El arte sale de los museos
Si los museos de arte contemporáneo se han ido convirtiendo en centros comerciales, no es extraño que los centros comerciales hagan también de museos. La frontera se difumina. No sólo en Abu Dabi, Las Vegas o Japón. También en Europa. ¿Le importaría a Miró? La radicalidad de su arte está basada en la tozudez con la que durante toda su vida defendió sus ideas. Cuanto más se mofaban de él, más se alegraba. Cuanto más lo ridiculizaban, más lejos llevaba su apuesta artística. Las burlas eran el mejor indicio de que iba por buen camino. Le preocupaba la aceptación inmediata de sus propuestas revolucionarias porque lo que él buscaba era la perdurabilidad del mundo que fue creando con una voluntad monacal, obsesiva, a lo largo de toda su vida.
¿Le incomodaría ver expuestas sus esculturas en un centro comercial? Tal vez no. Desde muy joven martirizaba a sus marchantes porque quería firmar sus telas en el bastidor, no en la superficie pintada. Amaba el arte anónimo, colectivo, y ansiaba poblar con sus obras el espacio público. Cuando le preguntaban por qué consentía que hubiera tanta obra gráfica en circulación, lo que perjudicaba su precio, respondía que su obra llegaba así a más gente, a más lugares remotos, como Rusia. No temía el riesgo del autor de culto que pasa a ser un autor popular. Treinta y tres años después de su muerte, su arte es valorado y admirado de forma global. De Brasil a –actualmente– Corea del Sur, Miró demuestra que es un artista del siglo XXI y que su lenguaje es universal.
Van Gogh era uno de los pintores que el joven Miró seguía con devoción. En una carta a Émile Bernard, el holandés le transmite el conflicto que late en el artista. Solamente quien es fiel a su espíritu logrará también el reconocimiento duradero. Para ello, Miró llevó una vida dedicada al trabajo y cultivó la paciencia.
La exposición en el centro comercial expone también la necesidad que tienen los museos –la vecina Foundation Maeght, propietaria de las obras expuestas– de publicitarse para captar público y buscar fondos para presupuestos cada vez más miserables. También, claro, el uso social del arte para atraer turismo y favorecer el consumo. Borrar otra frontera más, la del arte que forma y la del arte que distrae al público, la que banaliza y manipula el sentido de la obra al descontextualizarla de su lugar original.
La moda de las obras de gran formato entre los coleccionistas internacionales se corresponde con la proliferación de los parques de esculturas. Las arañas de Louise Bourgeois pueden
Las fronteras entre museos y centros comerciales se se difuminan
verse en mil lugares: desde la nueva Tate al lago del Château La Coste. En el Barroco, los nobles decoraban con estatuas romanas sus jardines. En el siglo XXI, las grandes fortunas, con obras de Buren o Dan Graham. Hay ya una pujante industria para contentar esta demanda. El Domaine du Muy es una galería: las obras se exponen no para dialogar naturaleza y arte, sino para venderlas, incluido en su precio el coste del transporte que su gran tamaño comporta. Nada que objetar, pero así las cosas, es más urgente que nunca que los museos públicos recuperen el papel de referencia artística para que los artistas que piensan y trabajan como Van Gogh y Miró puedan tener su lugar y enriquecer con su arte no a unos pocos, sino a toda la sociedad.
Y por cierto, ¿cómo calificar a los gobiernos de Madrid y de Catalunya que mantienen paralizado el centro mironiano en la masía de Mont-roig? Miró sigue mejor tratado en Francia que en su tierra.