La Vanguardia (1ª edición)

Un terremoto vuelve a golpear con saña a Italia

Al menos 159 muertos y 270 heridos en un seísmo que ha arrasado pueblos del centro del país Los supervivie­ntes encajan el desastre con resignació­n vista la desidia en la gestión de L’Aquila

- EUSEBIO VAL Amatrice Correspons­al

“Dios no envía estas desgracias” EUSEBIO VAL Amatrice. Correspons­al

La maldición sísmica ha vuelto a cebarse sobre Italia. El bel paese (país bello, como gusta llamarse) se sabe frágil y vulnerable a las catástrofe­s naturales. La cita con la maldición telúrica es periódica, inexorable. Siete años después del devastador terremoto de L’Aquila, la región de los Apeninos centrales sufrió de nuevo ayer una sacudida muy violenta, a traición, en plena madrugada –como en L’Aquila–, con los pueblos aún llenos de veraneante­s. A la hora de escribir esta crónica se contaban al menos 159 muertos y unos 270 heridos, pero el saldo de víctimas estaba destinado a aumentar.

Eran las 3.36 de la mañana cuando la tierra tembló. El seísmo, de una magnitud de 6 en la escala de Richter –según los geólogos italianos, aunque los estadounid­enses le dieron dos décimas más–, tuvo su epicentro cerca de las localidade­s de Accumoli y Amatrice, en la región del Lacio. Afectó a una vasta zona en la condra, fluencia con otras tres regiones: Umbria, las Marcas y Abruzos. Se notó en Roma y otras ciudades de Italia. A veces un terremoto de 6 grados no produce estos efectos tan destructiv­os, pero en esta región de Italia sí, por la morfología de las fallas implicadas y el hecho de que el hipocentro haya sido muy superficia­l, en este caso a unos cuatro kilómetros de profundida­d. La tragedia se agranda por el tipo de construcci­ones, muy antiguas, a menudo de pie- poco flexibles para aguantar las sacudidas.

Varios pueblos quedaron arrasados, la imagen de un bombardeo. “Tendremos suerte si puede salvarse un 10% de los edificios”, comentaba a este correspons­al un jefe de los bomberos, tras inspeccion­ar el centro de Amatrice. “No podemos hablar de fatalidad”, avisó otro experto. “Ha ocurrido en una de las zonas sísmicas de más alto riesgo de Italia”, añadió. Se calcula que más del 30% del territorio italiano, en el que viven más de 22 millones de personas, soporta un peligro elevado de terremotos.

Estaba contento y aparenteme­nte despreocup­ado Mario Riccarelli, de 69 años, maestro jubilado de formación profesiona­l, que mataba el tiempo jugando a las cartas en un bar del cercano pueblo de Antrodoco. Su vivienda en Amatrice resistió perfecta-

CONSTRUCCI­ONES OBSOLETAS Las tragedias siempre se agravan porque el tipo de edificios no es el adecuado UNA ZONA MUY PELIGROSA El hipocentro, a sólo cuatro kilómetros de profundida­d, causó daños devastador­es

mente el seísmo, aunque se quedó sin electricid­ad y sin agua. “¡Ni una grieta, ni una!”, presumía ante los parroquian­os. “Me construí una casa antisísmic­a de miedo, con el tejado de madera, paredes de 40 centímetro­s y unos cimientos exagerados –explicó, añadiendo todo lujo de detalles técnicos–. Eso me ha salvado, sin duda”. Según Riccarelli, es urgente que todos los municipios elaboren un censo de los edificios, verifiquen si fueron construido­s con criterios antisísmic­os y procedan a su demolición o su reestructu­ración integral. El maestro reconoce que el problema es quién paga la astronómic­a cuenta de su propuesta.

Al terremoto principal le siguieron centenares de réplicas, algunas fuertes. Los servicios de protección civil montaron campamento­s para albergar a parte de los desplazado­s. Otros, los veraneante­s que salieron con vida, emprendier­on el camino de vuelta a sus casas.

Horas después del desastre, la actividad en la zona afectada era frenética. Los deficiente­s accesos en esta zona montañosa complicaba­n y ralentizab­an el movimiento de vehículos pesados como excavadora­s y grúas, instrument­os indispensa­bles para las tareas de desescombr­o. El escandalos­o déficit de infraestru­cturas, sobre todo en la red viaria secundaria y especialme­nte en regiones como el Lacio, pasa factura cuando debe gestionars­e una emergencia como la actual.

El primer ministro, Matteo Renzi, suspendió su agenda prevista y voló por la tarde en helicópter­o a los pueblos destruidos, habló con los alcaldes y dio ánimos a los equipos de rescate. El jefe del Gobierno dijo que el Gobierno empezará a tomar medidas desde hoy mismo para planificar las ayudas y la reconstruc­ción. Renzi hizo lo que cualquier gobernante hace en estas circunstan­cias, apeló a la solidarida­d de la nación, prometió toda la asistencia necesaria y agradeció el trabajo de los equipos de rescate. Habló de los italianos como de “una familia golpeada pero que no se resigna”. El joven líder no quiso hablar cuando llegó a Amatrice, por respecto a las víctimas y al ambiente de frenético socorro, y estuvo casi displicent­e con la prensa, pero luego, en Rieti, casi lanzó un discurso. “Somos buenos haciendo polémicas, en dividirnos, pero ante el dolor Italia muestra su rostro más bello, y debemos estar orgullosos de los socorrista­s y voluntario­s que han trabajado la pasada noche”, dijo.

Pese a las amables palabras de Renzi, hubo noticias de algún intento de pillaje, por lo que se reforzó la seguridad para que nadie tenga la tentación de robar entre los escombros.

El primer ministro, que se halla en una situación política delicada –debido a un próximo referéndum sobre la reforma constituci­onal que podría perder–, sabe bien que su liderazgo se somete a una prueba decisiva en la gestión de una catástrofe natural de esta dimensión. Silvio Berlusconi afrontó el terremoto de L’Aquila, en abril del 2009, con gran visibilida­d. Logró incluso trasladar a la ciudad la cumbre del G-8 prevista en Cerdeña. Luego, sin embargo, comenzaron los problemas. Se tomó la decisión –segurament­e inevitable, aunque polémica– de retrasar la complicada reconstruc­ción del casco antiguo y levantar barrios nuevos, prefabrica­dos, para alojar lo antes posible a quienes habían perdido su hogar. Más tarde afloraron casos de corrupción en los concursos para las obras. El centro de L’Aquila es todavía un gran solar en obras.

Más allá de los efectos políticos puntuales, el debate probableme­nte se centrará nuevamente en cómo prepararse mejor, a largo plazo –como ha hecho Japón– ante esa maldición sísmica que seguirá persiguien­do a Italia.

DÉFICIT DE INFRAESTRU­CTURAS Las malas carreteras complican los movimiento­s de los equipos de rescate UN EXAMEN DE GESTIÓN El primer ministro, en un momento delicado, se juega mucho en esta crisis ERRORES QUE EVITAR En L’Aquila hubo polémica y corrupción en las obras para reconstrui­r la ciudad

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GREGORIO BORGIA / AP Una imagen aérea de cómo quedó el centro histórico de Amatrice, población de unos 2.700 habitantes que en verano alcanza los 20.000
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MASSIMO PERCOSSI / EFE Una mujer abraza a su hijo en medio de los escombros en Amatrice
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Un hombre es sacado de los escombros en Amatrice, población que ha quedado devastada.
REMO CASILLI / REUTERS Rescatado. Un hombre es sacado de los escombros en Amatrice, población que ha quedado devastada.
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REMO CASILLI / REUTERS La gran devastació­n en la localidad de Pescara del Tronto

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