Tiempo muerto
Lunes de agosto. A sólo siete días de la Asunción de la Virgen, el quince de agosto, el día por excelencia que el verano consagra a las romerías y las fiestas. El día que para los italianos es el Ferragosto, y que suele señalar una desbandada general a la playa o la montaña, sobre todo después de que el Duce llevase a cabo una política de favorecer las minivacaciones del pueblo llano, descuentos de ferrocarril y festejos populares incluidos. Todo, en la eterna rueda de los años, tan reciente y tan antiguo. Porque hasta la palabra italiana del ferragosto deriva de la expresión latina feriae Augusti, la fiesta de Augusto, que el emperador romano fijó en el año dieciocho antes de Cristo. Un día de asueto que señalaba el fin de las labores agrícolas del verano y que era un día en el que se engalanaban los animales de labranza y tiro y había baños y la permisividad extraña con la que en ocasiones alternaban juntas aunque sin mezclarse del todo las distintas clases sociales. Augusto aprovechó en su propio beneficio, como siglos más tarde lo hará Mussolini, una tradición y una necesidad de descanso y celebración. De hecho, la fiesta del emperador venía a asumir y recoger festividades romanas previas, como la Consualia y Nemoralia o la Vinalia Rustica. La fiesta, que originariamente coincidía con el primer día de agosto, fue pródiga también en hogueras, cucañas, chapuzones en el mar o los ríos y, por supuesto, comida. Porque siempre comer y beber son la celebración de la vida y la base de cualquier festejo.
El Ferragosto es también Vittorio Gassman conduciendo un descapotable en una Roma vacía a la búsqueda de un teléfono y un paquete de cigarrillos (Il Sorpasso, película de Dino Risi de 1962, con Jean-Louis Trintignant acompañando a Gassman). Y también es, desde luego, la fiesta de la Asunción de la Virgen.
El cristianismo se ha tomado muy en serio lo de la resurrección de los cuerpos, que sirve de metáfora de nuestros veranos actuales
La Iglesia, siempre tan atenta a heredar las celebraciones paganas y hermanarlas con la liturgia, fue la responsable de que la celebración pasase del primero al quince de agosto, así se santificaba la fiesta, como es obvio. Por cierto que el dogma de la Asunción de la Virgen María, que es asunta a los cielos en cuerpo y en alma, no se promulga formalmente hasta el 1 de noviembre de 1950, nada menos, por Pío XII, en su Munificentissimus Deus, porque hasta entonces, las discusiones sobre si el cuerpo de la Virgen había ascendido o no a los cielos habían sido largas, prolongadas y espesas como son las cuestiones teologales. Al fin y el cabo, el cristianismo siempre se ha tomado muy en serio lo de la resurrección de los cuerpos, que sirve también como metáfora de nuestros veranos actuales. Y como recordatorio de que, tras ese quince de agosto, el verano toca a su fin y hay que volver a los quehaceres y al yugo de los días “de diario”. La trompeta suena y marca el fin del tiempo muerto estival, breve y fugaz como las posturas de algunos políticos. A los que se les acaba también la fiesta. Y el verano.