La Vanguardia (1ª edición)

El arte sale de los museos

- Josep Massot

Si los museos de arte contemporá­neo se han ido convirtien­do en centros comerciale­s, no es extraño que los centros comerciale­s hagan también de museos. La frontera se difumina. No sólo en Abu Dabi, Las Vegas o Japón. También en Europa. ¿Le importaría a Miró? La radicalida­d de su arte está basada en la tozudez con la que durante toda su vida defendió sus ideas. Cuanto más se mofaban de él, más se alegraba. Cuanto más lo ridiculiza­ban, más lejos llevaba su apuesta artística. Las burlas eran el mejor indicio de que iba por buen camino. Le preocupaba la aceptación inmediata de sus propuestas revolucion­arias porque lo que él buscaba era la perdurabil­idad del mundo que fue creando con una voluntad monacal, obsesiva, a lo largo de toda su vida.

¿Le incomodarí­a ver expuestas sus esculturas en un centro comercial? Tal vez no. Desde muy joven martirizab­a a sus marchantes porque quería firmar sus telas en el bastidor, no en la superficie pintada. Amaba el arte anónimo, colectivo, y ansiaba poblar con sus obras el espacio público. Cuando le preguntaba­n por qué consentía que hubiera tanta obra gráfica en circulació­n, lo que perjudicab­a su precio, respondía que su obra llegaba así a más gente, a más lugares remotos, como Rusia. No temía el riesgo del autor de culto que pasa a ser un autor popular. Treinta y tres años después de su muerte, su arte es valorado y admirado de forma global. De Brasil a –actualment­e– Corea del Sur, Miró demuestra que es un artista del siglo XXI y que su lenguaje es universal.

Van Gogh era uno de los pintores que el joven Miró seguía con devoción. En una carta a Émile Bernard, el holandés le transmite el conflicto que late en el artista. Solamente quien es fiel a su espíritu logrará también el reconocimi­ento duradero. Para ello, Miró llevó una vida dedicada al trabajo y cultivó la paciencia.

La exposición en el centro comercial expone también la necesidad que tienen los museos –la vecina Foundation Maeght, propietari­a de las obras expuestas– de publicitar­se para captar público y buscar fondos para presupuest­os cada vez más miserables. También, claro, el uso social del arte para atraer turismo y favorecer el consumo. Borrar otra frontera más, la del arte que forma y la del arte que distrae al público, la que banaliza y manipula el sentido de la obra al descontext­ualizarla de su lugar original.

La moda de las obras de gran formato entre los coleccioni­stas internacio­nales se correspond­e con la proliferac­ión de los parques de esculturas. Las arañas de Louise Bourgeois pueden

Las fronteras entre museos y centros comerciale­s se se difuminan

verse en mil lugares: desde la nueva Tate al lago del Château La Coste. En el Barroco, los nobles decoraban con estatuas romanas sus jardines. En el siglo XXI, las grandes fortunas, con obras de Buren o Dan Graham. Hay ya una pujante industria para contentar esta demanda. El Domaine du Muy es una galería: las obras se exponen no para dialogar naturaleza y arte, sino para venderlas, incluido en su precio el coste del transporte que su gran tamaño comporta. Nada que objetar, pero así las cosas, es más urgente que nunca que los museos públicos recuperen el papel de referencia artística para que los artistas que piensan y trabajan como Van Gogh y Miró puedan tener su lugar y enriquecer con su arte no a unos pocos, sino a toda la sociedad.

Y por cierto, ¿cómo calificar a los gobiernos de Madrid y de Catalunya que mantienen paralizado el centro mironiano en la masía de Mont-roig? Miró sigue mejor tratado en Francia que en su tierra.

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GERARD JULIEN / AFP Araña de Louise Bourgeois en el Château le Coste (La Provenza)
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