Presidente policía
El terrorismo y la seguridad centran el combate electoral en Francia cara a las presidenciales del 2017
Roma bien vale otra misa. Tras abjurar del protestantismo, en 1593, el rey de Francia Enrique IV dona una abadía benedictina, en 1604, a San Juan de Letrán, catedral de Roma. Los monjes le confieren el rango de “primer y único canónigo honorario”. Cinco presidentes de la V República lo reivindicaron desde 1958: De Gaulle (1967), Giscard (1978), Chirac (1996), Sarkozy (2007) y Hollande (2014). Ayer, el presidente francés reincidió a título privado y mantuvo un encuentro con el papa Francico. La visita había sido pactada tras el asesinato del padre Jacques Hamel en Saint-Étiennedu-Rouvray a manos de dos yihadistas, pero anunciada el lunes 15, en Lourdes, ante más de 20.000 peregrinos y medio millar de hombres armados. La seguridad monopoliza la agenda política francesa cara a la elección presidencial de mayo.
El periplo empezó en Saint-Louis des Français, iglesia romana bajo administración francesa, rica en Caravaggios. Hollande, ateo confeso, se recogió en la capilla dedicada a las víctimas del terrorismo. Francisco lo recibió a las cinco de la tarde, sin protocolo, para hablar del riesgo de ser católico en Francia y cristiano en Oriente. Y subrayar posiciones comunes en ecología, inmigración y diálogo entre religiones.
Se trataba de borrar el conflicto del 2013, cuando el Parlamento francés votó el reconocimiento del matrimonio homosexual, y el más largo del 2015: un año sin embajador porque el Vaticano negó su plácet al diplomático católico y homosexual propuesto por París, que finalmente se vio obligado a cambiar de candidato.
Según Odon Vallet, historiador de las religiones, los católicos franceses votan más que el promedio por Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional. Un voto disputado. Por eso, el lunes pasado, el expresidente Nicolas Sarkozy se dejó ver en misa, en Provenza, y su rival en la derecha Alain Juppé, en Lourdes.
El lunes 22 Francia vuelve al tajo tras un verano marcado por el miedo a un atentado terrorista como el de Niza, con casi 24.000 policías y soldados para proteger los 62 actos festivos de un verano que finalmente fue rico en anulaciones. Como las que promete el otoño. Ayer se produjo una más, la del Street Food Temple que del 23 al 25 de septiembre debía reunir unas 50.000 personas en torno al Carreau du Temple parisino.
Consagrados como los gobernantes más impopulares de la V República, Hollande y su primer ministro, Manuel Valls –62 años recién cumplidos el primero, 54 el segundo–, cada uno a su manera, se preparan para la carrera electoral. Si son candidatos debieran anunciarlo antes del 15 de diciembre, cuando ya se habrán librado las primarias de la derecha, con su docena de pretendientes teóricos. Aunque, según los observadores, sólo Juppé y Sarkozy tienen opciones.
El expresidente, siempre dispuesto a disputar el voto en la frontera del FN, fijó posiciones con sendas entrevistas en Le Monde y Valeurs Actuelles, presentándose como la opción dura frente a un gobierno blando.
Hollande aún no ha formalizado su candidatura. A su regreso de la ceremonia inaugural de los Juegos de Río, el presidente confió a la prensa que tomaría su decisión “a principios de diciembre, con el tiempo necesario para construir y justificar su candidatura”. Pero si hasta hace poco hacía depender su decisión de un descenso del paro, ahora se habría convencido de que “no alcanzará con un buen balance, ni siquiera con el éxito, si este pudiera ser demostrado”.
Según Le Figaro, Hollande piensa que la batalla electoral “se librará en otro terreno, el de la seguridad”. Frente a la competencia de los candidatos de la derecha por blandir argumentos de la extrema derecha, Hollande prometería seguridad constitucional. Es decir, firmeza con garantías frente a derivas como las del “Guantánamo a la francesa” propuesto por Georges Fenech, diputado de Los Republicanos; la retención administrativa “de los individuos fichados como peligrosos” de Sarkozy, o “la expulsión inmediata y administrativa de los extranjeros sospechosos de tener algún lazo con el terrorismo”, que pide Marine Le Pen.
¿Y los franceses? Según el politólogo Jérôme Fourquet (Ifop), “la confianza que los franceses dipositaron en Hollande sufrió la usura de los atentados de Niza y Saint-Étiennede-Rouvray”. Si las matanzas del año pasado “lo erigieron en padre de la nación”, la confianza en el ejecutivo, enquistada en un pálido 17%, “ya no despega”. Peor aún, una encuesta Ifop del 9 de agosto que inquiría sobre “las personalidades más creíbles para garantizar el equilibrio entre protección del Estado de derecho y lucha eficaz contra el terrorismo”, dejó a Hollande fuera del podio, detrás de Le Pen, Sarkozy y Juppé.
A la disputa en el terreno de la seguridad, Manuel Valls sumó ayer, en La Provence, “el de la identidad” y se apuntó a la polémica del burkini –en realidad, una prenda que apenas se usa, siendo la situación más común la de mujeres musulmanas que se bañan vestidas y con velo– apoyando la prohibición que han adoptado algunos alcaldes en sus playas.
Tras el atentado de Niza, los franceses han dejado de confiar en Hollande en la lucha antiterrorista