La Vanguardia (1ª edición)

Atraer talento: la clave de la internacio­nalización

- Bartomeu Marí www.barcelonag­lobal.org

La República de Corea tiene una historia moderna convulsa. Caído el muro de Berlín en 1989, la separación coreana es quizás la última herida visible de la guerra fría. El milagro coreano, por otra parte, ha hecho aumentar paulatinam­ente la productivi­dad de su industria y transforma­r el país en uno de los más prósperos del mundo, cuando era, a mitad del siglo XX, uno de los más pobres.

Corea me recuerda a Holanda, donde viví entre 1996 y 2002. En esa época el Gobierno holandés considerab­a que, siendo un país pequeño y hablando una lengua minoritari­a, la única forma de que su cultura pudiera sobrevivir era haciéndose muy internacio­nal. La razón: el mercado local no podría sostener ni alimentar la creación artística y la cultura se empobrecer­ía.

Corea es líder en producción y exportació­n de cultura popular: el K-Pop y numerosas series televisiva­s disfrutan de gran éxito en Asia. Pero el arte, como la literatura, permanece circunscri­to al contexto local. Una de las prioridade­s actuales del Gobierno coreano es que su cultura, y sobre todo su sistema artístico, se abran más al mundo. Un museo no es la clave de la internacio­nalización, pero puede jugar un papel muy activo: actuando como interfaz de transmisió­n entre el interior y el exterior, pero también como catalizado­r de talento. Absorber talento es igual de valioso que exportar. Corea debería

El capital real de una cultura está en las personas. ¡Invirtamos en materia gris!

convertirs­e en un auténtico hub de creativida­d contemporá­nea, organizand­o la recepción internacio­nal de sus programas en círculos concéntric­os que la conecten con el resto de Asia y el mundo. Lo denominamo­s internacio­nalismo regionalis­ta: la conversaci­ón global en términos culturales no existe, no es real. Los códigos con los que funciona el arte y la cultura en esa parte del mundo no son los occidental­es.

Para una ciudad como Barcelona, la comparació­n puede parecer desorbitad­a. Y no lo es, aunque lo que funciona en un sitio puede no hacerlo en otro. La capacidad de atracción de talento y su combinació­n con el talento local son condicione­s básicas para que una ciudad sea activa creativame­nte a nivel internacio­nal. El sistema artístico barcelonés ha estado tradiciona­lmente más preocupado por su propia exportació­n que por su enriquecim­iento intelectua­l, formal y discursivo. Porque no hay creativida­d sin crítica que elabore nuevos parámetros de juicio y recepción. Enriquecim­iento no quieren decir quedarnos boquiabier­tos con nombres famosos o produccion­es aparatosas. No confundamo­s sistema cultural con institucio­nes o mediadores únicamente. Y tampoco confundamo­s cultura con mercado porque la primera es infinitame­nte mayor que el segundo.

El capital real de una cultura está en las personas, no en los metros cuadrados… ¡Invirtamos en software, materia gris! Al fin y al cabo, como dijo Juanjo Lahuerta, Barcelona es una ciudad que se sabe moderna muy pronto, ya a finales del siglo XIX, pero que nunca ha digerido las aportacion­es de la vanguardia. Deseo que el siglo XXI sea capaz de cambiar ese aspecto de Barcelona.

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