La Vanguardia (1ª edición)

Anita nunca volvió de la feria

Su cuerpo apareció desnudo entre los bloques de un espigón tras estar diez días desapareci­da

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Esta es la historia de Anita, la de una adolescent­e de 15 años que acudió una tarde al cumpleaños de una amiga y que nadie que la quisiera de verdad volvió a ver jamás con vida. La vieron, sí, pero ya muerta, diez días después de que desapareci­era y trajera con ello la desesperac­ión a su madre y su hermano.

Su cadáver desnudo fue enconcon trado parcialmen­te sumergido y empotrado entre los bloques de cemento que coronan el espigón de la playa de la Mar Bella, en Barcelona. Una joven que había salido a correr reposaba del esfuerzo en la escollera cuando vio sobresalir un brazo. Hasta que no se hizo la regeneraci­ón dactilar (reconstrui­r las huellas de los dedos erosionada­s por el agua) no se supo quién era. Un miembro de la policía científica llamó a la unidad de desapareci­dos y le dijo a su responsabl­e: “La persona encontrada en la Mar Bella es Anita, la adolescent­e de la denuncia de Nou Barris”.

Los días previos a la desaparici­ón, la relación entre Anita y su madre estaba algo tensa. La adolescent­e había bajado su rendimient­o escolar y su comportami­ento en clase no era el de siempre. Cada vez era más amiga de ir a la calle con la pandilla y de perderse en mil disquisici­ones infinitas sus amigas sobre si eran correspond­idas las ganas de salir con el chico que le gustaba. Su madre pensó que cortar dichas salidas sería un buen castigo, que sería una buena manera de reconducir la situación. Y claro, a su pequeña, a la niña de sus ojos, eso no le parecía bien.

La muchacha no dejó esos días de insistir en que quería ir a la Feria de Abril que ya se celebraba en la zona del Fòrum barcelonés en 2013. Anita pronto descubrió que nada podría hacer por convencer a su madre. Entendió que no podría ir al recinto festivo salvo, quizá, si explicaba una mentira. Esa idea empezó a darle vueltas en la cabeza. En todo caso, tenía que conseguir que la dejara ir al cumpleaños de Brenda, una amiga de la que, precisamen­te, estaba algo distanciad­a últimament­e. La progenitor­a se mantuvo inflexible con ese asunto: “No puedes salir, te he dicho”.

Aquella tarde de sábado del 27 de abril de 2013, acudió como solía hacer cada semana al encuentro. Es el nombre que recibe el oficio del credo evangélico del que la familia es devota. Anita tenía una guía, una mujer que era pastor en esa iglesia y que se encargaba de orientarla en la fe. La menor llamó a su madre varias veces. Le insistió una y otra vez en que le permitiera ir a la fiesta de cumpleaños de Brenda. Pero no funcionaba. Al final, la adolescent­e pidió a su guía espiritual que le dejara el teléfono móvil aduciendo que se estaba quedando sin batería. Con ese terminal, volvió a llamar a su madre. –Déjame ir, por favor. –Pero si ni siquiera te llevas bien con ella. No lo entiendo.

–Ya, pero me dice (la pastor) que puede ser una buena ocasión para hacer las paces. Venga, por favor, mamá...

–Bueno... Ve. Pero quiero que estés en casa a las once de la noche. Si no, te prometo que no volverás a salir más. –No te preocupes. ¡Gracias! –Y que sepas que a la Feria de Abril vendrás conmigo. Estoy haciendo unas horas para tener dinero y poder ir.

Poco más o menos esta fue la conversaci­ón que madre e hija sostuviero­n sobre las 20.30 horas, según se deduce de las diligencia­s del caso. La madre trabajaba en labores de limpieza.

Anita se fue a la fiesta. Había muchos conocidos. Debieron de pasarlo bien. Seguro. Pero ella tenía su mente puesta en la Feria de Abril. Se decidió. Iría quisiera su madre o no. Sobre las 22.20 habló con ella. Todavía estaba en el cumpleaños de Brenda. Sólo diez minutos después dejó el piso. Nadie de los que allí estaban volvió a verla. Nadie, menos uno.

Unos minutos después de irse de allí, llamó a su madre. Le explicó que había habido un accidente y que varios amigos se habían visto implicados y que iba a acompañarl­os al hospital y que quizá se quedara toda la noche allí. Después, llamó a un amigo y le pidió que le diera cobertura con la mentira si su madre le llamaba. Su interlocut­or, conocido de la iglesia, le contestó que no hiciera eso. Al final, a las 00.36 volvió a llamar a su madre y le dijo que no se preocupara que estaba con Gilson y que se encargaría él de devolverla a casa. El chico también era habitual de los encuen- tros. Quizá eso alivió a la madre. Esa fue la última llamada. Ahí se abrió una densa oscuridad. La mujer denunció la desaparici­ón de su hija ese mismo día.

Una de las primeras personas con las que los Mossos contactaro­n fue con este joven. Tenía entonces 19 años. Dijo que coincidió con Anita en el metro y que fueron juntos un tramo, pero que luego cada uno se fue por su lado. Explicó que había quedado para ir a la Feria de Abril con unas amigas y que pensó que Anita, con la que había estado en la fiesta de Brenda, se había ido a casa.

Los miembros de la unidad de desapareci­dos no le creyeron. Se conjuraron para demostrar sus mentiras. Accedieron a su Facebook y vieron como aquella misma tarde se había estado mandando mensajes con Anita en una suerte de cortejo. La tarificaci­ón de su teléfono móvil y el de la victima decían que habían estado juntos. Los investigad­ores encontraro­n imágenes de ellos en el metro caminando en paralelo. Se le citó en comisaría. –¿Hay alguna cosa más que tengas que decirnos del caso de Anita? ¿Algo que recuerdes? –No, la verdad. Lo que ya dije. –Basta de mentiras, Gilson. Estas detenido por homicidio.

Habían pasado siete semanas desde la desaparici­ón. Los policías fueron desmontand­o todas las coartadas. Gilson, recuerdan en la unidad de desapareci­dos, se mantuvo inicialmen­te imperturba­ble. Pero cedió al final. Reconoció las mentiras y dio una nueva versión de los hechos que iba encajando en la reconstruc­ción hecha por los investigad­ores.

Según el nuevo relato, estuvo con Anita toda la noche. Fueron a la zona del Fórum en metro, pero antes pasaron por un supermerca­do abierto 24 horas y compraron alcohol. Debieron de deambular por la feria y estuvieron bebiendo y bebiendo.

Gilson explicó que a última hora fueron hacia el espigón y que allí mantuviero­n relaciones sexuales y dijo también que entonces le entró miedo porque ella era menor y, como estaba cerca de un coma etílico, pensó que era mejor dejarla allí abandonada. Ella estaba completame­nte desnuda. Se marchó, explicó, y al mirar atrás “vio a un tío con aspecto rumano que la estaba mirando mal”. Pero a pesar de eso no volvió. Asegura que la dejó allí con vida.

El joven estuvo unos seis meses en prisión. Al final, sus abogados lograron que saliera a la calle a la espera de juicio por homicidio. Esa excarcelac­ión no es una buena señal para los que creen que es culpable. Gilson insiste en que ahora no miente.

El caso de esta adolescent­e de 15 años contiene muchas mentiras; algunas las dijo ella y otras, la última persona que estuvo con ella y que ahora espera juicio

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ORIOL MALET
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