Sancho en la playa debería ser marca Barcelona; Cervantes nos regaló publicidad de impacto global

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