La Vanguardia (1ª edición)

Edimburgo, más cultura que política

El ‘Brexit’ y el duelo Trump-Clinton aparecen sólo de forma marginal en los guiones del festival escocés

- Edimburgo Correspons­al

Los escoceses son auténticos animales políticos y literarios. Dominan la palabra, tanto versos románticos de Robert Burns como las historias de aventuras de Robert Louis Stevenson o la letra pequeña del manual de instruccio­nes de una lavadora. Sus clases medias y altas tuvieron un papel muy destacado como administra­dores del imperio británico, desde India hasta Kenia, y se dice que los nativos tenían más miedo a una pluma de Glasgow que a los rifles ingleses.

Una pena, visto así, que la programaci­ón del Festival de Edimburgo 2016 tuviera que cerrarse antes de saberse que el conjunto del Reino Unido votaría el divorcio de la UE, de confirmars­e que Trump y Clinton se verían las caras por la presidenci­a de Estados Unidos y de conocerse que Jeremy Corbyn se agarraría al liderazgo laborista como a un clavo ardiendo, y sobrevivir­ía contra todo pronóstico a los intentos de defenestra­rlo. Todo ello habría dado mucho material.

Con Escocia sumida desde hace años en el debate de la independen­cia, un festival siempre muy político lo ha sido todavía más. Este año, sin embargo, tanto el Brexit como las elecciones norteameri­canas y la lucha fratricida en el Labour se han quedado fuera de juego, excepto para los humoristas, que pueden improvisar y han adaptado sus chistes a los últimos acontecimi­entos del momento. Si alguien quiere echar unas risas, en cualquier esquina de Edimburgo hay como quien dice un cómico ridiculiza­ndo a Boris Johnson, Theresa May, Michael Gove, Trump, Clinton, Corbyn, y si se descuidan y hay un español de por medio, hasta Albert Rivera, Pablo Sánchez y Mariano Rajoy.

Después del referéndum europeo y con Escocia reclamando una nueva consulta soberanist­a para no ser expulsada contra su voluntad de la UE, muchos visitantes han acudido este año a Edimburgo de política hasta el gorro y ávidos de un oasis cultural. Lo han encontrado en bue- na medida, aunque no cien por cien. Pero la gracia del festival es que, si uno sabe moverse, encuentra lo que quiere y evita lo que le desagrada. Los tesoros están ahí, y se trata del leer bien el mapa para poder encontrarl­os. Todo depende de los locales a que se va, sobre todo en el Fringe (más de 3.200 espectácul­os de todo tipo a lo largo del mes de agosto).

Quienes tenían el objetivo de evitar la política a toda costa se han frotado las manos con una aclamada versión de El zoo de cristal de Tennessee Williams, dirigida por John

El debate soberanist­a ha marcado los últimos festivales, pero existe una cierta fatiga tras el resultado del ‘Brexit’ Una producción de ‘El zoo de cristal’ de Tennessee Williams ha sido aplaudida por su sutileza psicológic­a

Tiffany y con la legendaria estrella de Broadway Cherry Jones como la protagonis­ta Amanda, una antigua belleza sureña y mujer de enorme vitalidad y energía, venida a menos, que se aferra a su pasado aristocrát­ico y el lugar en el mundo al que cree tener derecho, pero no es ni un monstruo ni una caricatura. La producción utiliza un lenguaje claro y rotundo, y es alabada por la profundida­d psicológic­a y el equilibrio entre el realismo y el expresioni­smo, lo factual y lo simbólico, que quiso darle el autor de Misisipi.

Hablando de pequeños y grandes tesoros, Tell me anything es una historia de amor agridulce y tierna entre un chico y una chica que sufre un desorden alimentici­o; Wonderman es una adaptación de historias cortas de Roald Dahl para adultos, con énfasis en lo macabro, llevada a escena por la compañía Gagglebabb­le y el Teatro Nacional de Gales; en la obra Anything that gives off light, una mujer norteameri­cana que está sola en un pub de Edimburgo conoce a un escocés que ha de disponer de las cenizas de su abuela, y ambos emprenden juntos un viaje por las Tierras Altas; Travesty es la primera obra del cómico Liam Williams, sobre los miedos y las expectativ­as de una pareja veinteañer­a; en Heads up, Kieran Hurley se plantea qué pasaría si el fin del mundo llega de repente; en Teatro Delusio, tres actores de la compañía berlinesa Familie Floz representa­n 29 personajes; Falsane (el nombre de la base de submarinos nucleares de las afueras de Glasgow) afronta uno de los temas más divisorios de la política escocesa a través de entrevista­s; en Tank, licenciado­s de la Universida­d de Warwick se inspiran en un experiment­o realizado por la NASA en los años sesenta con un delfín al que se le inyectó LSD para intentar que hablara inglés; Infinity Pool es una reinterpre­tación moderna de Madame Bovary, con sonido pero sin palabras, en un mundo de fantasía creado a base de proyeccion­es y pantallas de PowerPoint. Y luego hay por supuesto circo, ballet, mimo, cabaret y muchas máscaras. En Edimburgo es el año de las máscaras, un recurso favorito de los creadores de bajo presupuest­o para enriquecer y dar volumen a sus shows. Es el sino de los tiempos que corren.

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JOHAN PERSSON / EDINBURGH INTERNATIO­NAL FESTIVAL La muy aclamada versión de El zoo de cristal, de Tennessee Williams, dirigida por John Tiffany y con Kate O’Flynn (Laura) y Seth Numrich (Jim)
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JEFF J MITCHELL / GETTY El Fringe de Edimburgo sigue siendo el festival más grande del mundo, con más de 3.200 espectácul­os
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